Por Alberta Pérez, @alberta_pv

Tras los resultados de las elecciones municipales y autonómicas en España el mes pasado, la izquierda tropieza y se ve obligada a cambiar el ritmo de la marcha. El actual presidente del país, Pedro Sánchez, ha reaccionado de inmediato, como quien se despierta de un susto por la noche, para adelantar las elecciones generales al 23 de julio. Porque él es más de cogerse vacaciones en agosto.

La medida, que a priori parece tan arriesgada como comprometida con los valores democráticos, tiene pese a su rapidez un astuto y probablemente meditado trasfondo. Por una parte, el solape informativo de las nuevas elecciones eclipsa la oportunidad mediática de meter el dedo en la llaga: la población está contra las cuerdas y es a ellos a los que se le pide una explicación. Es una derrota breve, que en cualquier caso se asume con una aparente humilde transparencia y valentía, la misma que demanda en revancha a a sus antiguos y actuales votantes, para que sean ellos los que se responsabilicen del fracaso. Como una madre que te contesta: «tú verás lo que haces con tu vida».

La baza con la que juega la izquierda es la demonización de la imagen de la derecha, que a su vez tampoco parece tener mucho interés en distanciarse de ese papel. Un acierto de la izquierda española es que ha desempeñado muy bien su papel para escudarse en la imagen del poli bueno. El feminismo, apoyo a la comunidad lgtbiq+, la igualdad… y ahora pueden tratar de recuperar votantes amenazando con un futuro digno del medievo que queda en manos de la responsabilidad personal de cada uno. Y tú verás si quieres irte de vacaciones en julio y volver con un país gobernado por la ultraderecha, una palabra que da miedo y que siempre ha tenido representantes feos y con pinta de tener malas pulgas, o comprometerte con tus valores y esforzarte por mantener el «rumbo político» -en palabras de Sánchez- del país. Es decir, volvemos a una batalla de contrastes: nos dirigimos a la derecha o a la izquierda, escogemos el azul o el rojo. Pueden captarse muchos votantes simplificando la decisión en la elección de un bando, centrando la atención en el continente y no el contenido. Por supuesto que funciona, aceptemos de una vez que nos cuesta más empatizar con los feos, y el que diga lo contrario miente.

Todas estas llamadas a la movilización por parte del PSOE es una estrategia necesaria y desesperada por salir a flote, pues el tener diversos partidos considerados de izquierdas en el país, es algo que en un momento dado jugó a su favor permitiéndoles unir fuerzas contra una derecha mucho más limitada en opciones, pero que ahora les ha perjudicado tras diversos incidentes y problemas de coordinación, desmenuzando su conjunto de votantes. Esto lleva a que las apariciones de Sánchez en público resulten bastante incómodas por su doble cara. Por un lado, trata siempre de no perder la simpatía y naturalidad que le ha caracterizado hasta ahora, por otro el ímpetu un tanto agresivo de perpetuar su posición y dar gravedad a los recientes acontecimientos.

La pregunta es hasta qué punto Feijóo va a entrar en el juego. Viendo las apariciones públicas en prime time y leyendo declaraciones en actos públicos, da la sensación de que trata de mantener cierta distancia, como quien observa los acontecimientos desde lo alto de un trono ya alcanzado. Una altura que trata de nivelar sin demasiado estilo con frases como: “Quedan 18 días y, según Sabina, bastantes más noches. Pero no vamos a dar un balón por perdido. Todos los días serán una Champion”. ¿Existe algo más heteronormativo y rancio que un señor que asume que todos entendemos de fúblol o conocemos a Sabina?

Me pregunto si algún día llegará el minimalismo a la política, el estilo, la sobriedad, el saber estar, las maneras, el respeto y la profesionalidad. No sé si me preocupa más que la dificultad de que ello ocurra sea que las personas ya no estemos preparadas para prestar interés a algo que no nos proporciona estímulos constantes, o que para llegar a posiciones de poder debas cumplir los requisitos contrarios.

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