Por Daniel Valdivia, @danivaldivia15, Sociólogo y politólogo. Presidente del Consejo de la Juventud de Andalucía. Doctorando en la Pablo de Olavide y becario en el CIS
La esperanza solo será transformadora si no está sola”, Remedios Zafra.
La desafección política se propaga entre los jóvenes. La sensación de abandono respecto a las instituciones cada vez se torna más común. En la actualidad, solo uno de cada cinco jóvenes españoles se siente asistido por el Estado. Por si fuese poco, a este distanciamiento con la política se une la incertidumbre vital, bandera de una generación donde tres de cada cuatro jóvenes piensa que vivirá peor que sus padres. Un caldo de cultivo que no solo conduce hacia el abandono de la vida pública; también favorece la asimilación de discursos de odio y la inmersión en comunidades y movimientos extremistas. Ante esta situación de vulnerabilidad juvenil, la comunicación política debe jugar un papel clave, siendo capaz de distanciarse para comprender qué esta pasando y comprometerse para poder proponer alternativas que reconcilien a los jóvenes con la democracia.
Pese a que las movilizaciones altermundistas invitaban a pensar en la juventud como principal artífice de una profundización democrática, pronto comprobamos que la ocupación del espacio público para la protesta política no sería el único escenario de participación juvenil. Poco después de aquellas grandes manifestaciones asistíamos a la irrupción de la ultraderecha, cuyo torrente comunicativo, con canales y códigos propios, ha tenido el ámbito digital como principal espacio de participación. Las redes sociales han facilitado la construcción de comunidades dispersas en la red, lugares donde se viraliza el contenido ofrecido por los diferentes actores de la ultraderecha y se ofrece un espacio donde compartir el rechazo al feminismo, ecologismo y otros movimientos sociales. Este discurso político, elaborado en forma de reacción contra los cambios sociales que han venido y están por venir, se ha servido de los nuevos formatos de la comunicación política para extenderse y alcanzar cuotas mediáticas que, en países como España, parecían inimaginables ante la supuesta ‘excepcionalidad’ española respecto a la derecha radical.
El lenguaje agresivo, la simplicidad y la retórica populista son las tres claves de la comunicación de la ultraderecha, ejes vertebradores de discursos que canalizan los miedos de una generación donde las certezas se han transformado en inquietudes. Las acciones comunicativas de partidos de ultraderecha, de youtubers como ‘Un Tío Blanco Hetero’ y de medios como ‘Estado de Alarma’ se rigen por estos principios.
Twitch se ha convertido en la siguiente fase de la evolución del infotainment, ofreciendo horas de un entretenimiento ‘informado’ capaz de seducir a cientos de miles de seguidores. La narrativa de estos streamers se alimenta de la ansiedad, social y económica que sufre la juventud, ofreciendo una alternativa en clave adversativa al feminismo, al ecologismo y al resto de movimientos sociales. Así, estos discursos traspasan lo digital para alcanzar institutos, universidades y otros espacios de socialización, logrando permear en la juventud hasta el punto de convertirse en un elemento central en la identidad de numerosos jóvenes.
El caldo de cultivo, con una mayoría de jóvenes sin confianza en la democracia, el Estado y el futuro, obliga a repensar el papel de la comunicación política para que esta no se limite a vender el vacío. Recuperar los afectos de los jóvenes requiere la aplicación de algunas de las técnicas que ha empleado de manera tan exitosa la ultraderecha, pero trasladando el motor de la acción desde el miedo y el odio hacia la ilusión y la esperanza. Memes, redes de solidaridad, creación de nuevos espacios de socialización…, son muchas las posibilidades que ofrece la comunicación política para que la afección democrática de la juventud deje de ser una utopía. Aunque el técnico autoritarismo de la ultraderecha y el abandono de la vida pública sean hoy dos de las respuestas más comunes entre la juventud, todavía podemos imaginar una alternativa al hartazgo y la decepción permanente. Nuevos discursos sociales, como ha demostrado el triunfo de Boric, donde la esperanza surge como expresión colectiva del cambio. Solo la comunicación política, ética y comprometida con el marco democrático, puede poner la música que haga posible la esperanza.
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