Por Alberta Pérez, @alberta_pv

Tener hijos por el país. Es lo que pide China a sus ciudadanos, preocupada por la dramática caída de la natalidad y el envejecimiento de la población. El 31 de mayo, el Gobierno de Pekín anunció el cambio más radical en su política de natalidad en cinco años, desde que permitió aumentar el número de hijos de uno a dos. Ahora, se abre la veda hasta los tres retoños.

El descenso de la natalidad es un problema global, que corrobora un estudio publicado en la revista The Lancet: la tasa de fertilidad natal global se ha reducido prácticamente a la mitad desde 1950. Según las declaraciones del profesor de la Universidad de Washington y director del Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud, Christopher Murray: «Hemos llegado a esta cuenca en la que la mitad de los países tienen tasas de fecundidad por debajo del nivel de reemplazo, por lo que, si no sucede nada, las poblaciones disminuirán en esos países».

Cuando la tasa de fecundidad de un país desciende por debajo de 2,1 es inevitable que la población comience a reducirse. Este problema afecta sobre todo a los países más desarrollados económicamente. En Chipre, las mujeres tienen un solo hijo de promedio y en España, el INE ha confirmado que el 2020 terminó con la mayor cifra registrada de muertes y la menor en nacimientos desde 1941. Si comparamos el 2020 con el 2019 en términos demográficos, el panorama español es desolador: ha habido un aumento del 17,73% en las muertes registradas y un descenso del 5,94% en el nacimiento de niños. Aunque los datos en América Latina mejoren, su proyección no resulta positiva. Según la información aportada por Naciones Unidas sobre Nicaragua, República Dominicana, Colombia, Venezuela, Perú, Costa Rica, Argentina, El Salvador, Brasil y Uruguay, tienen todos una tasa de natalidad que oscila entre el 1,7 y el 2,5. Es decir, el 85% de la población latinoamericana apunta, también, hacia el descenso demográfico.

Las opciones para buscar una salida a esta crisis se reducen a intentar paliar la caída de nacimientos a través de la migración e incentivación de la maternidad, o adaptarnos a este cambio demográfico masivo, lo cual implica reestructurar el sistema de pensiones, la edad de jubilación y entender que si aceptamos que la población envejezca, la sociedad y el entorno debe adaptarse a las circunstancias. Por otro lado, en el supuesto de que consiguiésemos retomar unas cifras de natalidad saludables, donde el equilibrio entre mortalidad-natalidad nos permitiese confiar en que la población crecerá, y en que no tendremos más abuelos que niños, ¿cómo lo gestionaríamos de manera sostenible?

No debemos olvidar que la superpoblación, la sobreexplotación de los recursos naturales, la contaminación y la generación de residuos amenazan también con desestabilizar nuestra calidad de vida, y por otro lado también tenemos el problema del desempleo en la era de la digitalización. Porque hablar de sostenibilidad no se reduce al contexto del ecologismo, sino también al contexto social. Los problemas de desempleo y precariedad laboral pueden fracturar una sociedad y condicionar su prosperidad gravemente. ¿Podríamos seguir creciendo indefinidamente sin que salte ninguno de estos resortes?

En Japón, donde el 28% de las personas tienen más de 65 años, las personas mayores se mantienen activas trabajando o participando en actividades de voluntariado, lo que desemboca en un aumento de la vida social que no depende únicamente de los segmentos más jóvenes, favoreciendo la felicidad mental y el aumento de la capacidad cognitiva de los ancianos. Miremos a nuestro alrededor, ¿somos lo suficientemente inclusivos con los más mayores? ¿Tenemos una tendencia a obviar la vejez? ¿Por qué los modelos de ropa que venden a adolescentes parecen más mayores, y los modelos de marcas adultas más jóvenes? ¿Si nos ofreciesen mantener la apariencia física de los 25 años toda nuestra vida, deberíamos pactar con el diablo? Pese a que todos ansiamos la longevidad, evitamos asumirla, quizás porque la posición de los mayores en la sociedad no queda del todo clara y paradójicamente, pese a tener más experiencia, tememos convertirnos en un cero a la izquierda.

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