Por Nadia Rodríguez, @Nadiarcc, consultora experta en comunicación política en Ideograma
La polarización es, sin lugar a duda, una de las características definitorias de la política estadounidense del siglo XX. Su modelo, parece haberse convertido en un mecanismo de creación de subgrupos de ciudadanos con ideas afines -y opuestas entre sí- extremadamente eficiente. Esta tendencia divisoria, que encuentra su origen en la tradición colonial británica del sistema político económico estadounidense1, ha ido creciendo de forma abrupta en los últimos años.
De hecho, si ponemos el foco en las investigaciones realizadas por el Pew Research Center durante los últimos 20 años2 avistamos una respuesta clara: si en algún momento pareció que ambos partidos moderaron pasiones y firmaron un duopolio comprometido con la complacencia moral, especialmente en el tema racial; en la actualidad el gap y la tensión entre republicanos y demócratas con respecto a sus opiniones y valores políticos se ha desgarrado profundamente y el surgimiento de una crisis sanitaria como la actual no ha hecho otra cosa que profundizar la separación entre republicanos y demócratas.
Probablemente, el carácter disruptivo y el estilo provocador del actual presidente, Donald Trump, es la evidencia más tangible de la vasta y creciente brecha que atraviesa la sociedad estadounidense, una fisura que ensancha y cristaliza las distancias ideológicas existentes. Grandes movilizaciones sociales, una nueva agenda política, la aparición de fake news, la incorrección política o la rebelión de las bases son sólo algunos de los motivos que explicarían la separación y el desplazamiento de la opinión pública hacia los extremos. Pero hay mucho más. Factores socioculturales como la religión, la raza, la etnia, el género y las subdivisiones territoriales son el telón de fondo de unos comicios que activan e intensifican la proclividad hacia la división partidista, la profunda animosidad en la que conviven las dos visiones del mundo de cada partido; enfoques y programas excluyentes y hostiles entre sí.
Esta realidad entronca con el “law of group polarization”; un fenómeno que explica porqué los grupos sociales afines tienden a moverse conjuntamente hacia el extremo marcado por sus propios juicios de valor. Así, el votante que perciba el calentamiento global como un grave problema, tras compartir y discutir su opinión colectivamente, insistirá en la implementación de medidas severas contra la crisis ambiental. Se alcanza, por tanto, el consenso grupal extremando posturas. Es lo que se conoce como cascada social, una experiencia que se encuentra intrínsecamente asociada a la polarización grupal.
También se identifica un aumento de lo que se denomina polarización afectiva3, una tendencia psicológica basada en la desconfianza y enemistad entre las partes que se ha ido acentuando con los años y que, sin lugar a duda, deteriora la salud democrática del país.
De esta forma, en un contexto marcado por el resurgimiento de movimientos de protesta racial como el Black Lives Matter, no es de extrañar que se hayan intensificado las discordancias internas del electorado demócrata, sobre todo aquellas relacionadas a cuestiones como las de la raza y el género; elementos que suscitan en 2020 mayores disonancias entre los encuestados de lo que revelaron los mismos informes realizados durante la campaña de 2016. Porcentualmente, vemos como el 74 % de los partidarios de Biden afirman que es mucho más difícil ser negro que blanco en EE. UU., en las anteriores contiendas (2016) esta misma pregunta contaba solo con el 57 % del soporte de los votantes.
Sin embargo, a pesar de que los cambios de percepción en referencia al racismo estructural se hayan localizado particularmente en la deriva demócrata, las coaliciones de Biden y Trump divergen en otros patrones de opinión. De hecho, las disimilitudes conductuales identificadas trascienden de la esfera política y llegan a interferir incluso en los hábitos de movilidad. Se ha visto cómo superar la tirantez normal que lleva implícita cualquier democracia y escalar la tensión hacia los extremos ha tenido consecuencias en la forma de transitar en las ciudades. Según el informe COVID-19 Community Mobility4 realizado por Google, en los condados demócratas la movilidad se redujo más que en los republicanos. ¿El motivo? El escepticismo y la desconfianza alentada por los discursos más conservadores han alejado al votante de las autoridades científicas.
En este impasse ideológico, y mientras “el viejo mundo se muere y el nuevo tarda en aparecer”5 deberemos, a fin de mitigar la polarización, aprender a remar hacia nuevos consensos, nuevas coaliciones y, en definitiva, una nueva política cuyas coordenadas comunicativas rehúyan de la retórica del odio para desactivar la propagación de todos aquellos mensajes que, lejos de democratizar el discurso social, obstaculizan la gobernabilidad democrática perpetuando sentimientos como la hostilidad y el desprecio.
1 POOLE, KEITH T. Las raíces de la polarización de la política moderna en los Estados Unidos. Rev. cienc. polít. (Santiago) [online]. 2008, vol.28, n.2, pp.3-37. ISSN 0718-090X. http://dx.doi.org/10.4067/S0718-090X2008000200001. 2 Political Polarization, 1994-2015. (2020). Retrieved 23 September 2020, from https://www.pewresearch.org/politics/interactives/political-polarization-1994-2015/ 3 Yengar, S., Lelkes, Y., Levendusky, M., Malhotra, N., & Westwood, S. J. (2019, mayo). The Origins and Consequences of Affective Polarization in the United States. Annual Review of Political Science. https://www.annualreviews.org/doi/abs/10.1146/annurev-polisci-051117-073034 4 COVID-19 Community Mobility Report. (2020). Retrieved 23 September 2020, from https://www.google.com/covid19/mobility/ 5 Gramsci, Antonio (2013). Antología. Madrid: Akal.
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