¿un paso atrás en la tradición estadounidense de los debates?

Por Ismael Sánchez Cañavate, @cannavate Jurista y politólogo, consultor en Asesores de Comunicación Pública

Aún cuesta creerlo pero, sí, Donald Trump es el Presidente de los Estados Unidos de América. Con el ascenso del magnate quedó atrás el discurso de la esperanza de aquel que devolvió a la oratoria política el prestigio que había perdido hace tiempo, Barack Obama.

Como nuevo Presidente de la nación más poderosa del mundo, Trump pronto se expondrá al ejercicio de oratoria presidencial más relevante del panorama norteamericano, el Discurso del Estado de la Unión. Más allá de las promesas electorales, será el momento en el que presentará a la nación y a todo el mundo su visión de país y proyecto político.

Algunos nostálgicos no podremos evitar recordar al anterior Presidente frente al Congreso, defendiendo un discurso que ha tejido una narrativa presidencial histórica. Por ello, dedico este breve artículo a señalar cinco ideas del Discurso del Estado de la Unión de la era Obama.

La primera idea es la importancia de definir la narrativa. Obama siempre identificó en todos sus discursos roles narrativos como el héroe, la víctima, el villano y el crimen, lo que permitió reforzar la épica discursiva. Todos estos roles se intensificaban en la última parte del desarrollo de los discursos, dedicada a las relaciones internacionales.

Gran parte del éxito de su relato se debe también al uso del storytelling, que permitió reforzar la carga emocional del discurso, más cuando se trataba de historias de personas que se encontraban presentes en el momento de la pronunciación del mismo. Desde los Presidentes del Senado y Cámara de Representantes (republicanos incluidos) hasta personas ajenas de la vida política -como Cory Remsburg, la familia de Hadiya Pendleton o Scott Kelly-, cuando Obama involucró al auditorio en su discurso creó los momentos más emotivos.

En un escenario repleto de simbolismo y gracias al teleprompter, Obama pronunció ocho discursos que seguían una estructura común. Normalmente el desarrollo arrancaba con el bloque económico, le seguía uno social y concluía con la posición internacional del país. En todos los discursos han existido relatos permanentes en torno a cuestiones como la independencia energética, la falta de consenso entre los partidos o la reforma sanitaria.

Sin embargo, las temáticas del discurso y la estrategia argumentativa fueron cambiando en función de las mayorías del Congreso. Durante los dos mandatos de Obama, los demócratas, que empezaron teniendo la mayoría en la Cámara de Representantes y en el Senado, perdieron su dominio en favor de los republicanos a partir de 2014. De esta manera, Obama pasó de adoptar una argumentación didáctica a una más polémica, también como consecuencia del desgaste de las relaciones entre los dos partidos y entre el Capitolio y la Casa Blanca.

Como última idea, han existido dos relatos principales: uno dedicado a la recuperación económica y social (2009-2014); y otro enfocado al crecimiento (2015 y 2016). Para reforzar la carga emocional de sus 8 discursos, Obama apeló a los mitos americanos (el American Dream o los Padres Fundadores) y se apoyó en citas de personajes históricos (John F. Kennedy, Martin Luther King o el papa Francisco).

En definitiva, el Discurso del Estado de la Unión (State of the Union, SOU) no deja de ser lo que Daniel Boorstin denominó como un pseudoacontecimiento. Es decir, una actuación no dirigida a aliviar una necesidad instrumental, sino una puesta en escena que permite a los individuos cooperar en pro de una convivencia pacífica.

Ahora es el turno de Trump como presidente y el momento de comprobar si la posverdad sigue en boga tras la resaca electoral. Es el momento de comprobar si en política los llamamientos a la emoción y a la creencia personal siguen superando a los hechos objetivos.

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