Dos tormentas, y ni siquiera huracanadas, fueron suficientes para poner en evidencia el abismo que hay en la Argentina actual entre la épica comunicación política de los dirigentes, en especial del gobierno, y el mediocre resultado de las políticas reales, incapaces de reparar las deficiencias más primarias del país. Dos tormentas provocan la muerte de por lo menos 60 personas, y hace más de un año un tren que choca a 20 km por hora, la velocidad de una bicicleta, provoca la muerte de 51 personas. Ambos casos, que marcan a fuego el segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, nos dejan lecciones sobre cómo (no) abordar una crisis. Pero también nos ponen ante una evidencia más inquietante: cuando la comunicación política deja de ser una herramienta de la política para convertirse en la política misma, estamos en problemas.

Carlos Celaya, asesor de comunicación y periodista. Director de Diversa Comunicación.

E l mes pasado dos tormentas descargaron su furia sobre la capital de Argentina y sobre la capital de la provincia de Buenos Aires, La Plata. La primera lluvia convirtió en verdaderos ríos muchas de las calles de la capital y dejó seis muertos. La segunda, más fuerte, cayó sobre La Plata, la capital de la provincia más rica del país. Una ciudad evocada con orgullo por los historiadores del urbanismo argentino y que recibió una tromba de agua que la sumergió metro y medio en un par de horas. Murieron al menos 60 personas y unas 10.000 fueron evacuadas.

Entre las muchas fotos que se publicaron esos días, hay una que muestra una calle absolutamente sumergida en agua y fango. Del agua emerge, como superviviente, un poste con un cartel en el que se puede leer: “Aquí también la nación crece. Presidencia de la Nación”. Es uno de los muchos carteles y lemas de la comunicación institucional del gobierno argentino que exaltan las virtudes del “modelo kirchne­rista”, tal como se lo denomina.

La contradicción entre lo que dice el cartel y lo que pasa en la calle es palmaria. Tanto como la contradicción entre un discurso que habla de una “década ganada” al desarrollo con la transformación y modernización de Argentina y la imagen de unas autoridades sin capacidad para responder a la crisis por falta de medios que se han perdido en los caminos de la corrupción.

La gestión de una crisis puede ser mala, buena o regular pero, sobre todo, es una consecuencia. Responde a una forma de entender la organización, de entender el país y de entender la dimensión de los problemas.

Así que al repasar tres grandes “pecados” que cometieron los responsables políticos durante esos días, nos daremos cuenta que esos pecados forman parte de la metodología del poder para una parte de los dirigentes argentinos.

Improvisar, eludir, ¿mentir?: tres hábitos en la política nacional

La respuesta de los tres poderes (nacional, provincial y local) implicados en las inundaciones de Buenos Aires y La Plata mostraron, en un momento u otro y durante las primeras horas, las fragilidades de una comunicación política basada más en la retórica que en proyectar una gestión realmente exitosa.

Improvisar: un mensaje habitual de la política argentina

La improvisación fue lo más visible durante las primeras horas de la crisis. No parecía haber dispositivo de ningún tipo: ni de alerta, ni de rescate ni de comunicación. Los sistemas de alertas meteo­rológicas no pudieron advertir la magnitud de las lluvias porque el radar ubicado en el aeropuerto internacional de Ezeiza no funcionaba. Nadie advirtió nada. Ni mensajes de alerta, ni indicaciones para evacuaciones ni tan solo recomendaciones para sobrevivir en la inundación. Falló también la limpieza de los desagües y sumideros. Fallaron los mecanismos para contener agua y para canalizar arro­yos sencillamente porque a pesar de las advertencias de varios estudios no se realizaron obras de mantenimiento desde 2002. Falló el manejo del sistema eléctrico de tal manera que la luz tardó en volver días para desesperación de los afectados. Falló el operativo para actuar en la emergencia. Falló el transporte alternativo. Por momentos, durante las primeras horas, parecía evidente que no había una distribución planificada de los recursos humanos civiles y las fuerzas de seguridad no tenían una con­ducción coor­dinada. El viejo paradigma de la política argentina afloraba: “Ponga asfalto, que es lo que se ve. Y no haga nada bajo tierra, que no se ve y no da votos”.

Para corregir una radiografía que dejaba ver con claridad las múltiples fracturas del esqueleto argentino, se multiplicó la actividad de algunos dirigentes en los medios. Ruedas de prensa, paseos con botas de lluvia por los lugares afectados y hasta altos funcionarios en botes de goma rescatando ancianas. Pero eso fue mucho después, casi dos días, así que el mensaje gestual que se transmitió a la población en primer término fue una típica muestra de la política argentina: nada estaba preparado para afrontar las dificultades. A pesar de que las dificultades se repiten con frecuencia.

Eludir: ¿Dónde estaban?

¿Dónde estaban? fue la pregunta que más se escuchó cuando las aguas bajaron. Debe ser una de las preguntas más temidas por los dirigentes políticos cuando sucede una tragedia colectiva. Interpela directamente a su responsabilidad. Que el dirigente no esté cuando tiene que estar es algo que no olvidan los electores… a veces.

El alcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri, volvió de Brasil varias horas después de las inundaciones. También su número dos, desde Nueva York. La ministra de Acción Social, Alicia Kirchner, estaba en París. Y el alcalde de La Plata, donde la inundación fue más cruenta, estaba en una playa de Brasil. Las primeras 24 horas de la catástrofe sorprendieron fuera del escenario a la principal cadena de mando que debía aten­der el operativo.

La pregunta sobre dónde estaban los dirigentes se tradujo en una más letal para la democracia: ¿Dónde estaba el Estado? Ni en la televisión ni en la prensa escrita era fácil encontrar imá­genes de helicópteros, botes salvavidas o de personal identificado para el rescate; ni grupos de protección civil ni del ejercito. Las imágenes captaban solamente personas que se “autoevacuaban”, ya que ningún poder cumplía en las primeras horas correctamente con su misión: evacuarlos.

De nuevo, un mensaje “no verbal” salía de los resortes del poder: una ligera elevación de los hombros que escenifica el “¿y qué quiere que haga?”. Tan nacional.

Eso es lo que hizo, por ejemplo, el alcalde de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, en su primera comparecencia tras las inundaciones. Cuidó la escenografía, eso sí: una sala de mando del operativo de rescate. Dedicó unos pocos minutos a hablar de las operaciones de salvamento, a brindar información útil a la población y se sumergió de lleno en las quejas y acusaciones por la falta de financiación nacional para obras que eviten las inundaciones. Atacó al gobierno nacional por dejarlo sin recursos. No era lo mejor para mostrar liderazgo en ese momento. Dedicó más tiempo a eludir responsabilidades que a ofrecer información sobre el rescate. Algo parecido vivió la ministra nacional de Acción Social, Alicia Kirchner, cuñada de la Presidenta, cuando en su rueda de prensa, y tras ser insultada por los afectados de las inundaciones, prefirió hablar antes de “agitadores” que de “víctimas”. Polemizó con los afectados. Desautorizó sus quejas. También el gobernador de la provincia, Daniel Scioli, apareció en las cámaras dando la espalda a vecinos que lo increpaban.

La presidenta Cristina Fernández acudió al lugar de las inundaciones, lo que subió algunos puntos la gestión comunicativa de la crisis. Pero la intervención tuvo más errores que aciertos. Decidió ir a visitar el barrio de su infancia en el que vive su madre (rápidamente evacuada, por cierto) y recordar a los vecinos que ella, de pequeña, también vivió una inundación en su casa. Polemizó allí mismo con las víctimas sobre la intensidad de la lluvia. Y al ser interrogada por la ayuda, la presidenta sentenció: “Ese tema háblalo con el Gobernador o con el Intendente”.

¿Mentir? o cómo pegarse un tuit en el pie

El alcalde de la ciudad de La Plata no estaba en la ciudad la noche de las inundaciones. Pasaba unos días de descanso en Brasil. Pero en una sociedad que vive pendiente de los tuits de los políticos, él quiso aprovechar las redes sociales para ganar unas horas hasta volver a la Argentina. No fue buena idea. En su cuenta de Twitter se leyó esa misma madrugada: “recorriendo esta noche los refugios en la Plata”. Pero en realidad el alcalde seguía en Brasil. Y rápidamente se enteró todo el mundo. Trató de argumentar que fue un error de su departamento de comunicación pero el mal estaba ya más que extendido. Como redoblando la apuesta de la mala gestión de una crisis, el alcalde despidió a su empleado.

Sin aún poder establecer que se está falseando el número de víctimas de las inun­daciones, el manejo de los datos referidos a muertes está siendo motivo de polémica. El gobierno de la provincia estableció un mensaje del que no se movió durante varios días: hay 51 falle­cidos y no más. Sin embargo, un juez afirmó que había más muertos. Las dos morgues de la ciudad “filtraban” a la prensa cifras superiores al centenar de muertos y en las redes sociales se ha­blaba de casi 400. Cuando no hay claridad, el rumor se ensancha.

Del relato a la fábula

La incoherencia entre realidad y “relato” aparece en casi cualquier rincón de la comunicación oficial. Mientras la inflación de la estadística oficial es un 10%, la oposición la sitúa en un 25%. Mientras la estadística oficial habla de una pobreza que afecta a 6 de cada 100 argentinos, diferentes universidades y organizaciones sociales la coloca en casi un cuarto de la población. Mientras el crecimiento estimado por el gobier­no es de 1,9 puntos, los economistas hablan de un 0,3%. Según el gobierno, las reservas del banco central están en los 41.000 millones de dólares y según mediciones independientes, en menos de 35.000 millones.

Relato político es una palabra muy usada en la política argentina. Resume una mezcla de historia, consignas, emociones y mucha gestualidad y simbolismo. Adquiere potencia cuando se ajusta al estado de ánimo y cuando es coherente con lo que se vive.

Quizás una muestra clarificadora sea el spot “Dolores Argentina” para la campaña presidencial de Cristina Kirchner en 2007, que presentaba a través de una niña nacida en 2001 (el corralito, las manifestaciones bajo el lema “que se vayan todos”, la ira popular…) el renacimiento de la nación.

La voz en off preguntaba: ¿sabes lo que es tener un país que cada día crece un poco más? Sí lo sabes… y mostraba las imágenes de un país en movimiento en el campo, en la industria y en las ciudades a partir del gobierno de Néstor Kirchner, marido de la candidata, su padrino y su predecesor.

Hasta tal punto todo había mejorado con él que, como el spot nos decía, “A Dolores Argentina la llaman cada vez más Argentina y menos Dolores”. La campaña en aquella ocasión, y luego en 2011, reivindicaba una década de crecimiento a tasas chinas y una vuelta a la normalidad tras la crisis de 2001.

La pregunta sobre cuál ha sido el destino de la gran cantidad de riqueza generada en estos años aumenta ante la evidencia de unas infraestructuras absolutamente degradadas. Las informaciones periodísticas que vinculan al ex presidente Néstor Kirchner con un entramado de empresas que blanqueó, al menos, 60 millones de euros, abren más grietas en un discurso excesivo en las palabras y mediocre en las mejoras. Está por ver el coste electoral de estas incoherencias. Pero sin duda, el relato discursivo del gobierno se ha debilitado. La comunicación sin política no rinde. Y la democracia se juega mucho en eso.

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