Por Alicia Peñaranda, @LApoplitologa, docente y consultora de comunicación y asuntos públicos

A lo largo de la historia, el arte ha sido un asunto de élites. Igual sucedía con la política, solo unos pocos podían opinar, participar y sentirla propia.

Siguiendo con la analogía entre política y arte: los museos son lugares que rinden honor a las obras más célebres mientras que en los recintos institucionales es donde se debate la política. El Congreso, el Capitolio o los palacios presidenciales son lugares que custodian la ley y la democracia. Tanto unos como otros se perciben lejos y superiores a la cultura popular.

Concebimos cultura popular como esas costumbres, hábitos y temas de interés de la mayoría de las personas de una sociedad. Como apunta el profesor colombiano Omar Rincón, “lo popular no es solo un lugar de referencia estética o conceptual, sino el lugar desde donde contar y pensar el mundo, desde las culturas locales y su momento emocional comunicativo”.

Sin embargo, estos espacios exclusivos, formales y majestuosos no anulan la idea de que tanto el arte como la política están presentes en los lugares más cotidianos, más populares. Que pueda haber arte en las casas y que puedan producirse a un coste que esté al alcance de un público amplio es digno de celebrarse.

Así como también es digno de celebración que en un parque, un bar o una peluquería se pueda hablar sobre política.

El legado del arte pop

De algún modo, en el gesto de tener cuadros, pinturas, fotografías o esculturas en casa, en esa manera de ser curadores y expositores cotidianos, estamos reclamando el papel del arte en la vida diaria, reconociendo su importancia y acoplándolos a los relatos que hacemos de nuestra rutina.

Abrirnos a la presencia del arte necesita un primer movimiento: perderle el miedo, o más bien, perder el miedo a comentar y a opinar y a dejarse impresionar por las creaciones de los artistas. Hay una división en la historia del arte, por suerte ya muy superada, entre lo que se considera arte culto, supuestamente más refinado y decantado en su composición y que está al alcance de la comprensión y el acceso de grupos selectos; y lo que se considera arte popular, más abierto, concebido para una audiencia amplia. Por suerte, la separación entre ambos se ve permeada, por eso de llenar con arte la cotidianidad. En gran medida, por el arte pop.

Cuando uno escucha el término, lo primero que se le viene a la mente es el cuadro de la sopa de tomate que pintó Andy Warhol o los retratos de Marilyn Monroe en diversos tonos de colores pastel imitando el negativo de una fotografía. Ahí estaba el artista estadounidense, diciendo que las cosas de la cotidianidad, que los ídolos de la clase media, podían ser símbolos, podían ser pinturas, podían ser una manera de narrar la belleza. Pero más que el contenido, estaba la cercanía, las reproducciones masivas distribuidas a precios bajos. La posibilidad que se abría de que un sector de la sociedad, históricamente dejado fuera de la conversación sobre estética, empezara a participar colgando los cuadros en sus casas, reconociéndose en los objetos representados.

Al reconocerse en las representaciones, se animaba la conversación. No se trataba ya ni del arte figurativo clásico, donde los comentarios debían pasar por la técnica y el estilo; ni del arte abstracto, donde para hablar debía partirse del concepto y dar un rodeo sobre intencionalidad y discurso. No. En el arte pop la obra permitía hablar de la obra y ese entusiasmo propiciaba la posibilidad de formar a los distintos públicos en el lenguaje de la representación. Claro, uno podía afirmar que le gustaba y luego aparecía la discusión, sutilmente, sobre por qué, sobre qué funcionaba y qué no en el cuadro en cuestión, sobre por qué se sentía el espectador cómo se sentía al tenerlo al frente.

Acercarnos de otra forma a temas que usualmente pueden parecer de interés solo para unos pocos

Esa fue la gran puerta que abrió el arte pop. Permitirnos como comunidad hacer de la experiencia artística un comentario cotidiano, una presencia diaria en nuestras salas, en nuestras casas, en nuestras vidas. Acercarnos a un lenguaje que en otros momentos estaba lejano e interesarnos en el tema para formarnos y aprender nuevas maneras de decir y de sentir. El gran aprendizaje fue llevar los conceptos y la técnica a una conversación abierta a todos, enlazando las formas del arte a temas que eran cercanos, populares.

Ese procedimiento lo retoma la idea de la política pop. Acercarnos de otra forma a temas que usualmente pueden parecer de interés solo para unos pocos. Llevar la conversación a los escenarios cotidianos, enlazarlos con la cultura y con la rutina, con la vida del día a día. Que como ciudadanos seamos partícipes en las discusiones y construyamos criterio y conocimiento a partir de perderle el miedo, de entender que también es con nosotros, que tenemos mucho que decir al respecto de la política, así como tenemos mucho que decir sobre arte. Que ambas hacen parte de nuestro hogar.

La política pop

La política pop es un concepto desarrollado por el italiano Gianpietro Mazzoleni, profesor titular de la Universidad de Milán (Italia). Según Mazzoleni (2009), la representación mediática de la política no tiene que ver solo con la maquinaria informativa sino que es una actividad que cada vez se refiere más a la industria del entretenimiento. Siguiendo su teoría, la televisión ha descubierto que la política puede incrementar su audiencia y los políticos son conscientes de que pueden tener a su disposición un gran público a cambio de pagar el precio de adaptarse a la gramática del espectáculo mediático. De esta manera tiene lugar la política pop, una especie de ‘matrimonio’ entre la política y la cultura popular, principalmente a través de la televisión.

Política pop, por tanto, significa que hechos y personajes, historias y palabras de la política, que tradicionalmente se ligaban a una complejidad distante del mundo de la vida cotidiana de la gente, se convierten, gracias a los medios, en realidades familiares, sujetos de curiosidad y diversión, en la misma medida que lo son otros personajes del mundo del espectáculo (Mazzoleni y Sfardini, 2009).

Más que de la banalización de la actividad política, con la política pop estamos hablando de la adaptación del lenguaje político al lenguaje mediático. En términos prácticos, la política pop tiene lugar cuando personajes políticos, eventos, mensajes y comunicaciones, que son lejanos de la vida cotidiana de las personas, se convierten en habituales del mundo del espectáculo, más cercano al sentir de la gente. Este entorno se sirve de la espectacularización y de representaciones divertidas y simpáticas, a través de la televisión, y hoy especialmente con las redes sociales.

Para hacerlo breve: cuando los medios, influencers o líderes de opinió­n presentan a los políticos y lo que ellos dicen o hacen en un modo agradable, jovial y que a la gente gusta. En ese momento, la política se convierte en pop, en popular.

En la política pop, la política se iguala al nivel de la gente, se traslada al lenguaje que la gente entiende. Una decisión administrativa puede ser complicada pero si se cuenta a un grupo de ciudadanos en televisión, en un lenguaje normal, usando un ejemplo simpático o una metáfora, puede ser mejor recibida. Por ejemplo, si un político para explicar una medida expresa: «Piensen en una gran planta que da sombra con sus ramas. A través de estas ramas, el líquido que se mete en el terreno nutre todo el árbol. Nosotros en esta ciudad, con estas decisiones, queremos ser el líquido que haga crecer este árbol». De esta manera, la gente puede sentir los discursos cercanos. El mencionado es un ejemplo simple de cómo la política puede comunicarse en un modo popular, fácil de entender. No niega que el problema sea complejo, solo se explica de una manera cotidiana.

En la política pop, la política se iguala al nivel de la gente

Si el ciudadano no comprende el problema, no puede decir nada. Si en cambio lo comprende, puede decir algo y sentirse involucrado. Es cierto que muchas personas se han acercado a la política a través del espectáculo y de los talk show donde han encontrado discusiones a las que antes no tenían acceso. La política pop siempre ha estado presente. En el tiempo de los romanos y de los griegos, existía la comedia y la tragedia que hablaban de política, lo cual era una forma pop de hablar de problemas políticos, de la democracia y de aportes de los ciudadanos. Por eso puede afirmarse que siempre ha estado y que siempre estará. La dimensión teatral de la política es pop.

Lo pop que heredamos de los romanos

De la antigüedad heredamos actividades y costumbres que pueden parecer modernas, pero que son parte de nuestra historia. Pintar grafitis es una de ellas. La ciudad de Pompeya quedó sepultada en el año 79 por la erupción del volcán Vesubio. Cuando esto sucedió, más de 11.000 grafitis fueron hallados en sus muros. Eran textos cortos con mensajes directos, entre ellos, eslóganes electorales. Por ejemplo, en un grafiti hallaron el siguiente anuncio donde se puede evidenciar que el arte y la sátira no es un arma política de nuestra historia reciente: “El gremio de ladrones y prostitutas apoya a… (un candidato local)”.

Política, arte y vida cotidiana

La relación entre política, arte y cultura popular nos permite pensar la política como el arte de vivir juntos, el arte de hacer acuerdos y el arte de decidir sobre nuestro destino. Y ahí, todos somos artistas. Por eso es importante tener otras formas de arte cerca de nuestras vidas, por los aprendizajes que para el arte de la vida en común pueden entregarnos.
El mayor aprendizaje quizás esté en la posibilidad que ofrece el arte de hacer preguntas, más que de dar respuestas. De no pensar en agendas de partidos o en coyunturas sino en aumentar el c­onocimiento, el pensamiento crítico y la sensibilidad social. Tanto la política como el arte nos ofrecen más posibilidades que límites.

La política va mucho más allá que ejercer el derecho al voto. Hacemos política porque vivimos en comunidad. También hacemos política cuando elegimos qué vestir, qué comprar, a dónde viajar y qué piezas de arte poner en nuestras paredes. Cuando elegimos qué tendencias priorizar en nuestras redes y qué ideas defendemos al comer en familia.

El ejercicio del poder es amplio y es ingenuo pensar que son solo los gobernantes los que lo detentan. Son muchas las voces que entran en juego, muy variadas las maneras de influir y muchos los actores que perfilan el panorama político, los medios de comunicación, la economía, la academia o el arte.

La política permea en todos los aspectos de nuestra vida. Está en nuestra cultura e identidad, en las historias de nuestra cotidianidad: el amor, los deportes, la familia, las ciudades, la moda, la cocina, los animales, los superhéroes, la literatura y en cada decisión que tomamos. Y todo esto que es cultura popular, también es político.

Obra citada:

Mazzoleni, G. y Sfardini, A. (2009): Politica pop. Il Mulino, Bologna.

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