Por Alberta Pérez, @alberta_pv

Publicaba a fecha de 17 de enero el periódico El País, un artículo a partir de una conversación con el economista Mervyn King, hombre de pelo canoso con título de lord, donde vaticinaba una pronta crisis de endeudamiento. Y diréis: feliz año, menuda novedad con la que nos está cayendo encima.

Este hombre, nada menos que el gobernador del banco de Inglaterra entre el 2003 y 2013, solo viene repitiendo lo que ya dijo en 2019 en una conferencia durante las reuniones de otoño del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, cuando todavía no existía el agravante de la pandemia que estamos sufriendo. Antes de que el virus hiciese aparición estelar, Mervin King avisaba de que caminábamos absortos en un autoengaño hacia el abismo de otra crisis, por no haber cuestionado suficientemente los errores que nos condujeron a la anterior recesión.

Nuevamente, el artículo de El País se hace eco de esta carencia de autocrítica y aprendizaje. Pero añade en la ecuación a la COVID-19 como posible desencadenante de la dolorosa reanimación que supone la teoría económica de la destrucción creativa: «Con la COVID quizás pase una cosa buena, que los recursos pasen de sectores y empresas inviables a sectores y empresas con futuro».

Un día antes de la publicación de este artículo, el 16 de enero, el bitcoin registraba una subida de más del 350% en los últimos doce meses. La red Bitcoin, hija bastarda de la Gran Recesión, nacía en el 2008 presentándola su creador, conocido bajo el pseudónimo de Satoshi Nakamoto, como un sistema “peer-to-peer que no está basado en terceros de confianza”. Esto supone una ruptura bastante comprometida con las instituciones financieras, que en esos momentos dejaron al descubierto muchas de sus flaquezas. Para muchos, a día de hoy, el bitcoin todavía suena a ficción. Entre la bruma de desconocimiento y malas lenguas, las criptomonedas tuvieron durante mucho tiempo una reputación un tanto sórdida pues era común su asociación con el mercado de la darknet. Sin embargo, en los últimos años, son muchos los inversores que han apostado por esta moneda pseudo-anónima e inmune a las decisiones de los bancos centrales.

En el caso de los bitcoin, la oferta es fija y asciende a un total de 21 millones de monedas en total. No están todas en circulación y son los mineros de bitcoin, los que se encargan de introducir más dinero en la red. Los mineros ‘minan’ bloques de información procedentes de las transacciones entre los usuarios, certificando su legitimidad. Por cada bloque resuelto, se obtienen monedas a cambio, así como una pequeña comisión de dicha compraventa. En la actualidad hay casi unos 18.840.000 bitcoin minados, lo que supone un poco menos del 90% del total. Así han surgido las granjas de bitcoin, que funcionan como auditores descentralizados de esta red, asegurando la fiabilidad de la misma.

Países como Irán, donde el Gobierno subsidia la electricidad, resultan tremendamente atractivos para las granjas de criptomonedas, pues estos establecimientos formados por potentes ordenadores que funcionan 24 horas al día, 7 días a la semana, tienen un gasto energético brutal. De hecho, a mediados de enero, el Gobierno iraní ha apuntado directamente a la minería de criptomonedas como culpable de los problemas de escasez en el suministro eléctrico, que ha generado apagones en varias ciudades del país. Las plantas de energía no dan a basto y las acusaciones de quema de combustible de baja calidad para mantener los niveles de abastecimiento, preocupan en el 12º país con más contaminación de aire en el mundo.

En los últimos años, Irán se ha apoyado en el negocio de las criptomonedas para enfrentar las sanciones impuestas por la administración de Trump. En julio de 2019 se legalizaba la minería de monedas encriptadas, viendo no solo una oportunidad como fuente de ingresos en impuestos sino una pertinente vía de escape frente a los bloqueos comerciales impuestos por los americanos. Las exigencias regulativas aplicadas por el Gobierno iraní, restringiendo el libre comercio de los bitcoins minados y aumentando las tarifas eléctricas, ha provocado que muchos decidiesen mantenerse fuera de la ley, funcionando de manera clandestina y ocasionando una caza de brujas, con recompensas incluidas, que ya suma 1.620 granjas clausuradas desde 2019.

Ahora los ojos están puestos en Biden, y en su decisión de relajar o no las sanciones ejecutadas durante la administración de su predecesor. Desde Irán ronronean prometiendo retomar y respetar sus compromisos, lo que ya está provocando crispamiento entre los israelitas, que afirman estar dispuestos a cortar lazos con los americanos en vistas de un posible retorno al acuerdo nuclear. Una carrera diplomática a contrarreloj que podría reducirse a cenizas con las elecciones presidenciales iraníes a mediados de año. Con este panorama y 78 años, ¿qué desayunará good ol’friend Joe por las mañanas?

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