Por Juan Pedro Molina Cañabate (@MolinaCanabate). Profesor de Comunicación Corporativa en la Universidad Carlos III de Madrid.
Con motivo de la presentación del libro Unfaking news. Cómo combatir la desinformación, la Universidad Carlos III de Madrid celebró el encuentro Desinformación en procesos electorales. En él participaron Raúl Magallón Rosa (autor del libro), los periodistas Marta Peirano (eldiario.es) y Óscar Espiritusanto (periodismociudadado.com) y los investigadores Mª Luz Congosto y Francisco Seoane.
Para Marta Peirano, las estrategias de desinformación que advertimos en los últimos procesos electorales tienen una causa común: la información está controlada por grandes empresas no-periodísticas (como Facebook o Twitter) que actúan como verdaderos medios periodísticos sin serlo en realidad. De esta forma, eluden toda responsabilidad legal del daño causado por las noticias falsas o malintencionadas que circulan por sus cuentas.
A este peligro se añade, según Peirano, otro condicionante más: en algunos casos, como Facebook, la visibilidad de sus publicaciones está regida por los algoritmos. Es decir: al usuario le llega una información quizá sesgada y manipulada pero con la que se identifica emocionalmente. El usuario vive, casi de forma literal, en la burbuja de información que él ha elegido y en la que se siente cómodo.
Por otra parte, Peirano explicó el ya paradigmático caso de la estrategia de Donald Trump para ganar las elecciones de 2017 en Estados Unidos. Utilizó las redes sociales no para convencer al electorado de que le votasen a él, sino para localizar al votante demócrata y convencerle de que no diera su voto a Hillary Clinton porque ella les estaba defraudando.
La investigadora Mª Luz Congosto explicó que, gracias a determinadas aplicaciones, es posible saber el histórico de las cuentas de Twitter. Es decir: cuántos cambios de perfil han experimentado, sobre qué temas han tuiteado, si han borrado o no tuits, si han tenido periodos de inactividad y cuándo han vuelto a estar operativas. De esta forma, es posible saber qué cuentas están siendo utilizadas con fines más o menos ilícitos para llevar a la práctica estrategias de desinformación, sobre todo en periodos electorales.
El periodista Óscar Espiritusanto destacó la importancia de las organizaciones que se dedican a verificar la información. Citó el ejemplo de la comunicadora siria Zaira Erhaim, que ha puesto en marcha proyectos de alfabetización para periodistas en materia de fact-checking.
Es importante señalar que las escuelas o facultades de Periodismo existen gracias a las fake news”, recordó Francisco Seoane. “El periodista Walter Lippmann propuso que los reporteros se formaran concienzudamente en técnicas de verificación porque sabía de primera mano el alcance que tenían los bulos y mentiras lanzados por los propagandistas en la Primera Guerra Mundial”.
Seoane explicó que “al principio, Lippmann entiende la desinformación como un problema mecánico: se trata de que los periodistas filtren bien para que los ciudadanos reciban una información veraz. Es lo que defiende en su libro Liberty and the News(1920) y en su estudio con Charles Merz sobre la desinformación del New York Times durante su cobertura de la revolución bolchevique (A Test of the News, también de 1920). Pero con el tiempo se vuelve más pesimista, muy en la línea del demoescepticismo de Ortega y Gasset, y en libros como Public Opinion(1922) o The Phantom Public(1925) plantea el problema de la desinformación como algo orgánico: ¿y si es el público el que no quiere conocer la verdad? Los informáticos se refieren a esta circunstancia con la frase ‘it’s a feature, not a bug’, cuando entienden que lo que va mal en un sistema informático no es un virus que se pueda erradicar (mediante un filtro), sino que lo que va mal es una característica propia del sistema (en realidad, no nos interesa la verdad sino lo que satisface nuestros prejuicios)”.
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