Elecciones presidenciales en Venezuela
Las elecciones presidenciales en Venezuela levantaron un revuelo muy interesante. Fueron, sin duda, motivo de opiniones en los medios de comunicación y para el mundo opositor venezolano la posibilidad de ilusionarse con un cambio en la figura presidencial. El siguiente artículo narra, en viva voz, la crónica de lo que sucedió en aquellos días históricos.
Max Römer Pieretti, profesor en la Universidad Camilo José Cela
Todo se inició para la oposición en las elecciones primarias de febrero. Un evento sin precedentes que marcó de civismo y entusiasmo a la contienda y, es más, definió las pautas de juego para que la Mesa de la Unidad Democrática –MUD– pudiese abanderar, sin que se salieran de las casillas los elementos del discurso opositor, la coherencia necesaria en la pléyade de partidos políticos que representa.
La jugada estaba echada. Dos fuerzas se debían oponer el 8 de octubre. Una, la poderosa fuerza de Hugo Chávez Frías y su maquinaria electoral llevada adelante por el Partido Socialista Unido de Venezuela –PSUV–, partido con 20 años de luchas bajo diferentes denominaciones (MBR-200, MVR). La otra, el David de la partida representado por la MUD que aglutinó en torno a sí la tradición de los otrora partidos políticos grandes de la alternancia de la segunda mitad del siglo XX Acción Democrática, COPEI, así como los de más reciente cuño como Primero Justicia y Un Nuevo Tiempo, entre otros.
Las elecciones se presentaban para la oposición de una sola manera: dar a conocer a su candidato puerta a puerta y tratar de ganar la mayor cantidad de adeptos en ocho meses. Tarea nada fácil si se piensa que el contrincante tenía toda la fuerza de los medios de comunicación radioeléctricos dominados por el solo hecho de no haber renovado concesiones. Una forma de expropiación que le ha dado hegemonía mediática al presidente Chávez, además del manejo conocido de la información por parte del primer mandatario venezolano.
Así, el ganar espacios debía combatirse contra el poder de la televisión. Visitar pueblos, ciudades y caseríos era la única manera de sumar voluntades porque de una sola aparición pública por televisión, el presidente podía revertir a su favor las recientemente creadas alianzas entre el pueblo y Henrique Capriles Radonsky.
Un trabajo tesonero, constante y apasionado movió a Capriles. Las encuestas del mes de julio mostraban que las distancias se acortaban, que las posibilidades de triunfo se alcanzarían. La ilusión de la oposición se veía en los rostros, se leía en los envíos de Tweets y correos electrónicos, en el uso de las gorras que identificaban al candidato opositor, en los cánticos y piezas de campaña compartidos por Facebook.
Chávez recorría el país a bordo de un camión de plataforma, lentamente, con la certeza de un discurso sabido, repetido como una letanía, con una campaña audiovisual pegajosa y sobre todo, con la ventaja de la patente de corso que le otorgó la sentencia 1013 . Aquella que dice que el presidente no tiene por qué conceder derechos de réplica, aquella por la cual es imposible que algún ciudadano pueda pedirle rectificación por sus actos a través de los medios de comunicación, apunte que realizamos porque muchos se preguntan por qué el presidente Chávez luego del decreto de cese de campaña, fue capaz de dirigirse al país en plena jornada de reflexión.
Una campaña desigual en recursos, pero igualada en peso por el dinamismo de Capriles, el entusiasmo de la oposición al respecto y, sobre todo, porque las encuestas daban ganador a cualquiera de los dos. Un empate técnico según muchos, una diferencia de 10 puntos según las encuestas de otros. Había que esperar al 7 de octubre para ver quién tenía la fuerza de los votos y cuánto sería la abstención.
El 7 de octubre
Como todos los comicios electorales, el 7 de octubre amaneció con el “toque de Diana militar”. Un toque de clarín –literal– por todo el territorio venezolano para llamar a los ciudadanos a las urnas electorales. Un madrugar necesario para definir el futuro.
Las colas para ejercer el voto se formaron rápidamente. Ya en las fronteras al este del planeta los venezolanos –extranjeros en sus nuevas realidades– registrados para votar habían depositado sus respaldos electorales, mientras los venezolanos en el único territorio con GMT –4:30 horas apuraban el café para que su voto sumara por su candidato.
Los nervios de la oposición estaban a flor de piel. Los más conservadores y realistas sabían que el final del recorrido estaba muy difícil y que, de ganar las elecciones las circunstancias de poder gobernar eran muy complejas con una Asamblea Nacional adversa y con el Tribunal Superior de Justicia con magistrados chavistas de los cuales 23 de sus 32 magistrados mantendrán sus funciones entre 2016 y 2022. Con ese antecedente, a pesar de las circunstancias, el electoral se vislumbraba entusiasta, colorido y festivo aún y con lluvias.
El sistema automatizado de votaciones había estado garantizado tanto por el Consejo Nacional Electoral como por la propia oposición. Tanto Leopoldo López, uno de los aspirantes a la presidencia en febrero de 2012, como Ramón Guillermo Aveledo, coordinador de la MUD, habían garantizado a la población la vigilancia de los votos en las propias mesas electorales. Se había construido una maquinaria de seguimiento opositor enorme, con el respaldo de todos los partidos políticos que forman la coalición de la Mesa de la Unidad Democrática. Las posibilidades de fraude electoral eran nulas.
La asistencia de los votantes fue mayoritaria. Un 20% de abstención es un récord de participación en materia democrática. Las elecciones mostraron que más de trece millones de votantes se movilizaron ese domingo para expresar quien sería el que se sentara en la silla de Miraflores.
El rostro de Chávez por la mañana del domingo era de preocupación. El de Capriles también. Sabían que el juego electoral les daría muy cercana la victoria a uno de los dos. La ventaja estaba solamente en la maquinaria de sus propios partidos políticos (uno con una permanencia en el poder de 14 años y el otro con 8 meses de andadura) y, en especial, del convencimiento racional y emocional que hubiesen logrado en la campaña.
Unos venezolanos decidieron dejar las cosas como estaban votando a Chávez y los otros respaldaron a Capriles.
El 8 de octubre
Una vez que Capriles reconoció el triunfo de Chávez, la oposición se fue en llanto y con las lágrimas se dividió en tres frentes. Los que respaldaron la labor hecha por el candidato único y la encomiable tarea emprendida por la MUD. Otros, a denostar la actividad de Capriles y de “haberle entregado” el país a Chávez. Los demás deprimidos por las muchas ilusiones puestas en el futuro y el sombrío porvenir de Venezuela.
El caso es que la oposición tiene un enorme compromiso moral con el país. Representa este triunfo de Capriles la primera vez que el presidente Chávez tiene a un verdadero opositor. Un hombre que es rostro de más de seis millones de venezolanos, un opositor al discurso ya sabido del presidente, alguien que sabrá decirle sus verdades y que le hará difícil el camino.
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