Por Juan Luis Fernández @juanlu_FL y Vicente Rodrigo @_VRodrigo
Vivimos tiempos de alta volatilidad para la influencia y la prescripción. Los marcos que utilizamos para traducir la realidad son cada vez menos nítidos, porque los sujetos y los fenómenos que marcan todo aquello que nos llega se han vuelto menos previsibles.
Por una parte, es más complicado identificar dónde y cómo emergen los temas. No en vano, los movimientos sociales y las tendencias a las que prestar atención para entender el mundo son menos evidentes y cada vez más intuitivos. Pero por otra parte, la agenda pública se ha vuelto definitivamente permeable. Así, las redes sociales y lo que podríamos denominar la comunicación en streaming han hecho que todo aquel que tenga un mensaje poderoso se pueda hacer con un hueco.
Hoy, asociaciones, políticos y empresas viven atentos al tuit, vídeo o comentario que pueda marcar el camino a seguir mientras los ciudadanos se adhieren en masa a fenómenos espontáneos que muchas veces no les da tiempo a digerir con la suficiente capacidad crítica.
Esto es un arma de doble filo para nuestras sociedades ya que, por un lado, es positivo que se rompa el monopolio de los que siempre han marcado la agenda, pero por otro somos vulnerables a los fenómenos que prenden rápido y no siempre tienen una legitimidad real respecto de los intereses sociales del momento, ni siquiera incluso de los que dicen representar, con el riesgo añadido de que se encuentren vacíos por dentro no sean tal y como se muestran.
Así, a menudo, es fácil que las causas se llenen de elementos simbólicos y proclamas biensonantes, pero se vacíen de contenido, llegándose a producir más adhesiones por efecto arrastre que por convicción personal.
Y el vacío de contenido puede entrañar peligro si un fenómeno se vuelve hegemónico: sus seguidores pasan a repetir proclamas que funcionan bien desde la perspectiva del marketing, pero que tienden a consumirse de forma acrítica. No deja de ser este, al fin y al cabo, uno de los ingredientes necesarios para la viralidad: escaso contenido técnico y gran impacto en términos de atracción y difusión.
Y es aquí cuando la prescripción empieza a carecer de legitimidad. A efectos prácticos, equivale, por ejemplo, al éxito de convocatoria de una gran manifestación, pongamos, por el clima, con asistentes que, por ejemplo, después no reciclan los residuos de sus hogares.
O cuando las causas también muestran su capacidad para dividir.
Los ciudadanos informados, ávidos de adherirse a la última moda que está en boca de todos, toman posición de manera visceral y precipitada, causando polarización, creando bandos. Adorando e idealizando o estigmatizando y odiando.
En los últimos meses, uno de los fenómenos que se venera y critica a partes iguales tiene nombre propio y es Greta Thunberg, cuyo activismo ha trascendido titulares a ambos lados del Atlántico. Thunberg representa para muchos ese arquetipo dañado, ese modelo de prescripción carente de legitimidad que influye a gran velocidad.
Su mensaje ha captado la atención de los medios y de las redes, de los políticos que la reciben en campaña electoral y de las empresas que quieren asociarse a ella. En cuestión de días, el ideal moral de la joven adolescente que hacía frente a los poderes establecidos pasaba a juzgarse como el juguete roto en manos de patrocinios y marcas.
El dilema nace cuando se plantea el hecho de que una adolescente de 17 años se haya integrado como miembro de pleno derecho en la cumbre mundial del clima de Naciones Unidas, o que haya protagonizado los titulares más virales de la misma por encima de los compromisos alcanzados por los Estados allí reunidos.
Se podría decir que somos más viscerales, pero también más caprichosos: el fenómeno o el tema del momento será digerido con un apetito voraz y no tardará en ser sustituido por el siguiente si no demuestra el suficiente calado o poso. Corresponde, pues, elevar el ratio de exigencia y, por qué no, de vigilancia, para que los cambios que necesiten las sociedades se produzcan esquiven lo superficial y se comprometan de manera efectiva e inclusiva.
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