Por María Fernanda González, PhD Universidad de la Sorbona (París) Profesora invitada Universidad Nacional de Colombia-Universidad de los Andes

La actual campaña presidencial ha sido una de las más largas de la historia colombiana. Se inició en 2016 con el plebiscito por la paz, aquel que buscaba refrendar los acuerdos entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la vieja e histórica guerrilla marxista-leninista de las FARC.

Ha sido una carrera de largo aliento que ha permitido no solo entender los principales desafíos y la visión de país de los candidatos presidenciales sino también conocer cuán dividido está el país frente a los temas de la paz.

El pasado domingo 27 de mayo se dieron cita los principales candidatos en las urnas. En la derecha se encontraban Iván Duque, miembro del partido Centro Democrático y delfín del expresidente Álvaro Uribe y Germán Vargas, hasta hace poco, vicepresidente de Juan Manuel Santos. Iván Duque, joven candidato de tan solo 41 años, con carisma e inteligencia, representa la renovación del uribismo. Considera, al igual que el presidente de Francia Emmanuel Macron, que en la actualidad no hay espacio para los debates ideológicos de izquierda y de derecha sino más bien la importancia de consolidar una posición de centro: “Yo me defino políticamente de extremo centro. Yo creo en el centro. Creo que hay que superar esos debates anacrónicos de izquierda-derecha”1.

Desarrolló una agenda muy centrada en los temas económicos, la búsqueda de legalidad y del emprendimiento. Pero más allá de los ejes programáticos, tal vez su principal característica ha sido la de anunciar su postura, heredada del expresidente Uribe, que de llegar al poder modificará el acuerdo de paz. En una entrevista afirmaba: “Nuestra crítica no es que exista un proceso de negociación para la desmovilización, el desarme y la reinserción. La discrepancia está en los beneficios que se le hayan entregado a las FARC, las discrepancias están en haber relativizado la justicia en función de una ideología de victimarios. La discrepancia está en igualar ante la justicia a quienes han defendido la paz como un principio constitucional para defender la vida y honra de los colombianos, las discrepancias están en que ellos crearon una justicia a la medida de sus pretensiones de impunidad”2.

Germán Vargas Lleras, continuador del santismo, es un líder político reconocido, miembro de una familia tradicional, de la oligarquía colombiana y que ha vivido para la política. Tuvo el discurso más técnico, gran administrador público, pero llevaba consigo el lastre de trabajar con la vieja política, la de las maquinarias y los favores políticos. En el centro ideológico se encontraba el profesor de lógica matemática Sergio Fajardo con una agenda nueva: la revolución de los valores, la ética y la transparencia tan necesarias en el país. Este candidato, el independiente de la campaña, tuvo como lema principal: llegar limpiamente al poder sin pagar un peso ni con favores políticos. El liberalismo estuvo representado por al exjefe negociador de la paz, Humberto de la Calle, un estadista liberal que ha ocupado los mejores cargos de la política nacional y quién logró sellar el acuerdo con la guerrilla más antigua del continente. Finalmente, en la izquierda se posicionó el exmiembro de la guerrilla del M19, exsenador y exalcalde de Bogotá, Gustavo Petro. Este se posicionó en la campaña con un discurso de izquierda, crítico y muy atado a los valores históricos de las luchas sociales: justicia social, los derechos humanos, la educación y el respeto por el medio ambiente.

Con gran acierto, las encuestas expusieron en anteprima el resultado de la votación. Pasaron a la segunda vuelta los dos polos opuestos ideológicos: la derecha de Iván Duque y la izquierda de Gustavo Petro. En tercer lugar, quedó el carismático profesor de lógica matemática Sergio Fajardo, quién, por muy pocos votos disputó con la izquierda el segundo puesto. De los resultados del pasado domingo quedaron claros varios temas. La política tradicional atada a las prácticas non sanctas perdió en las urnas. La Colombia de hoy cerró las puertas a las maquinarias y las componendas burocráticas, dejando en un cuarto lugar muy rezagado al candidato Vargas Lleras. Quedó claro también y a pesar de no haber logrado pasar a la segunda vuelta, la consolidación de un centro en la configuración política del país.

Así mismo el resultado es el reflejo del arduo trabajo que ha realizado un partido nuevo y disciplinado, el Centro Democrático. Un partido cuya existencia se le debe a la constancia del expresidente Uribe (2002-2010). Bajo su figura tutelar, Iván Duque junto con su fórmula vicepresidencial, Marta Lucía Ramírez lograron posicionar un discurso de recuperación de la seguridad, la legalidad y la equidad. Así lo afirmaba: “Yo creo que en Colombia no hay espacio para los extremos por lo menos desde la Constitución colombiana. No hay nada más centrista que la constitución colombiana sobre todo cuando define a nuestro país como un Estado Social de Derecho, cuando habla de utilidad social de la propiedad privada. Cuando habla sobre el sentido social de la empresa. Entonces yo creo que ahí es donde está el verdadero balance. ¿Cómo defendemos la propiedad privada, cómo defendemos el empresarismo, el capitalismo económico? Pero siempre teniendo como objetivo a las poblaciones más vulnerables”3.

Más allá de la agenda programática, la figura del expresidente Uribe genera posiciones extremas. En un sector es visto como un mesías y por lo tanto el voto puede leerse como la añoranza del regreso del uribismo. En otro sector su regreso es leído con preocupación por su beligerancia, su crítica visceral a la paz del gobierno Santos y su cercanía a un conservadurismo duro que no da cabida a las agendas progresistas. Es el regreso de una agenda conservadora frente a los temas de familia y que algunos califican de centralista y con cierto grado de autoritarismo. El candidato por el liberalismo Humberto de la Calle así lo afirmaba en una entrevista: “Es el llamado al pasado, a volver trizas el acuerdo. Exaltar la venganza y el odio basados en realidades. Los colombianos en su mayoría detestan a las FARC, que cometieron graves crímenes. Si bien no son los únicos responsables del conflicto y eso suele omitirse, bajo el ropaje del repudio a las FARC realmente lo que hay es un deseo al inmovilismo. No acudir a la reforma rural, impedir la verdadera transformación de la política. El mecanismo es entonces ir a la emoción, fomentar las pasiones y generar miedo”4.

En la izquierda se posiciona Gustavo Petro quién logró el histórico resultado de pasar a la segunda vuelta. Su estirpe popular, su pasado revolucionario como miembro del M19 y su personalidad fuerte hacen de él un hombre temido en las élites y amado con pasión en los barrios populares, los sintecho y los sectores más cercanos al pensamiento crítico. Irónicamente Gustavo Petro genera temor no solamente en las élites, sino en el seno ideológico de sus ideas: la izquierda.

Gustavo Petro es calificado por la derecha como un hombre populista, un líder que quiere implantar un viejo modelo político. Sin embargo, al preguntarle su opinión sobre el socialismo del siglo XX, asegura que nunca creyó en ese modelo: “Cuando yo vi a las FARC y al partido comunista, ellos seguían en esa ideología dogmática, lo que podríamos llamar el socialismo del siglo XX. Eso nunca nos emocionó. Y no porque hubiera una argumentación teórica. ¿Qué veíamos desde lejos, como cualquier ciudadano colombiano? Nunca tuvimos relaciones con Rusia, nunca nos ayudaron, ni tampoco lo pedimos. Nunca hubo una intencionalidad política. Porque lo que presumíamos más bien era que allí no había una democracia. Nuestro proyecto no se podía construir bajo los preceptos del socialismo soviético. En cierta forma así lo entendió el Che, pero esa es otra historia (…) Entonces había una separación entre la gente del partido Comunista, las FARC, la gente del Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario (MOIR), su línea china y nosotros (el M19). El proyecto democrático era nuestro eje”5.

En su paso en el Congreso, realizó los debates más agudos sobre el fenómeno paramilitar y lo ha llevado a ser un reconocido hombre público, inteligente, carismático y con buena oratoria. Sin embargo, su paso por la Alcaldía dejó un sabor amargo. No solo por su estilo gerencial sino por las dificultades para trabajar en equipo con sus más cercanos colaboradores. El discurso constantemente repetido por el expresidente Uribe, que Petro representa la dictadura del Socialismo del Siglo XXI de Venezuela ha calado en la población. Pese a ello la campaña electoral demostró que el Petrismo está muy cerca de llegar al poder en Colombia. ¿Cómo definir esta corriente?, el candidato asegura que es «una pasión popular que refleja una esperanza. En medio de estas crisis contemporáneas, hay ausencia de salida y por lo tanto de esperanza. En unos sectores juveniles y populares empiezan a ver que podría conducir esa esperanza. En unos sectores juveniles populares empiezan a ver que yo podría conducir esa esperanza. Esa esperanza lleva a pasiones. Igual que el miedo lleva a pasiones, que es lo que lleva a la gente a votar por Álvaro Uribe y por Germán Vargas Lleras. Es el miedo a los venezolanos, miedo al castrochavismo».

Los colombianos tendrán la última palabra el próximo 17 de junio y allí decidirán qué camino tomará la Colombia postsantista. Por ahora los discursos de los dos finalistas dan claras muestras de sacar a relucir los ejes de la agenda fajardista en el centro del espectro político. Iván Duque retomó en su discurso el pasado domingo valores como la educación, la decencia y la confianza temas centrales del fajardismo. Por su parte, Gustavo Petro insistió en el valor supremo que tiene la educación para crear hombres libres, consolidar la clase media, desarrollar una sociedad más productiva y, sobre todo, aceptar la diversidad. Los colombianos tendrán una última palabra.


1 María Fernanda González, Los pretendientes de la Casa de Nariño, Intermedio editores, 2018. pp83
2 Idem,pp.80
3 Idem, pp.84
4 MF González, Los Pretendientes de la Casa de Nariño, Intermedio editores, 2018. pp30
5 Idem.pp146

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