Por Grisel Salazar Rebolledo. maria.salazar@cide.edu,
CIDE, División de Estudios Políticos Red de Politólogas
Los tiempos actuales están marcados por una contradicción para el periodismo. Mientras la revolución tecnológica ha permitido la aparición de nuevos formatos y el acceso a nuevos públicos, al tiempo que ha facilitado poderosos recursos de investigación, los ataques contra los periodistas han ido en aumento y los intentos por controlar el discurso mediático han proliferado, incluso en democracias formalmente establecidas.
La expectativa de que la caída de los autoritarismos se traduciría en mejores condiciones para la libertad de expresión devino en desencanto, desmentida por el abanico de estrategias utilizadas por los actores políticos para intervenir sobre los contenidos de los medios. Estrategias que incluyen ataques simbólicos, confrontaciones en redes y descalificaciones públicas al trabajo periodístico, fundamental para la vigilancia del poder y para la toma de decisiones democrática.
Muchos análisis consideran que la consecuencia lógica de los ataques contra la prensa es un inevitable repliegue del periodismo de investigación y de la función de los medios como contrapeso. La evidencia muestra, sin embargo, que esto no siempre es así. América Latina provee un mosaico útil para reflexionar al respecto. Vemos, por ejemplo, que en países como Cuba o Venezuela, muchos periodistas han utilizado estrategias novedosas y de auto-organización para sortear los controles gubernamentales. En otras latitudes, como El Salvador o Nicaragua, el señalamiento y la estigmatización ha provocado el exilio de periodistas y el cierre de medios independientes. ¿De qué depende que la prensa continúe realizando una labor crítica en contextos de democracias disminuidas? ¿En qué casos los intentos de manipulación son exitosos?
Para entender las capacidades de resistencia de la prensa crítica, lo primero es concebir a los medios como actores políticos, con recursos y estrategias propias, en lugar de hacerlo como un elemento que sufre pasivamente los embates y cede indefectiblemente a las presiones. Es precisamente la capacidad de agencia de los medios la que les permite utilizar recursos del entorno para aliarse con otros actores, negociar, movilizase, auto-organizarse, buscar el apoyo ciudadano o internacional e idear otras estrategias para resistir los intentos de control y censura. Por ello, dar por sentadas las reacciones de los medios frente a los intentos de manipulación conduce a conclusiones imprecisas.
En segundo lugar, es necesario reconocer que, si bien la violencia es la expresión más cruenta de los intentos de control sobre la prensa, hay un amplio abanico de estrategias y modalidades para buscar limitar o intervenir en los contenidos mediáticos. Algunas son de aplicación más sutil, como el clientelismo; otras, están ancladas en el propio marco legal, como el uso de las leyes contra la difamación, el desacato, o los cercos informativos.
Además, la erosión democrática se suele entender como un proceso nacional, en el que poco se voltea a ver las variaciones subnacionales, cuando en los hechos ese es el ámbito en el que más se padecen las consecuencias de los intentos de manipulación sobre los medios. En un análisis conducido para comprender las capacidades de resistencia de la prensa local mexicana se ha evidenciado que, para romper las pautas de dominación estatal sobre la prensa, es necesaria la intervención de actores que se desempeñen como aliados estratégicos de esta. En ese sentido, el respaldo de la sociedad civil organizada, de instituciones de contrapeso y rendición de cuentas y de los propios lectores son elementos fundamentales para que la prensa continúe realizando su labor.
De acuerdo con el estudio citado, el respaldo de las organizaciones de la sociedad civil incrementa hasta en un 40% la presencia de contenidos críticos, aun bajo condiciones de clientelismo, y en poco más de 15% bajo condiciones de violencia contra la prensa. Asimismo, la existencia de un poder judicial independiente incrementa en 16% la posibilidad de que la prensa continúe ejerciendo su labor crítica, mientras que la presencia de redes de periodistas lo hace en un 14%, aun cuando existe un marco legal restrictivo.
En suma, la posibilidad de que la prensa continúe realizando su función de vigilancia debe discutirse desde la posibilidad de los apoyos plurales y en su inserción institucional amplia. La evidencia señala que la prensa es uno de los primeros actores que despiertan a las fracturas de los regímenes autoritarios y, también, que es uno de los últimos en someterse a los controles. Pero cuando avanza sola, sin aliados que le acompañen o le respalden, el desenlace más probable será la instalación de la intimidación y el silencio.
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