Por Carlos Fara, @carlosfara. Consultor político. Expresidente de ALACOP y ASACOP. Con la colaboración de Fernanda Veggetti, directora ejecutiva de Carlos Fara & Asociados

Sudamérica tuvo la ventaja de ver con anticipación qué cosas hacían bien y mal los gobiernos de Europa, tanto desde el punto de vista sanitario como comunicacional. Pero ver venir la ola no significa saber prepararse para cuando la fuerza sea arrolladora. Eso es lo que indica la experiencia regional de estos cuatro meses de crisis.

No debería sorprender que la capacidad de anticipación no haya funcionado adecuadamente teniendo en cuenta: 1) las diferencias socioeconómicas y culturales de la región frente a Europa o EE. UU. 2) los déficits de capacidad de respuesta de los aparatos estatales, y 3) la frecuencia falta de planificación comunicacional de los gobiernos frente a las crisis en general, en marcos de baja consolidación de las instituciones.

No debe olvidarse el contexto previo a la pandemia. La región venía arrastrando una seguidilla de crisis políticas por diversos orígenes en la segunda parte de 2019, que estaban desgastando a los gobiernos de turno. Los más explosivos fueron Chile, Ecuador y Bolivia, pero también hubo sucesos en Colombia y Perú, además del caso Venezuela y el prematuro declive en Brasil. Paraguay, Uruguay y Argentina quedaron al margen, en los dos últimos casos por estar en pleno proceso electoral (que avizoraba­n cambios de signo político). La región viene golpeada económicamente por precios de sus productos de exportación que no son tan altos como los de la década 2004 – 2014, y eso generó insatisfacción social que se tradujo en mayor estrés sobre los sistemas políticos. Es decir, eran gobiernos golpeados políticamente, y a eso se le sumó el COVID-19.

Lo primero que se debe apuntar es la diferencia de enfoque de los distintos liderazgos presidenciales sobre la cuestión. Por un lado, quienes lo abordaron reconociendo que se venía una crisis de grandes magnitudes –Argentina, Chile, Uruguay, Perú- y quienes menospreciaron la gravedad del tema –Brasil y Venezuela–. Pero existen matices no menores, mientras que Colombia, Perú y Argentina aplicaron una cuarentena estricta desde el inicio, Uruguay, Chile y Paraguay tuvieron esquemas más flexibles.

¿Qué tipo de crisis es esta?

En materia de comunicación de crisis es muy importante discriminar exactamente a qué tipo de crisis nos estamos enfrentando, ya que no es lo mismo si la crisis es derivada de una decisión económica de un gobierno (por ejemplo, un aumento de combustibles en el marco de un ajuste económico clásico, como sucedió en Ecuador en octubre de 2019) que una crisis generada por un hecho de corrupción, ya que se ponen en juego factores distintos: la dinámica, los actores involucrados, la incidencia en la opinión pública, el timing y las derivaciones de corto y mediano plazo.

Ver venir la ola no significa saber prepararse para cuando la fuerza sea arrolladora

En este caso todos los gobiernos se enfrentan a una crisis originada por un factor exógeno a sus países, pero que por las graves implicancias globales significará un severo testeo cotidiano sobre la capacidad de respuesta de los Estados en todos sus niveles y sobre la actitud de los liderazgos. Es decir, a los gobiernos les toca “sin comerla, ni beberla”, y además será la peor crisis que atraviesen en todo sus mandatos, con alta probabilidad de que deban dedicarse a atender sus consecuencias hasta el final de aquellos, sin que quizá puedan imponer una agenda distinta, salvo que se produzca una recuperación económica mundial descomunal. Esto marca un parámetro clave para la evaluación que las sociedades hagan de sus gobiernos, y en consecuencia el tipo de estrategia de comunicación que se debería implementar.

La importancia de la primera reacción

Quienes reaccionaron más tempranamente, cuando el contagio estaba lejos de ser una amenaza palpable –Uruguay, Paraguay, Argentina, Chile, Perú- además de la ventaja de poder planificar acciones, prefirieron “curarse en salud”, generando en las poblaciones una reacción temprana de alerta, de modo que la concientización fuese rápida y preventiva.

La posición firme transmitió atributos de liderazgo a la altura de las circunstancias

Ninguna política de prevención funciona masivamente si no existe el suficiente consenso social, más allá de la coerción estatal. De modo que el sustancial crecimiento en la aprobación de los respectivos gobiernos nacionales se sustentó en función de legitimar medidas urgentes, que traducirían alta responsabilidad frente a la gran amenaza. En este caso, el éxito comunicacional se deriva de las propias medidas que se decodificaron de manera unívoca por parte de los ciudadanos. Si luego la crisis no era tan grande, las administraciones quedaron como previsoras, pero no “jugaron al gato y al ratón” con la pandemia. La posición firme transmitió atributos de liderazgo a la altura de las circunstancias.

Los daños colaterales

La baja eficiencia operativa y de planificación de los aparatos estatales en la región quedó expuesta en una serie de daños colaterales no previstos, típicamente la amortiguación de los problemas económicos, sociales y psicológicos de los ciudadanos. Centros de salud no suficientemente preparados, protocolos mal aplicados, población desinformada, medidas de ayuda económica tardía, información oficial confusa, etc. se presentaron en la mayoría de los países, en algunos casos con visos de tragedia palpable (Perú, Ecuador). Todo este marco hizo surgir infinidad de sub crisis dentro de la crisis general. Hay un sinfín de ejemplos de funcionarios de diverso rango efectuando declaraciones inconvenientes por no estar adecuadamente preparados para enfrentar la requisitoria periodística.

El segundo tiempo

Como tarde o temprano iban a producirse dichos efectos colaterales, las crisis empezaron a multiplicarse y los gobiernos comenzaron a lucir más desgastados pasados los primeros dos meses de cuarentenas. Ahí entraron en una segunda fase que está poniendo a prueba los liderazgos. En esta segunda fase coadyuvan otros factores: 1) cansancio con la crisis y cuarentenas que no terminan, 2) el lógico timing de caída desde el impacto inicial, 3) la propia evolución del virus que complica todo el cuadro si se profundizan los contagios, y 4) el progresivo traslado del miedo sanitario al miedo económico. Esto produjo desde renuncias de ministros de salud (Chile, Brasil, Ecuador), hasta manifestaciones en contra de la cuarentena estricta (Argentina).

En este segundo tiempo se empezaron a notar con más crudeza las falencias de manejo de crisis en términos comunicacionales. Varios presidentes reaccionaron de modo agresivo a medida que se iban acumulando los cuestionamientos, retrotrayendo al estado que las respectivas opiniones públicas tenían pre pandemia, aflorando los clivajes preexistentes. Dichas reacciones inadecuadas actúan como un catalizador del mal humor creciente en las poblaciones, mostrando al “c­omandante en jefe” salido de sus cabales, error que agrava toda crisis.

Por otro lado, algunas actitudes de los mandatarios no ayudan a calmar las aguas en contexto de irritación social. En esto se podrían apuntar los casos del presidente Piñera (Chile) quien salió de su casa para ir a comprar vino1, cuando le había pedido a la población que extreme los cuidados, o Alberto Fernández (Argentina) mostrándose malhumorado con los ciudadanos que querían una mayor flexibilidad, entre ellos quienes querían salir a hacer actividades físicas2.

A cuatro meses de haberse desatado la pandemia en la región, Uruguay y Paraguay son quienes mejor librados salen, no solo desde el punto de vista de la pandemia, sino desde el punto de vista comunicacional. Argentina tuvo una muy buena primera etapa, pero se ha comenzado a complicar en la segunda fase. Perú tuvo buena comunicación en el inicio, aunque los resultados de la viralización son muy negativos. Chile, Ecuador, Bolivia, Venezuela y Colombia están navegando sobre aguas turbulentas políticas y sociales previas al COVID-19, lo cual establece marcos de evaluación más complejos. Brasil, al subestimar la gravedad de la pandemia, transita por otro andarivel: al no considerar el tema sanitario crítico, su comunicación gubernamental no responde a los parámetros lógicos.

¿Cómo están reaccionado los ciudadanos?

Dadas las características de la crisis tal cual se la describieron previamente, en la primera fase los ciudadanos –presos del miedo y la incertidumbre mundial- reaccionaron fortaleciendo los liderazgos, sobre todo en aquellos casos que se sensibilizaron con la situación y mostraron capacidad de reacción.

Esos sentimientos mayoritarios y esta primera reacción de las sociedades marcaron los parámetros entre los cuales debían desenvolverse los dirigentes, reduciendo la posibilidad de discursos políticos altisonantes, confrontativos, no colaborativos, criticones sin soluciones alternativas, soberbios, etc. Esto es un primer gran criterio dirigido a todos los políticos, sean oficialismo u oposición, sean funcionarios del gobierno nacional, el estadual / provincial o el local. Fue un momento para que se luzcan las palomas y se aparten los halcones. Las sociedades estaban premiando la mesura, la sensatez, el aplomo, la calma, la colaboración, la responsabilidad, la sinceridad, la empatía con las múltiples dificultades que tienen los ciudadanos de a pie y las agallas para tomar medidas antipáticas.

En este punto cabe volver sobre un aspecto que habitualmente se pierde de vista. La mayoría de los votantes no se fija tanto en la división de poderes, ni en el rol de oficialismo y oposición. Por supuesto que los oficialismos y los ejecutivos tienen mayor responsabilidad política y mayor presencia en la cabeza de la gente. Sin embargo, la opinión pública tiende a ver a “los políticos” dentro de una misma bolsa. Sienten que le están pagando el sueldo a alguien para que se ocupe de solucionarle sus problemas, sin darle tanta importancia al rol formal que cumplan. Cientos de veces hemos escuchado en grupos focales que alguien dice “no sé, ellos están ahí adentro, algo tienen que poder hacer, para algo los votamos”, cuando se consulta sobre qué trabajos debería hacer quien ocupa un cargo legislativo o es políticamente opositor. Por eso la crisis de la pandemia es de todos los representantes del pueblo.

Al ser de todos, aportar soluciones es una tarea compartida en la mente de los ciudadanos. Debe tenerse en consideración que en Sudamérica, cuando se producen grandes crisis, el malhumor social se orienta a toda la clase política, no solo a los que se ocupan del gobierno nacional, así como cuando el viento es positivo les favorece a todos también. Resulta extraño, pero una vez más así estaba funcionando en esta ocasión, en la primera fase de la cuarentena. Solo a modo de ejemplo, en la Argentina el alto nivel de aprobación que estaba recibiendo el presidente Fernández lo estaba usufructuando también el jefe de gobierno (alcalde) de la ciudad de Buenos Aires (capital del país), perteneciendo a fuerzas políticas antagónicas. Por eso se mostraban juntos, colaborativos, eludiendo aspectos conflictivos, tirando juntos del mismo carro. De ese modo, ambos ganaban frente al público.

Por otro lado, en un marco de pandemia informativa, las cabezas de los ciudadanos se estaban limitando a aquellas cuestiones que tranquilizaban o despertaban sus miedos e incertidumbres. Esto viene a cuento de un error habitual en muchos equipos de comunicación en la política que imaginan que una declaración o un hecho tienen un efecto automático en la sociedad, como si los individuos estuvieran pendientes todo el tiempo de lo que hacen los funcionarios o los dirigentes. Cuando la atención ciudadana está tan tomada por la angustia de lo que vendrá, queda poco espacio mental para las pujas políticas habituales, salvo que ronden temas de alta preocupación. En este contexto, si tiene que ver con su salud, su bolsillo y su empleo tienen chance de ser asimilados. Si no, el tema quedará más desplazado dentro del marco de interés de la gente.

Dicho esto, se está en una segunda fase en donde las sociedades están mostrando su cansancio moral con las cuarentenas y sus diversas consecuencias, factor que ha comenzado a desgastar la gran mayoría de los liderazgos presidenciales. En esta nueva etapa, los parámetros de exigencia de los ciudadanos se volvió menos tolerante con los errores y más exigente en términos de eficacia, lo cual está generando algunas manifestaciones públicas de descontento, notándose nuevamente la agenda previa de prioridades sociales. Es de esperar que la conflictividad social se incremente a medida que se evidencia la limitación en la capacidad de respuestas de los Estados.

1 https://theworldnews.net/ar-news/chile-en-medio-de-la-cuarentena-pinera-salio-a-comprar-vino
2 https://www.tycsports.com/interes-general/alberto-fernandez-cargo-contra-los-runners-de-caba-estas-son-las-consecuencias-20200617.html

Bibliografía

Aboud, L. y Castelo, S. (2020) Comunicación política en tiempos de coronavirus. Latinoamérica se anticipa a la crisis ¿suficiente? [Libro electrónico]. En A. Gutiérrez- Rubí y C. Pont Sorribes (Coords.) Comunicación política en tiempos de coronavirus (pp. 71-77) Barcelona: Cátedra Ideograma–UPF de Comunicación Política y Democracia. Disponible en: https://www.upf.edu/documents/220602201/233560922/ Definitiu+Comunicaci%C3%B3n+Coronavirus/1c1d3def-34ae-fe5d-0019-ef40c936b0e3

Capdevila, I. (2020, 21 junio). Contrastes de la gestión de la pandemia: qué funcionó y qué no en América Latina. LA NACION. Disponible en: https://www.lanacion.com.ar/el-mundo/contrastes-gestion-pandemia-que-funciono-que-no-nid2382876

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