Marta Fraile

@FraileMaldonado

Científica y vicedirectora del Instituto de Políticas y Bienes Públicos

@IPP_CSIC

Covadonga Meseguer

Profesora de Economía y Política internacional en ICADE

Hubo un tiempo en que la profesión política fue prestigiosa. A pesar de los desafíos que conllevaba, la vocación de servicio público o el empoderamiento que suponía mejorar la vida de la gente parecían suficientes para generar gratificación entre quienes la ejercían, así como reconocimiento entre la ciudadanía. Cierto, desde los tiempos de la república romana, la trastienda del poder ha sido siempre menos brillante: luchas por la promoción personal, traiciones, conflictos, desacuerdos o incluso marginación dentro de tu propio partido.  Sin embargo, la aceleración de los tiempos, el continuo escrutinio de la actividad política provocado por los medios y las redes sociales, el uso desmedido que los líderes políticos hacen de ellos y un ambiente electoral permanente parecen estar empujando a la profesión política a un callejón sin salida. Esta situación puede tener consecuencias relevantes para la selección de quienes se acaban dedicando a esta actividad.

La preocupación por el bienestar psicológico de nuestros políticos, sus causas y sus consecuencias, ha impulsado la aparición de iniciativas y estudios para entender mejor por qué la dedicación a la política parece conllevar una renuncia al equilibrio emocional y al bienestar personal. Entre estas iniciativas destaca el informe ‘Meros Mortales’ realizado por la organización Apolitical. En él se muestra evidencia sobre el bienestar mental de la gente que se dedica o se ha dedicado a la política. Para ello, se ha recogido un número limitado, pero revelador, de encuestas y entrevistas en profundidad a políticos en activo y expolíticos. Sin pretensiones académicas, el informe persigue llamar la atención sobre las consecuencias que la dureza de la profesión puede tener a la hora de preservar el sano juicio (en sentido literal) de nuestra clase política, las consecuencias que ello puede tener sobre la toma de decisiones y las políticas públicas y, sobre todo, situar el foco en el escaso atractivo de la política para las nuevas generaciones. Como varios políticos y políticas han manifestado (Sanna Marin en Finlandia, Jacinda Arden en Nueva Zelanda, Nicola Sturgeon en Escocia o Jakob Elleman en Dinamarca, entre otros) ser político hoy implica aceptar el escrutinio público de la vida personal y profesional y someterse a una evaluación constante que en ocasiones roza la intimidación. Un buen ejemplo de ello son los ‘odiadores’, figuras obsesionadas con la ‘aniquilación’ de políticos. Tal peaje disuade a la mayoría de involucrarse en política y, en cambio, la hace atractiva a personalidades con rasgos psicológicos ‘patocráticos’.

Basado en 88 encuestas y 30 entrevistas en profundidad, sobre todo a mujeres en el ejercicio de la política ubicadas en países avanzados, el informe apunta a que, como ya han mostrado otros trabajos académicos, la salud mental de los políticos es peor que la de otras profesiones igualmente sometidas a una presión alta. Esa presión i­mpide la reflexión serena, tan necesaria para afrontar los problemas sociales de largo recorrido. La dureza de la profesión es disuasiva para muchos y, especialmente, para mujeres, jóvenes y minorías étnicas, lo que redunda en una representación política exigua.

El informe ‘Meros Mortales’ apunta a que la salud mental de los políticos es peor que la de otras profesiones igualmente sometidas a una presión alta

Además, las y los entrevistados y encuestados en el informe señalan la falta de ayuda, asesoría o entrenamiento en esta faceta de bienestar mental (en realidad, en cualquiera). Finalmente, quienes participaron en este estudio manifestaron su deseo de obtener este tipo de apoyo y, al mismo tiempo, el reconocimiento del fuerte estigma asociado al hecho de admitir la existencia de problemas de salud mental en entornos políticos. Precisamente, este último dato dificulta la investigación rigurosa sobre el tema. Pocos políticos responden con sinceridad a preguntas sobre su bienestar mental y menos aún dan un paso al frente para hablar públicamente de ello. Hasta donde sabemos, en España carecemos de evidencia sobre el bienestar mental de los políticos y sus necesidades al respecto, salvo algún valiente ejemplo aislado.

En España carecemos de evidencia sobre el bienestar mental de los políticos y sus necesidades al respecto

En un libro r­eciente, el profesor James Weinberg de la Universidad de Sheffield utiliza entrevistas a políticos nacionales del Reino Unido, Canadá y Sudáfrica para identificar los principales estresores a los que dice e­nfrentars­­­­e la profesión. Los más citados son los asociados con el estilo de vida y sus r­epercusiones familiares, los relacionados con la falta de conocimiento y apoyo a nivel organizativo -incluida la alta competitividad dentro de los partidos políticos-, y los vinculados a la desconfianza que perciben por parte del público, a menudo reflejada en un cinismo creciente hacia la profesión. Este ‘estresor de la desconfianza’ redunda en políticos que se sienten menos eficaces políticamente hablando y más deprimidos. Las consecuencias de esto último para la toma de decisiones pueden ser severas y, por tanto, es de interés público atender a estos estresores en el ejercicio de la política.

¿Es posible cambiar esta situación? No cabe duda de que mantenerse mentalmente sano en un entorno tan feroz como el de la política requiere no solo de entrenamiento individual o grupal para aumentar la resiliencia personal y mejorar en habilidades emocionales. También son necesarias innovaciones institucionales para ayudar a los políticos en el ejercicio de la profesión y contribuir a humanizarla.

Ante la evidencia de la ausencia de formación específica para la profesión política, se vislumbra un cierto movimiento de la sociedad civil para formar al nuevo liderazgo político. Algunas organizaciones, como las mismas academias promovidas por Apolitical, empiezan a incorporar en los programas de formación política aspectos relativos al autoconocimiento, como el cultivo de habilidades psicológicas y emocionales. La aparición de ‘incubadoras de políticos’ es de interés académico porque refleja una respuesta de la sociedad civil a las demandas de un liderazgo político diferente. Aún desconocemos el impacto de estas organizaciones o la eficacia de las intervenciones que promueven, dada su novedad, pero es dudoso que, sin iniciativas paralelas para humanizar la actividad dentro de los partidos políticos y parlamentos, este nuevo liderazgo pueda florecer.

La aparición de ‘incubadoras de políticos’ refleja una respuesta de la sociedad civil a las demandas de un liderazgo político diferente.

No obstante, queda mucha carrera que recorrer hasta que cambie la visión sobre la profesión política, no solo desde la sociedad sino también entre los mismos políticos, acostumbrados a la proliferación de insultos, ataques en público, ridiculización del adversario y actitudes chulescas. Quizás la primera y urgente tarea de los nuevos liderazgos sea, precisamente, reflexionar e impulsar códigos de conducta y reglas para una acción política más humana y ecuánime ante los intentos de destruirla.

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