Laura Teruel Rodríguez

Profesora Periodismo – Universidad de Málaga

Después del desastroso debate que dio al traste con la carrera hacia la reelección de Joe Biden, Donald Trump siguió golpeando sobre la lona a su oponente con sus arremetidas dialécticas conocidas: “hombre estúpido, enfermo, débil y patético”.  Un poco más al sur, a propósito de las elecciones venezolanas, Nicolás Maduro llamó “malparido” a Javier Milei y este le respondió que era un “imbécil”. En España tenemos un glosario político no menos vergonzante: patético, miserable, gilipollas, botifler, mendrugo, sudaca, etc. Todo ello podría parecer el guion de una serie dramática (mala), que adereza la tensión inherente a la política con un vocabulario populista, pero a veces la realidad supera a la ficción.  La normalización de los insultos necesita de una reflexión desde la Comunicación Política y, en última instancia, desde la propia sociedad.

El incremento de estos recursos retóricos evidencia una evolución de las formas aceptadas por el electorado. Las ofensas y tacos no son recientes en la oratoria parlamentaria, pero se han modernizado con las nuevas generaciones y vuelto más frecuentes como técnica dialéctica. Desde el “reina madre” sobre Felipe González (1983), el “manda h­uevos” de Federico Trillo (1997) o el “mariposón” de Alfonso Guerra (2003), los políticos han adaptado su lenguaje a los tiempos y los medios. Si bien hay algunos recursos lingüísticos que permanecen: del Felipismo al Sanchismo.

Las ofensas y tacos no son recientes en la oratoria parlamentaria, pero se han modernizado con las nuevas generaciones y vuelto más frecuentes como técnica dialéctica

En los años noventa, el líder de la oposición José María Aznar fue certero para unos, pero irrespetuoso para otros por utilizar la frase: “Váyase, señor González” en un debate sobre el Estado de la Nación. En el último que tuvo lugar en España (2022), Abascal le dijo al presidente Sánchez que los suyos eran los “émulos del viejo y criminal Frente Popular”. Los tiempos políticos han cambiado, el nivel de la crítica ha subido y los insultos han capilarizado el discurso político.

La tensión en el debate, en el intercambio dialéctico, es necesaria para evidenciar delante de la ciudadanía que se sostienen discursos diferentes y poner negro sobre blanco las debilidades o incoherencias del rival. Pero cada vez con más frecuencia se cruza la línea de la ofensa como recurso fácil para intentar lograrlo.

Los insultos tienen una gran fuerza expresiva; implican agresividad e intencionalidad degradante contra el receptor.  No solo persiguen la descalificación del destinatario, sino que buscan su anulación o inhabilitación como contrincante político. Es decir, más allá del término en sí, denotan una falta de valoración no solo profesional, sino también personal contra el oponente. Se usan frecuentemente como estrategia movilizadora y polarizadora de la opinión pública porque suponen una renuncia a la racionalidad en aras de la emotividad.

De La Clave a laSexta Noche

Las estrategias de comunicación han ido adaptándose a los tiempos y a la propia reinvención de los medios informativos desde la llegada de internet y, posteriormente, las redes sociales. En un país en el que el consumo de prensa siempre ha sido bajo y ha estado vinculado a estratos sociales concretos -audiencias fundamentalment­e más formadas, urbanas y masculinas-, la televisión ha sido el canal preferente por el que se ha consumido información política. Y estos contenidos han vivido una evolución significativa en los últimos años, modificando con ello la estrategia de comunicación de partidos y líderes.

Los debates televisivos de los ochenta, con programas como La Clave, en los que el reloj no existía y se utilizaba un lenguaje especializado para expresar argumentos extensos y complejos, han ido dando lugar progresivamente a espacios en los que la pantalla está dividida en cuatro imágenes y se tasa cada intervención, como sucedía en laSexta Noche. En las primeras décadas de la democracia era necesario dar a conocer a los líderes -los cuales se reconocían mutuamente el valor personal de liderar diferentes opciones partidistas- y las ofertas programáticas de izquierda y derecha en un país huérfano de referencias y argumentarios propios de los países europeos de nuestro entorno. Ahora estamos en otro momento histórico, la consideración hacia la clase política es mucho menor y se busca reforzar las diferencias y alimentar a los simpatizantes con más fuerza.

La familiarización con la oferta partidista demócrata, la estabilidad de la propia democracia, la alfabetización política de la sociedad española y la evolución de los formatos de televisión favoreció espacios como 59 Segundos, en 2004 en La1, en el que se limitaba a menos de un minuto el tiempo de cada intervención, so pena de que se bajara el micrófono y le dejara con la palabra en los labios. Se buscaba concreción de los discursos y, con ello, se reducía la carga de profundidad de las argumentaciones y había que recurrir a elementos expresivos potentes y breves.

Estas dinámicas narrativas del politainment -los contenidos políticos ofrecidos en formatos de entretenimiento- recuerdan a las retrasmisiones deportivas, por su dinamismo y multiplicidad de impactos simultáneos para atrapar a la audiencia. Este nuevo paradigma comunicativo requiere de discursos eficientes y efectistas -a través de la simplicidad, el dramatismo o la rotundidad, por ejemplo- para ser recordados y todo ello coadyuva a recurrir a insultos o términos llamativos, excesivos, que capturan mucho significado en poco tiempo y con menos esfuerzo intelectual por parte de la audiencia.

Y cuando la política se había adaptado a esta metamorfosis de los programas televisivos para intentar llegar al electorado y movilizarlo, se enfrenta a la pérdida de la supremacía de la televisión como canal preferente para informarse para gran parte de la población: el informe del Reuters Institute de la Universidad de Oxford de 2024 afirma que el 48% de la población en España dice informarse a través de las redes sociales.

Del mismo modo que ha sucedido en el resto de democracias homologables, la clase política -y de manera destacada, los profesionales de la Comunicación Política- tuvieron que concebir una estrategia comunicativa en base a mensajes breves y sin intermediación periodística, pues no podía permitirse ignorar las lógicas y el potencial de las redes en el actual sistema comunicativo híbrido.

Recursos para adaptar los discursos políticos a las redes sociales

En la actualidad, estamos viviendo una transformación profunda en la forma en que los políticos se comunican con el público, impulsada por la irrupción de las redes sociales. Estas plataformas han establecido un nuevo ritmo de comunicación, donde la rapidez y la brevedad son determinantes. El éxito de Barack Obama, Donald Trump o Jaïr Bolsonaro, en América, no podría entenderse sin el uso de las redes. Pero, igualmente en España, Santiago Abascal, Isabel Díaz Ayuso, Pablo Iglesias, Albert Rivera o Pedro Sánchez, entre otros, entendieron la relevancia que tienen estos nuevos canales de información para conectar con la ciudadanía de manera más directa y efectiva.

No se trata solo de una cuestión de velocidad, sino que se ha visto alterado el mensaje. Ahora, la capacidad de resumir una idea compleja en apenas 140 caracteres, en un meme o en un vídeo de 15 segundos se ha convertido en una habilidad crucial. Y esta tendencia a la concisión tiene sus consecuencias: los mensajes se simplifican y las argumentaciones pierden profundidad. Esto ha dado lugar a un discurso político que, si bien es más accesible y v­iral, también es menos sólido en su desarrollo ideológico, lo que puede empobrecer el debate público y la comprensión de los temas más complejos.

Los ejemplos son demasiado abundantes. En agosto de 2024, Pablo Echenique hablaba de “fachos y terfos” en su respuesta en Twitter (ahora X) a Santiago Abascal. Alcanzó más de 200.000 visualizaciones. En mayo del mismo año, era Abascal quien acusaba a Pedro Sánchez de ser “aliado” de un asesino ultraderechista e islamófobo que había causado una matanza en Manheim, Alemania. Viralidad garantizada, alimento para los extremos con un significante que conlleva mucho significado.

Nos hallamos en un entorno de economía de la atención, donde existe numerosos mensajes políticos en soportes variados, se ha multiplicado la oferta electoral (hay más partidos que hace unos años y tienen muchos canales para comunicarse) y la ciudadanía no manifiesta más preocupación por la misma. Es una cuestión generacional que afecta a todos los ámbitos de la sociedad. El lenguaje político tiende a volverse extremo y polarizante para ganarse el codiciado interés de la audiencia y los insultos son un recurso para ello.

El lenguaje político tiende a volverse extremo y polarizante para ganarse el codiciado interés de la audiencia y los insultos son un recurso para ello

¿Qué suponen los insultos para la Comunicación Política?

El ministro Óscar Puente, tuitero sin filtros, reflexionaba sobre el uso de las redes sociales por parte de los políticos en un foro de su partido este verano. Afirmaba que en redes se juega duro y que la “sinceridad y concreción se confunden con agresividad”.  Asimismo, reconocía que gestionaba su cuenta en X a pesar de los consejos de los asesores que se centran en decirle que no haga “nada inconveniente”. Para los responsables de comunicación, estas ofensas generan crisis comunicativas que toca resolver, pero, si son planificadas, generan picos de atención mediática y desvían la mirada de otros temas.

¿Quién elige que un político en redes utilice estos términos? A pesar de la estrategia que trazan los profesionales de la Comunicación Política, cada líder debe respetar su propio perfil y ofrecer una imagen reconocible y coherente en todos sus mensajes. Es inimaginable, por ejemplo, que Margarita Robles o Aitor Esteban soltaran alguno de los exabruptos aquí expuestos. Seguramente, pocos Dircoms recomienden recurrir al insulto, aunque existen evidencias de que algunos partidos y líderes optan por una imagen de marca más agresiva con perseverancia, pero, en otros casos, también existe un componente personal, un humano con acceso a “postear” con la sangre caliente desde su móvil.

Cada líder debe respetar su propio perfil en RRSS y ofrecer una imagen reconocible y coherente en todos sus mensajes

Los insultos han venido para quedarse

El uso de ofensas en política no parece ser una moda pasajera, sino una tendencia sistémica tolerada por la ciudadanía con matices generacionales. Para los estudiosos de la Comunicación o la Ciencia Política, reflejan una carencia de recursos expresivos más elevados y una falta de respeto profesional -sino personal- por la opción política del oponente; para los estrategas, pude ser un camino corto para conseguir atención, que se tolera cuando se ve como una respuesta directa y emocional frente a una política que se considera antigua y burocrática; cuando sintoniza con las formas de la sociedad. El insulto ha pasado a ser percibido como una muestra de que los políticos se indignan, pisan la calle y hablan como la gente corriente.

El insulto ha pasado a ser percibido como una muestra de que los políticos se indignan, pisan la calle y hablan como la gente corriente

El populismo ha exacerbado esta situación, utilizando malos modos para desafiar las formas institucionales y, en los últimos tiempos, como en las elecciones europeas de 2024, está dando buenos resultados. Así, en su canal de Telegram (que no solo de X vive la política), Alvise Pérez (líder del partido populista Se Acabó la Fiesta) decía este mes de agosto, sin ir más lejos, que los periodistas de la prensa informativa generalista española son “mercenarios extorsivos” o “mafiosos” y pedía juzgar a Maduro “con la pena de la horca sobre la mesa”, logrando muchos aplausos y reacciones de apoyo de los miembros de su canal.

En un contexto donde el CIS refleja sistemáticamente en sus barómetros el descrédito de las instituciones políticas, como los partidos, usar agravios se concibe como una crítica al sistema desde dentro. Una relajación de las formas para acercarse a la ciudadanía y su manera de expresarse sobre los problemas sociales. Mientras el votante no penalice electoralmente términos como los expuestos anteriormente u otros más duros como los de Óscar Puente (“saco de mierda”), Isabel Díaz Ayuso (“Hijo de puta”), Ortega Smith («montonero tucumano”), Abascal (“filoetarras”, “necrófilo”) y tantos otros y otras, la clase política no encontrará incentivo suficiente en el cumplimiento de las normas de cortesía institucional y el respeto democrático al adversario, del que hablábamos en los inicios de la democracia, para dejar de utilizar los insultos.

Es necesario detenerse a reflexionar sobre cómo el uso de ofensas en el discurso parlamentario, que queda registrado en el Diario de Sesiones del Congreso y del Senado (a menos que se ordene su retirada del primero), esto es, en la Historia del Parlamentarismo español, está contribuyendo a una alarmante simplificación y empobrecimiento del debate ideológico. Sin embargo, el problema no se limita al ámbito institucional. La normalización de este tipo de ataques verbales está elevando peligrosamente el nivel de agresividad en el debate político ciudadano, lo que se conoce como polarización afectiva. Esta escalada de tensión ha llevado a que muchos políticos -más aún en el caso de las mujeres- reciban insultos en redes sociales por parte de ciudadanía o sean objeto de gritos e incluso amenazas en la calle, en una preocupante repetición de los lemas incendiarios que han resonado en boca de nuestros propios representantes.

La normalización de este tipo de ataques verbales está elevando peligrosamente el nivel de agresividad en el debate político ciudadano

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