Por Ignacio Martín Granados

William Howard Taft fue el vigésimo séptimo presidente de los Estados Unidos (1909-1913) y el primero que comenzó a jugar al golf. Desde entonces, este particular deporte ha sido el pasatiempo favorito de los presidentes estadounidenses, aunque ninguno ha sido tan criticado como Barack Obama por practicarlo.

Desde su tercer año de mandato el golf ha sido el escape más preciado del presidente: en 2009 jugó 28 veces pero en 2013 batió su record personal con 46 rondas y en 2014 lleva ya 43, superando en total las 200. Históricamente no es el que más ha jugado, puesto que la rutina de Woodrow Wilson (1913-1921) incluía jugar un par de hoyos casi todas las mañanas por prescripción médica para frenar su estrés (superó ampliamente el millar de rondas) y Dwight D. Eisenhower (1953-1961) sumó cerca de 800 en su presidencia (sus rivales los demócratas decían que Ike había inventado la semana laboral de 36 hoyos ya que éste jugaba todos los miércoles por la tarde y sábados por la mañana).

De hecho, no se considera que practicar el golf sea malo en si mismo. El legendario golfista americano Gene Sarazen manifestaba que para saber quien era el mejor candidato, les pondría a jugar a todos en el campo de golf y el que tuviera seis hoyos malos consecutivos sin poner mala cara sería quien podría manejar mejor los asuntos de la nación.

Según el libro First Off the Tee: Presidential Hackers, Duffers and Cheaters from Taft to Bush, publicado en 2003 por Don Van Natta Jr., se puede aprender mucho de su forma de jugar: los jugadores más tramposos (Richard Nixon, Lyndon Johnson y Bill Clinton) después quedaron retratados como presidentes mentirosos. Y en el caso de Obama, quien sólo suele jugar con asesores jóvenes de la Casa Blanca, como refugio personal, y rara vez utilizarlo como arma de negociación política, su manera de practicarlo puede quedar como su legado presidencial, fiel reflejo de su aislacionismo político.

La crítica a Obama llega hasta el punto de que un comité republicano lanzó la página web www.FortyFore.com -que cuenta el número de veces que Obama va a practicar su deporte favorito- y otro el sitio “Play Golf o Save the Gulf?” (Jugar al golf o salvar al golfo).

Más allá de si son muchas las veces que lo practica, la verdadera crítica viene no sólo porque se haya negado a interrumpir sus vacaciones cuando se ha producido un caso grave como el asesinato del periodista estadounidense James Foley a manos del Estado Islámico, sino la posterior fotografía sonriente de Obama en los campos de golf, por lo que ha sido calificado de insensible.

Sobre todo cuando muchos recuerdan un episodio parecido de George W. Bush en 2002, recogido en el documental Farenheit 9/11 de Michael Moore. Tras advertir del riesgo de los asesinos terroristas en Irak, desde un campo de golf, finalizó su intervención dirigiéndose a la prensa: “Y ahora, miren qué buen drive”, procediendo a golpear la pelota.

El caso es que desde las elecciones presidenciales de 1980 ha surgido una curiosa tendencia: Jimmy Carter, Walter Mondale, Michael Dukakis, Bob Dole, Al Gore, John Kerry y John McCain, ninguno de ellos jugaba al golf y todo ellos probaron el sabor de la amarga derrota en las elecciones. Todos ellos perdieron ante golfistas.

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