Lorena Santos

Consultora en Asuntos Públicos – Silverback

Doctoranda en Filosofía-UCM

Las creencias a propósito de la violencia de género no solo sirven para justificar la violencia directa en contra de las víctimas, como, por ejemplo, cuando se afirma que la violencia de género que ocurre en la guerra es un daño colateral y sus víctimas son “casi” inevitables. Tales creencias sobre la violencia de género también condicionan el modo como describimos, pensamos o comprendemos este tipo de violencia. El problema con estas creencias es que hacen invisibles aquellos tipos de violencia en contra de las mujeres que no ocurren en espacios que habitualmente se piensan como violentos o peligrosos —p. ej. el callejón oscuro, la guerra, la prisión—, sino en espacios que, al ser supuestamente “seguros” por ser pacíficos, normales o cotidianos, se los cree falsamente exentos de violencia de género. De ahí la dificultad —y resistencia— para aceptar que en espacios como el matrimonio, en el interior del hogar o en los entornos laborales también ocurren agresiones. O que la violencia de género puede ocurrir en un evento público deportivo, como la entrega final de premios de la Copa Mundial de Fútbol Femenino.

En esta línea, Martha Nussbaum en Ciudadelas de la soberbia (2022) ha ido más allá al identificar tres estructuras institucionales estadounidenses —Judicatura federal, artes escénicas y el deporte universitario de élite— que otorgan un enorme poder a figuras masculinas soberbias, es decir, sujetos que se sienten por encima de la ley y por ende cosifican y menosprecian a sus subalternos. Nussbaum señala que se trata de diferentes “ciudadelas de la soberbia” que en virtud de su estructura pueden constituirse como espacios propicios para que individuos, con un excesivo poder, abusen tanto de hombres como de mujeres que están bajo su mando. Si bien el argumento de Nussbaum va encaminado a demostrar que las agresiones sexuales son abusos de poder, también abre una línea de investigación importante para la comunicación política feminista acerca de cómo se c­omunica políticamente el análisis detenido de las diferentes relaciones de poder que se crean en los distintos espacios en los que ocurre la violencia de género. Ir a las “ciudadelas de la soberbia” y a otros espacios análogos para comprender la relación de poder entre la víctima y el victimario —aun cuando éstos no sean conocidos entre sí— puede dar luces para desentrañar teóricamente la complejidad que plantea una experiencia como lo es la violencia de género y cómo esta se comunica e interpreta.

Los espacios en los que ocurre la violencia de género cobran absoluta relevancia cuando se quiere determinar los diferentes tipos de actores involucrados —agresores, víctimas y espectadores—, los tipos de relaciones entre los actores —de poder, afectivas— y las reglas de juego, normas y creencias que están operando en cada caso y posibilitan la violencia. En ese sentido, si nos enfocamos en el espacio —o, en otras palabras, en el contexto—, no todas las agresiones son iguales, ni ocurren del mismo modo: la violencia de género que ocurre al interior de la familia no es la misma que ocurre en el entorno laboral. Las teóricas feministas sobre la violencia de género como Susan Brownmiller o Kate Millet han hecho referencia a varios tipos de agresiones en contra de las mujeres que ocurren dentro del matrimonio, en los campus universitarios estadounidenses o en la guerra, por ejemplo, pero no profundizan en las complejidades de cada uno de estos espacios: pues en ellos se configuran diferentes relaciones de poder que pueden iluminar el modo como comprendemos las distintas formas de violencia de género.

Desde la comunicación política feminista urge analizar las creencias de fondo que en los discursos públicos incentivan a la violencia de género, mucho más ahora tras el caso del beso en la boca del presidente de la Real Federación Española del Futbol (RFEF), Luis Rubiales, a la jugadora de futbol, Jenni Hermoso, durante la entrega de medallas de la final del Mundial Femenino de Fútbol. ¿Qué nos demuestra este caso? ¿Cuáles son las creencias ocultas tras la declaración de Rubiales? La complejidad de este caso merece ser analizada desde la comunicación política feminista.

La “ciudadela de la soberbia” de la RFEF

El gesto del beso en la boca de Rubiales a Hermoso ha puesto en evidencia una “ciudadela de la soberbia” española: la Real Federación Española del Futbol. Aquí no solo tuvo relevancia el gesto en sí mismo —que tiene mucho significado—, sino también que el contexto en el que se ocurrió —la final del Mundial Femenino de Futbol— influyó para visibilizar el modo “habitual” en el que figuras de poder como Rubiales abusan del poder que ostentan. Este tipo de comportamiento es permitido y, como en el caso de Rubiales, incentivado en la “ciudadela de la soberbia” de la RFEF. 

Nussbaum señala que la cosificación es una acción en contra de las mujeres que surge de la soberbia de aquellos que se creen superiores y se atribuyen el derecho de despreciar, abusar o trasgredir los límites de aquellos que se encuentran en escalones más bajos de la jerarquía de poder. En ese sentido, la violencia de género no ocurre en el vacío, sino que es alimentada por creencias y hábitos de un sistema cultural específico. Creencias como que las mujeres son “seres subordinados que no valen tanto como los hombres”, incrementan la posibilidad de que las mujeres sean des-personalizadas –tratadas como objetos– para el uso masculino, negándoles su capacidad para consentir.

Esto se evidencia en la declaración de Rubiales, del pasado 25 de agosto, cuando afirmó que fue Jenni Hermoso la que acercó su cuerpo hacia él. Lo que está detrás de esta sencilla afirmación es la creencia de que la agresión no es agresión porque “ella lo pedía”. Es una justificación que pretende exculpar al agresor con el comportamiento supuestamente complaciente de la víctima. El riesgo de este tipo de comportamientos y declaraciones públicas es que refuerzan e incentivan formas de pensar equivocadas que operan en el modo como tratamos a las víctimas de violencia de género. Evidenciar mediante un análisis del discurso minucioso el mensaje oculto, previene de que este tipo de creencias se sigan diseminando bajo las sombras, en una sociedad que ya no tolera ningún tipo de violencia en contra de las mujeres.

Siguiendo con Nussbaum, cuando una mujer es vista como un mero instrumento se le niega su plena autonomía y subjetividad, y pasa a depender de las circunstancias el hecho de que la traten con más delicadeza o dureza. En el fondo de este asunto, operan creencias a propósito de la sexualidad femenina y masculina que configuran, a su vez, creencias a propósito de la violencia de género. Según Nussbaum, estas creencias consolidan los vicios tanto del dominador, que es la soberbia, como de la víctima, que es la sumisión.

La complejidad del consentimiento en la violencia de género

Vale la pena preguntarnos si Jenni Hermoso tuvo la oportunidad de consentir o al menos reaccionar al beso de Rubiales. Analicemos con detenimiento esta situación. Desde la perspectiva feminista se ha defendido el consentimiento como un modo de reafirmar la autonomía corporal de las mujeres, esto es, la idea de que la mujer puede decidir qué hacer con su cuerpo, quien tiene acceso a él y cómo tiene acceso. Así mismo, si tenemos en cuenta el Art. 178(1) del Código Penal, tras su modificación, señala que “[…] sólo se entenderá que hay consentimiento cuando se haya manifestado libremente mediante actos que, en atención a las circunstancias del caso, expresen de manera clara la voluntad de la persona”, y seguidamente en el punto dos hace referencia a “las situaciones de superioridad o de vulnerabilidad de la víctima”. Como ha defendido desde finales del siglo XX el feminismo, el consentimiento no se basa solamente en un expreso sí, y aunque el agresor consiga el sí de la víctima para “camuflar” su agresión, no significa que haya consentimiento. Rubiales excusa su comportamiento en el “sí” de Jenni Hermoso.  Pero, como es evidente en la norma, las circunstancias de cada caso imponen una realidad en la que la voluntad de la víctima puede ser constreñida y determina que pueda expresar lo que piensa o quiere con libertad. Es evidente que mientras te están observando 8,9 millones de españoles desde sus casas en un acontecimiento de orden internacional, como lo es la final del Mundial de Futbol Femenino, no queda otra opción que ceder, decir que “sí” y seguir adelante tras el beso.

Soberbia de “género”

Lo que más se evidencia en este caso es la soberbia, específicamente la de género, que Nussbaum la define no como una emoción de orgullo momentáneo, sino como una característica del carácter que tradicionalmente se ha incentivado en los espacios de poder gobernados por hombres. La “soberbia de género” conduce a legitimar culturalmente la cosificación y menosprecio de las mujeres. Pero en el caso Rubiales, ni la opinión pública, ni la sociedad española está dispuesta a soportar manifestaciones de poder basadas en la soberbia de género que transmitan un mensaje erróneo del modo como se deben construir las relaciones interpersonales. Por ello, tras este caso, no debe cesar el empeño desde todos los sectores de la sociedad para que contribuyamos en la reconstrucción de los espacios de vida —laborales, familiares, escolares, etc.—, esta vez basados en el reconocimiento mutuo y en el reconocimiento de la dignidad de aquel con el que vivo en sociedad.

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