Por Marina Fernández, @marinaeip, Directora de RRII y Comunicación en la Escuela Internacional de Protocolo

No se imagina, estimado lector, la cantidad de veces que la firmante ha tenido que leer y oír, con asombro, que el Protocolo es machista.

“Es que abrirle la puerta a una señora no es empoderante”, “es que dejar que la mujer camine por el interior de la acera no es igualitario”. Efectivamente, pero es que eso no es Protocolo. Las costumbres, la buena educación, a decir ‘buenos días’ o ‘por favor’ se aprende en casa. El Protocolo es una ciencia que se estudia, se investiga y se desarrolla gracias a análisis y debates. ¿Cómo puede ser una ciencia machista? ¿Es, acaso, la química machista? ¿Y la estadística?

Queda invitado el lector a este viaje por los misterios del Protocolo. Viajaremos desde las monumentales pirámides egipcias hasta el futuro más próximo para descubrir si es machista el Protocolo. ¡Despegamos!

El Protocolo no está anticuado, pero sí viene de antiguo. Concretamente del año 1750 a.C., fecha en la que a los babilonios les vino a bien escribir las primeras disposiciones protocolarias en el Código Hammurabi. No obstante, la primera parada de nuestro viaje es el ocaso del Egipto de los faraones, ¿o debería decir el Egipto de la reina Cleopatra? Es cierto que en aquella época, solo los hombres podían ser faraones… ¿Pero es eso cuestión de política o es cuestión de Protocolo? La fascinante Cleopatra comprendió que el Protocolo podía ser una herramienta que, bien aplicada, sería clave en su tarea de afianzarse en el poder.

Aunque la reina figure en el imaginario popular como la quintaesencia de lo egipcio (melena negra cortada con tiralíneas, ojo dibujado en kohl y la omnipresente manía de los egipcios de caminar de perfil), Cleopatra no era egipcia sino que provenía de la Dinastía Ptolomea lo que, permítanme el resumen casi infantil, la convertía en griega. Además de tomarse la molestia de manejar el copto, lengua mayoritaria entre sus súbditos, la reina sabía leer jeroglíficos. También, ni corta ni perezosa, Cleopatra se paseaba por Alejandría vestida a la manera tradicional de las reinas egipcias utilizando la etiqueta como medio de comunicación para lanzar un mensaje político. Y ponía mucho empeño en organizar grandes saraos ‘a la egipcia’, deleitando a su pueblo que la veía como una auténtica patriota a pesar de su herencia Ptolomea. Cleopatra reconoció el verdadero valor de ser asociada con la identidad cultural del pueblo sobre el que regía, y entendió que el Protocolo era una pieza clave para lograr su objetivo. ¿Habría sido esto posible si el Protocolo fuera machista?

Acompáñeme, distinguido lector, a una nueva escala en nuestro viaje. Bienvenido a la intrigante época del medievo español, que ríase usted de Juego de Tronos. Concretamente al momento en el que una jovencísima Isabel irrumpe como vendaval en el panorama político (sí, lo sé, poco vendaval y muchos años de traiciones, pactos y batallas, pero permítaseme la licencia para darle más velocidad a la narración). Fallece su hermano, el rey, e Isabel no pierde la oportunidad de ponerse el mundo, y el Tratado de los Toros de Guisando, por montera y organiza un eventazo para coronarse reina de Castilla en Segovia. Allí, ante autoridades eclesiásticas, nobles leales, nobles no tan leales que disimularon convenientemente para la ocasión y el pueblo, Isabel se proclama reina propietaria y a su marido, a quien todo esto le pilla en Aragón, rey consorte.

No solo la nueva reina se presenta en solitario, sin su esposo Fernando, sino que el plato fuerte del evento llegó cuando Isabel blandió orgullosamente la espada de la justicia que, hasta el momento, había estado reservada para representar el poder real masculino. Fernando no estaba, pero, ¿y el Protocolo? El Protocolo absolutamente presente en cada detalle de la ceremonia de proclamación de Isabel. Como tanto monta, la nueva reina de Castilla ve la necesidad de reforzar su estrategia política, de la cual Fernando es jugador fundamental. Entonces, y en un momento especialmente espinoso del drama sucesorio (que en el Medievo no parecía haber un minuto de respiro, oiga) Isabel recibe a su marido, que llegaba victorioso de la batalla, organizando una visita a San Alfonso. Y, demostrando sus capacidades de estratega política y de conocedora del poder del Protocolo para comunicar, Isabel decide que en el momentazo clave del evento, la entrada real, va a cederle la precedencia a Fernando situándose ella a su izquierda. El mensaje es claro como agua del Pisuerga: “En este contexto, con la que tenemos encima, necesitamos exaltar el valor militar de Fernando”. El uso del Protocolo para lanzar el mensaje también es claro como el cielo de Medina del Campo en primavera. ¿Habría sido esto posible si el Protocolo fuera machista?

Con permiso del sufrido lector, demos un salto cronológico importante y situémonos en el Paris de los inicios del siglo XX. Entre pintores bohemios, cafés en bulevares elegantes y el eterno savoir fair­e, una joven inmigrante de origen polaco se afana, junto a su esposo, entre tubos de ensayo en su laboratorio. Los esfuerzos de Pierre y Marie Curie se vieron recompensados en 1903 cuando la academia sueca les otorgó el premio Nobel de Física, compartido con Henry Bequerel. Y, redoble de tambores, en 1911 una Marie Curie viuda y envuelta en un escándalo de amores del que la prensa sensacionalista sacó tajada, hizo historia al convertirse en la primera persona en recibir dos premios Nobel.

Cierto es que la prensa francesa de la época casi no cubrió la noticia. También es verdad que en la academia sueca no todos querían ver a la genio Curie codeándose con sus más destacadas autoridades, y que llegaron a recomendar a la galardonada que no viajara a Estocolmo. Pero en aquel 1911, el Protocolo que rodeó el anuncio de los premiados y el Ceremonial que envolvió el evento de entrega de galardones fue exactamente el mismo que en los años en los que una radiante mujer no asistía como destacada premiada. Marie recibió su premio de manos del rey de Suecia, con los mismos movimientos protocolares orquestados para el resto de premiados, todos hombres. ¿Habría sido esto posible si el Protocolo fuera machista?

Comprenderá el lector que si hablamos de figuras clave del siglo XX, y en este caso de bien entrado el XXI, debe la firmante mencionar a Su Majestad la reina Isabel de Inglaterra. Tan potente es su marca personal que cuesta imaginarse al Reino Unido sin Elizabeth y a Elizabeth sin el Reino Unido. Pero la Historia, y las producciones de ficción, nos enseñan que la hoy rein­a nació con un destino diferente y que fueron una serie de acontecimientos los que hicieron que la corona recayera finalmente en la, impertérritamente peinada, cabeza de Isabel.

Cuenta la leyenda y las múltiples biografías que el entonces primer ministro Winston Churchill, al ser informado del fallecimiento del rey Jorge que convertía a Isabel en su nueva reina, exclamó al borde de las lágrimas “¡Pero si es solo una niña!”. Una ‘niña’ de veinticinco años, casada y con dos hijos, que comprendió rápidamente que no era suficiente con ser reina, además debía de parecerlo. Y que tenía en el Protocolo a su perfecto aliado.

Los actos de coronación de Isabel siguieron la misma pauta protocolaria que los de sus antecesores (eso sí, fue la primera coronación retransmitida por televisión. El colmo de la modernidad en la época y una lección de cómo comunicar a través de un evento). La ceremonia de apertura del Parlamento británico, presidido por la reina Isabel, sigue las mismas pautas protocolarias que han seguido sus antecesores desde 1852 (aunque ahora se pueda ver desde cualquier rincón del mundo, conexión wifi mediante). El Protocolo ayudó a Isabel a construir su imagen política de reina, también a ‘vestirse’ de reina ante sus súbditos, pero no tuvo que ser modificado porque la Jefatura el Estado la ostentase una mujer. ¿Habría sido esto posible si el Protocolo fuera machista?

La última escala de este viaje nos lleva una de las ciudades más fascinantes y más protocolarias del mundo, al Washington D.C. del tiempo presente, de la mano de la mujer que ha fulminado un techo de cristal que se venía resistiendo. El 20 de enero de 2021, Kamala Devi Harris toma posesión de su cargo como vicepresidenta de los Estados Unidos. Le propongo un juego al lector: señale cinco diferencias protocolarias entre esta toma de posesión y las tomas de sus antecesores, todos masculinos. Le propongo algo mejor al lector, no pierda su tiempo con mis jueguecitos porque no existen cinco diferencias protocolarias. Ni cuatro. Ni tres… Las pautas de Protocolo del evento de toma de posesión son las mismitas sea el protagonista del cuento él o ella. ¿Que es una novedad que el puesto de Veep lo ocupe una mujer y el de cónyuge de Veep lo ocupe un hombre? Sí, lo es. ¿Que el Protocolo tarda menos en adaptarse a esta novedad de lo que tarda el recuento de votos en Georgia? Rotundamente sí. Ahí está el ‘Segundo Caballero’, señor Douglas Emhoff, sosteniendo feliz y orgulloso la sonrisa de su mujer mientras ella jura, siguiendo el mismo Protocolo que los señores Pence, Biden, Cheney o Gore en su día, el cargo como vicepresidenta. ¿Habría sido esto posible si el Protocolo fuera machista?

Y el futuro, ¿cómo se presenta? Pasado mañana, algunos de los principales tronos europeos estarán ocupados por mujeres (Suecia, Bélgica, Noruega, Países Bajos, España) además, claro, de aquellas Jefaturas de Estado y de Gobierno que también estén ocupadas por mujeres que accedan al cargo vía urna electoral en todo el mundo. Por no hablar de las mujeres que estén dirigiendo empresas a nivel internacional. ¿Y el Protocolo de pasado mañana? Estará más que preparado para la situación. Aquel Protocolo que redactaba invitaciones a nombre de ‘Fulanito de tal y señora’, ya que la sociedad de la época así lo requería, estará preparado porque es el abuelo de este Protocolo que redacta invitaciones (o las inserta en códigos QR) a nombre de ‘Fulanit@ de tal y acompañante’. El Protocolo está preparado porque no ve hombres y mujeres, ve cargos. El Protocolo está preparado porque en cuestión de género es ciego. Y no solo está preparado sino que es necesario, porque el Protocolo respeta las diferencias, genera entendimiento. Es necesario porque es un puntal fundamental en la campaña integral de comunicación. Y si no, que se lo pregunten a los egipcios hipnotizados por Cleopatra.

El Protocolo no es machista, ni cubista ni mediopensionista. El Protocolo es una ciencia de la que se deriva una profesión moderna, emparentada íntimamente con las disciplinas comunicativas. Tenga presente el, a estas alturas, paciente lector lo que dijo el gran Charles Maurice de Talleyrand: “Solo los necios se burlan del Protocolo. Simplifica la vida”. ¿Sería esto posible si el Protocolo fuera machista?

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