Juan López Alegre
@joanlopezalegre
Profesor de Comunicación Política UAO CEU
En comunicación política, una pregunta recurrente es cuál es el efecto real de los debates en el resultado electoral. Para disipar de entrada cualquier duda sobre esta cuestión, la respuesta es un sí rotundo. Además, es aplicable a cualquier país del mundo donde se celebren elecciones.
Los debates son mucho más determinantes cuando intervienen dos candidatos frente a frente que cuando se trata de un debate múltiple. En los debates con muchos candidatos en liza no hay contraste de pareceres ni intercambio de argumentos y se convierten en una sucesión de breves mensajes inconexos con poca interactuación entre candidatos. Son útiles para la viralización en redes sociales de frases pre estudiadas, poco más.
Los debates entre dos contendientes son mucho más decisivos, en especial como ocurre en las elecciones norteamericanas del próximo 5 de noviembre, cuando el resultado es incierto y se puede decidir por unos pocos miles de votos en algunos estados.
En todos los swing states o estados oscilantes (Michigan, Pennsylvania, Wisconsin, Arizona y Georgia) las distancias entre Harris y Trump se sitúan dentro del margen de error de las encuestas, entre 1 y 4 puntos. Cualquiera de los dos candidatos está en disposición de lograr la cifra mágica de 270 votos electorales, actualmente Harris cuenta con 226 garantizados por 219 de Trump y hay 93 votos electorales en juego.
En un contexto tan demoscópicamente ajustado como el de esta campaña, el equipo encargado de preparar un debate tiene que hacer una labor intensiva previa de análisis para decidir qué temas tocar que capten la atención de los votantes residentes en los estados decisivos, buscar y poner ejemplos que les conecten emocionalmente con ellos y hurgar en la trayectoria de su adversario para buscar decisiones o declaraciones que perjudiquen a los votantes de esos territorios con el fin de desgastarle.
En país de la extensión de los Estados Unidos, multicultural, multirracial y multi religioso, es también importante hacer guiños a los colectivos donde se aspira a captar votantes. En estas elecciones de 2024, la población latina y judía es objeto de disputa entre demócratas y republicanos. Ambos colectivos han sido tradicionalmente caladeros demócratas, pero la posición de Trump en la guerra de Oriente Medio y el apoyo de los evangelistas a los republicanos está haciendo que la hegemonía demócrata ya no sea tan destacada como en el pasado. En cambio, Trump tiene problemas con las mujeres, que migran hacia Harris por su condición de mujer y por la posición republicana inflexible sobre el aborto. Trump, consciente de que su papel en el debate del pasado 10 de septiembre fue mejorable y que tuvo un especial mal desempeño en el tramo donde se debatió sobre el aborto, ha recibido un balón de oxígeno de su mujer, Melania, quien en sus memorias defiende el derecho de las mujeres a interrumpir el embarazo.
Los republicanos quisieron dar la apariencia de que Trump no daba importancia al debate contra Harris, lo que fue una forma errónea de despreciar a la candidata demócrata. El magnate no preparó suficientemente el debate y eso se reflejó en la pantalla con intervenciones confusas, deslavazadas y poco concretas, sin frases brillantes previamente estudiadas, frente a una Harris mucho más preparada y consciente de que para ella era la oportunidad de presentarse ante la sociedad americana como una candidata creíble y fiable.
Aunque Trump jamás reconoció su derrota en el debate, el war room republicano fue tan consciente del mal resultado del mismo y de sus posibles efectos que puso toda la carne en el asador para que en el debate de vicepresidentes JD Vance pudiera salir airoso. Si bien el debate vicepresidencial no tiene, ni de lejos, el impacto del choque entre números uno, Vance, según las principales televisiones (CBS, CNN), derrotó a Tim Walz, compañero de ticket de Kamala Harris. Según la CBS, tras un debate donde imperaron la buena educación y la cortesía, la opinión pública mejoró su opinión sobre Walz en seis puntos y sobre Vance, en nueve. Solo con que uno de esos puntos impacte en alguno de los estados en juego como Georgia o Carolina del Norte es suficiente para que el debate haya tenido impacto en el resultado electoral.
Vance preparó a conciencia el debate junto a Jason Miller, asesor senior de la campaña de Trump, quien se apartó unos días de su candidato para asistir a Vance en la previa al debate celebrado en Nueva York. El senador por Ohio y candidato a vicepresidente, a diferencia de Trump, reconoció que preparó la cita. Junto a Miller estuvo el jefe de campaña de Vance, Jacob Reses, un hombre muy conectado al Think Tank Heritage Foundation, de cuya sala de máquinas salió el polémico documento Project 2025 del que luego Trump ha renegado y ha dicho no saber nada.
Walz, por su parte, reconoció en las horas previas que estaba nervioso, quizás buscando así humanizarse a ojos del electorado, y trabajó con Pette Buttigieg, excandidato a la presidencia en 2020, magnifico orador, estrella en la convención demócrata del pasado verano y actual secretario de transportes. Harris dudó hasta el último instante entre dos gobernadores, Walz y Shapiro, procedentes del Rust Bell (cinturón de óxido) como candidatos a vicepresidente, su objetivo era responder a la nominación de Vance en búsqueda del voto de raza blanca y de clase media baja y baja, y ahora muchos analistas dudan de que la elección de Harris fuera la adecuada.
Las audiencias de un debate electoral presidencial no son las de la Super Bowl, que en la última final entre Kansas City y San Francisco 49ers alcanzó los 202 millones de espectadores, tampoco las de la llegada del hombre a la luna en 1969, que se situaron alrededor de los 150, pero 67 millones de espectadores siguieron el debate entre Harris y Trump y, teniendo en cuenta que la participación en la jornada electoral se puede situar, como máximo, en los 140 millones de votantes, eso significa que un 50% de los potenciales votantes siguieron el debate y esa es una cifra que, sin duda, puede ser decisiva en una contienda electoral.
Un 50% de los potenciales votantes siguieron el debate entre Harris y Trump y esa cifra puede ser decisiva en una contienda electoral
El debate entre la vicepresidenta saliente y expresidente tuvo mucha más audiencia que el que celebraron en junio Biden y Trump. Entonces la audiencia fue de 51,2 millones de personas, 16 millones menos, lo que pone de manifiesto que la ventaja de la que gozaba Trump antes de verano se ha evaporado y que ahora el resultado está abierto.
Desde 1960, cuando se celebró el primer debate entre Nixon y JFK, hasta hoy se han celebrado 35 debates presidenciales con una audiencia media de 59 millones de espectadores. El récord en los audímetros se alcanzó en 2016 en la campaña de Hillary Clinton contra Trump con 84 millones. Ese dato rompió un registro máximo de 80,6 millones de espectadores que se había mantenido durante 36 años desde el debate entre el candidato demócrata a la reelección Jimmy Carter con Ronald Reagan en 1980.
Si analizamos las circunstancias de las elecciones con los dos debates de más audiencia de la historia constatamos la importancia de los mismos. En 1980, Reagan logró algo muy difícil como derrotar a un presidente en su campaña de reelección para un segundo mandato. En el siglo XXI solo el actual presidente Biden lo ha logrado frente a Trump. En 2016 Hillary Clinton se impuso en votos personales, pero no en votos electorales, de tal forma que Trump alcanzó la Casa Blanca a pesar de perder por casi 3 millones de votos. Clinton reconoció en sus memorias que su falta de contundencia contra Trump en el debate electoral lastró sus posibilidades de victoria.
Los debates ganan importancia en la era digital
El post debate entre Harris y Trump tuvo una audiencia de 13,6 millones, es un seguimiento muy importante. En el pasado, cuando no había redes sociales, los equipos de campaña negociaban que los programas de análisis del debate electoral no se iniciaran hasta una hora después de la finalización del mismo para que los votantes se pudieran hacer una opinión propia sin estar influidos por tertulianos profesionales, pero la irrupción de las redes ha modificado, de forma radical, la forma de preparar los debates.
En el pasado, cuando no había redes sociales, los equipos de campaña negociaban que los programas de análisis del debate electoral no se iniciaran hasta una hora después de la finalización del mismo.
El equipo de campaña prepara piezas, memes, infografías, reels y otros formatos que lanza a las redes a la vez que los verbaliza su candidato desde el plató. Todo está tan guionizado que el espectador-votante, más que poder conocer a un candidato y sus ideas, lo que está viendo durante el debate es una actuación y un combate que se libra en dos pistas: el escenario donde está discurriendo el debate y las redes sociales. Cadenas piramidales de miles de seguidores se mofarán del candidato adversario o apoyarán al propio generando una onda expansiva que hace que millones de personas que no han visto ni durante un segundo el debate, ni en televisión ni en directo, se formen una opinión sobre el mismo mediante las redes sociales.
Además del doble debate que se desarrolla durante los 90 minutos de duración del mismo y que requiere un esfuerzo tecnológico, de previsión y a la vez de improvisación ante cualquier desliz del adversario o genialidad imprevista de tu candidato, el otro gran factor a tener en cuenta es el post debate.
Un post debate en el que el candidato perdedor deje traslucir su decepción o enfado hará más patente su derrota y empeorará el resultado del mismo. Un candidato excesivamente euforizado o con una actitud forzada también es penalizado por el elector. La tranquilidad es siempre la mejor actitud tras el debate y la atención serena a los medios de comunicación es imprescindible, pero lo fundamental es tener preparado un ejército que lance mensajes que sirvan para fijar una opinión e intenten influir en el ánimo colectivo.
Lo fundamental es tener preparado un ejército que lance mensajes que sirvan para fijar una opinión e intenten influir en el ánimo colectivo.
Los debates pueden hundir a un candidato. La falta de empatía, como le sucedió a Mike Dukakis al hablar con frialdad de un hipotético asesinato de su mujer; mirar el reloj mostrando desinterés, como le sucedió a George Bush; o aparecer sudoroso o cansado como le pasó a Nixon son cuestiones que pueden costar una carrera electoral.
Tras el debate hay miles de horas de tv, radio, podcast e influencers que opinan de todo lo sucedido. A lo largo del debate miles de ojos buscan pequeños detalles como un pie nervioso, un mal gesto, una mala respuesta, una duda, etc.
Ningún acto de una campaña electoral es tan exigente a nivel de preparación, ejecución y gestión posterior a un debate electoral y eso es porque ningún otro evento electoral reúne a tanta gente frente al televisor u otros medios de comunicación como un debate.
Ningún acto de una campaña electoral es tan exigente a nivel de preparación, ejecución y gestión posterior a un debate electoral
Si los debates no fueran decisivos, partidos y candidatos no dedicarían tantos esfuerzos a prepararlos y no tendrían las audiencias millonarias que acumulan. Los políticos son tan conscientes de la importancia de los debates que hay un rasgo común en todos los países del mundo y algo en lo que los dos equipos adversarios que se enfrentarán en el debate están de acuerdo: que se celebre en una fecha suficientemente alejada a la del día de las elecciones como para que el que salga mal parado tenga tiempo de rehacerse y reescribir el relato de su campaña electoral.
En definitiva, solo hay algo peor que perder un debate electoral y que el electorado castiga más, que es negarse a participar en el mismo. Además, si el debate al que nos hemos negado a acudir se llega a celebrar con otros contendientes, el que no acude habrá regalado a su adversario la oportunidad de exponer su programa a placer, sin competencia enfrente, y de criticar al ausente.
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