Por Antoni Gutiérrez-Rubí, @antonigr Asesor de comunicación
Junto con la fiscalización del poder, el rol tradicional de los medios de comunicación ha sido funcionar como correa de transmisión de los mensajes políticos. A través de herramientas como las notas de prensa, las organizaciones políticas aprovechaban la plataforma de la prensa escrita para difundir su mensaje tratando de influir en la agenda con contenidos o con el control de los tiempos.
La aparición de otros medios de carácter masivo, como la televisión, cambió en parte esta relación privilegiada y obligó a los estrategas políticos a pensar en nuevos formatos, como la rueda de prensa o el canutazo, y también en nuevas fórmulas adaptadas a cada uno de los medios y a sus audiencias.
Pero el elemento que ha generado un cambio real en la relación entre prensa escrita y actores políticos ha sido, sin lugar a dudas, la consolidación de las redes sociales como vía de acceso a la información. Las redes se han convertido en el filtro a través del que buena parte de la ciudadanía nos informamos, también sobre política. Sin ir más lejos, en las últimas elecciones estadounidenses un 44 % de los ciudadanos se informó sobre la campaña a través de Facebook y, de ellos, el 64 % no consultó otras fuentes.
La gran transformación es la pérdida del monopolio en la transmisión de información de todos los medios convencionales, incluidos los escritos. Esto ha tenido dos consecuencias inmediatas que se han convertido en un fenómeno global. En primer lugar, los actores políticos ya no dependen de los medios para difundir su mensaje. Un tuit puede llegar igual de lejos, o incluso más, que una nota de prensa o una rueda de prensa. Los medios siguen manteniendo su papel de difusión, pero no lo hacen solos. Las redes también funcionan de forma autónoma. Dominando los códigos de lenguaje de las redes una organización política, un grupo de activistas, o incluso un medio de comunicación menor, pueden conseguir mayor relevancia de la que habrían encontrado en el ecosistema de medios tradicional.
La segunda consecuencia es que el papel de filtraje de las redes sociales, que se articula a partir de los algoritmos de cada entorno, ha alterado los hábitos informativos de la ciudadanía. En los timelines de los usuarios aparecen noticias que estos están predispuestos a creer, lo que a menudo provoca que no sientan la necesidad de comprobar si son reales o falsas. Esto abre la puerta a la aparición de lo que conocemos como posverdad, un término que ha resultado determinante en acontecimientos políticos como la victoria de Trump o el resultado del referéndum del Brexit en el Reino Unido.
Ante este nuevo escenario parece evidente que el papel de los medios, al menos en su rol de transmisor del mensaje político, está en pleno proceso de transformación. Si los actores políticos cada vez tienen menos dependencia mediática para difundir su mensaje, quizá exista una mayor necesidad de que la prensa escrita enfatice su vertiente fiscalizadora y de control, lo cual —sin duda— también afectaría a cómo se han configurado las relaciones de ambos actores hasta ahora.
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