Por Claudia Flores @cjfm11 Periodista, estratega de comunicación política
«La civilización del espectáculo”, ya lo profetizó Vargas Llosa en su libro publicado hace apenas cuatro años. Ahí describe un mundo donde el primer lugar en la tabla de valores lo ocupa el entretenimiento donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal.
No solamente se ha banalizado el arte o la literatura, el ansia por entretener abarca también tragedias como la caída de las Torres Gemelas en Nueva York, se han hecho películas y desatado distintas versiones sobre los hechos… Y, por supuesto, no se queda atrás la política, como las elecciones presidenciales en Estados Unidos que estamos viviendo, en las que el ingrediente Donald Trump ha venido a transformar este proceso en todo un espectáculo.
Escándalos, controversias, concursos de belleza, reality shows, todo es material que atrapa, no solo a sus simpatizantes sino a millones de personas alrededor del mundo. Trump lo sabe y lo ha sabido capitalizar en su campaña en las primarias del partido Republicano.
No es la primera vez vemos políticos de Estados Unidos relacionados con la farándula. De hecho, ya tiene en su haber un actor de cine como presidente, como fue el caso de Ronald Reagan (1981 a 1989); o el caso de Arnold Schwarzenegger “Gobernator de California” (2003-2011).
Esto no significa que actores o cantantes no tengan un talento para el campo político, pero ante la opinión pública no son elegidos por sus ideas sino por su presencia mediática y por sus aptitudes histriónicas. En la opinión pública predomina la imagen sobre las ideas, la banalidad sobre lo profundo, lo frívolo sobre lo serio porque requiere un esfuerzo más sencillo de comprensión, provoca emociones y, además, entretiene. La consecuencia es el deterioro y escasez de nuestros “genios” creativos, literarios o políticos; hasta el extremo de que despierta más admiración un artista o un político por la provocación que por su talento.
Salvando las distancias, Guatemala es otro caso donde el espectáculo gusta. Recientemente en este país centroamericano el actor cómico Jimmy Morales ganó las elecciones presidenciales producto del marketing político y de la crisis que Guatemala atravesaba en ese momento. Aprovechando el hartazgo de los guatemaltecos de los políticos tradicionales y de los graves casos de corrupción en el gobierno, los asesores de imagen d e Morales lograron capitalizar su carisma y popularidad como cómico hasta convertirlo en un outsider que rompió el esquema de “los políticos de siempre”. Resultado: Jimmy Morales se convirtió en el 50º Presidente de Guatemala con 67.44% de votos válidos, el mayor porcentaje que ha obtenido algún candidato en la historia de ese país.
Caso similar al de Trump, pero al que se suma el dinero y la controversia como combinación de una bomba que está a punto de estallar en Estados Unidos ya que, según las encuestas y los resultados de las elecciones primarias, este magnate será el candidato presidencial de los republicanos.
Es importante aclarar que, además de toda la espectacularidad de la campaña, ésta no va vacía de propuestas. Sus tres grandes apuestas son: una reforma económica, una reforma migratoria y la defensa de la Segunda Enmienda de la Constitución de Estados Unidos que otorga el derecho a los ciudadanos de poseer y portar armas. Sin duda, Donald Trump es el protagonista de la campaña presidencial estadounidense de 2016.
En la otra esquina, Hillary Clinton se vislumbra como la candidata del partido Demócrata. De ser así es muy posible que la competencia final sea entre la “nut cracker” y el “showman”. Veremos entonces si Clinton logra “quebrar las nueces” del hombre del espectáculo, para ello la función debe continuar y esperar a noviembre.
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