Teresa Ciges

 @Teresa_Ciges

Consultora en comunicación política. Doctoranda en la UB. Autora del libro ‘Dels faristols als pòdcasts’

No nos informamos como lo hacíamos hace una década y tampoco decidimos nuestro voto como lo hacían nuestras madres y padres. Se han producido cambios en el paradigma político -fragmentación, volatilidad, polarización, desafección, importancia de las emociones– y también en el comunicativo: las redes sociales han cambiado la forma de comunicar, la Inteligencia Artificial plantea nuevos retos y han aparecido nuevas audiencias que consumen información de una forma diferente. Además, hay una nueva generación de jóvenes con nuevas actitudes ante la política -se moviliza por causas, apuesta por nuevas formas de expresión política y es la más volátil, la que más cambia su sentido de voto- que reclama a gritos ser escuchada.

Ante este nuevo escenario, la política debe adaptar sus estrategias y utilizar las nuevas oportunidades comunicativas que tiene al alcance para hacer frente a los principales retos sociopolíticos. Muchos pensaron que con tener presencia en el entorno digital y hacer de las redes sociales un escaparate en el que mostrar sus acciones y sus propuestas era suficiente, pero no. Las redes no deben ser un escaparate, sino un lugar de interacción con la audiencia, convertida en comunidad, que la política tiene que utilizar para movilizar y convencer a sus votantes, pero también para interpelar a aquellas personas indecisas o que han desconectado y piensan quedarse en casa.

En este sentido, estrategias como la personalización política o el uso del infoentretenimiento se han demostrado útiles para que la política llegue a una ciudadanía que no consume habitualmente información política. Lo hemos visto en la televisión con formatos como Las noticias del guiñol o el Polònia, pero también en programas cuyo hilo conductor no es la política y en los que todos los líderes quieren aparecer durante la campaña electoral, como puede ser El Hormiguero.

Algunos partidos, principalmente los de más reciente creación, aunque también ‘tradicionales’ como el PNV o ERC, han hecho una buena lectura del ecosistema comunicativo y han apostado por tener presencia en espacios digitales con grandes audiencias o pequeñas, pero segmentadas. Han dado el salto participando en podcasts o canales de YouTube de creadores de contenido, e­ntendiendo y asimilando que los hábitos de consumo audiovisual han cambiado y que estos son los formatos que mejor cabida están teniendo, sobre todo entre el público más joven.

Además, han surgido en la escena unos nuevos aliados y prescriptores que son capaces de acercar el mensaje, implantar marcos y marcar agenda con un lenguaje auténtico y fresco, alejado de lo corporativo, con el que se identifican las nuevas generaciones: los influencers. A pesar de que en muchos círculos se les ha menospreciado y dejado de lado, su papel cada vez está cobrando más importancia y han pasado a formar parte de los actores comunicativos que debe tener en cuenta la política para hacer llegar sus ideas a los electores, junto con los medios de comunicación y la propia ciudadanía.

Cuando hablamos de influencers no solo nos referimos a los que centran su contenido en cuestiones políticas, sino también a aquellos perfiles que hablan de todo y, de forma puntual, también de política. Estos son los más interesantes para la comunicación política, puesto que tienen un público más transversal y son capaces de enviar mensajes claves a personas que no esperaban encontrar un contenido de esas características y hacer que este sea más asimilable al venir de una persona referente para ellas.

Sin embargo, tal y como apuntaba con anterioridad, los actores políticos tienen en sus manos las redes sociales, que les ofrecen una gran variedad de formatos y opciones -clásicas o disruptivas (¡hay para todos los gustos!)- para llegar a sus públicos objetivos. Y la gran ventaja de estas es que no es necesaria la intermediación de los medios, de los influencers o de la propia ciudadanía (como productora de información), para poder conseguirlo. En España, La Tuerka, nacida del entorno de Pablo Iglesias, supuso un antes y un después en lo que a la generación de contenido propio se refiere, en este caso buscando alianzas con medios de comunicación. No obstante, fue con La Fábrica, de Gabriel Rufián, donde la autoproducción digital de contenidos en formato podcast se acabó implantando y normalizando: desde la Moncloa, pasando por el PP, Felipe González, Ana Pontón o Joan Baldoví. Estos son solo algunos ejemplos de instituciones, partidos y líderes políticos que han incluido la autoproducción de contenidos digitales en su estrategia comunicativa.

Sin duda, el objetivo es llegar al público despolitizado. Y los podcasts, los influencers y los nuevos formatos comunicativos que utilizan lenguajes cercanos, interpelan y generan identificación, nos ayudan a ello. Se trata, a fin de cuentas, de adaptarse al nuevo contexto comunicativo y utilizar todos los canales que se tengan al alcance -y sean coherentes- para acercar la política a la ciudadanía.

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