Por Carlos Fuente, @CarlosFuente1, Director del Instituto de Protocolo y Eventos. ISEMCO
La ceremonia de investidura del nuevo presidente de los Estados Unidos de América, Joe Biden, y su vicepresidenta, Kamala Harris, no defraudó las expectativas. Las dudas sobre la solemnidad de la misma se despejaron a los pocos minutos de iniciarse. Ni la sensación de apocalipsis por la grave brecha creada en la sociedad americana, ni la ausencia de ciudadanos de a pie, ni el temor a posibles ‘trifulcas’, ni la pandemia, frenaron la magistral puesta en escena de un evento que se enmarca en un conjunto de actos que conforman el ya conocido ‘Día de la democracia’ en este país.
El principal, la cita del Capitolio, supo respetar la costumbre y la tradición e incorporar una nueva narrativa que si no se ve en conjunto no puede entenderse el significado real de todo. Hubo un protocolo muy especial: el de la palabra y los gestos, ese que trasciende a lo habitual y va más lejos en una situación muy crítica. Ahí el protocolo supo estar a la altura y demostrar que es algo más que acomodar gentes o establecer un orden de discursos e intervenciones. Una ceremonia muy humana, lo que convirtió a los protagonistas en piezas de un gran puzzle cuya foto final creo que ha llegado a millones de personas en todo el mundo. ¿Se puede pedir más?
La reflexión principal que nos digiere esta ceremonia, ya prácticamente conocida por todos y no tiene por objeto entrar en los detalles que pueden encontrarse en cualquier medio de comunicación o blogs especializados, es valorar la importancia del éxito gracias a una perfecta conjunción entre el protocolo, la comunicación y la producción. De esta última solemos olvidarnos, pero ha sido clave para dar forma tanto al protocolo como a la comunicación.
En cualquier caso, me quedo con la narrativa general de la ceremonia de investidura de Biden, el significado global que se ha querido dar a esta ceremonia americana. No hay duda que fue espectacular, llamativa y de calado. Biden se enfrentaba a una historia de cuatro años catastróficos para los Estados Unidos, y el día de su toma de posesión debía hacer algo distinto sin romper las partes tradicionales de la ceremonia. Un país vertiginosamente dividido, quebrado, muy enfrentado, tras una nefasta gestión de sentimiento de país unido a cargo de Trump, empezar una nueva legislatura requiere de mensajes claros. También se consiguió.
Lo que no se olvidará
Sí, hubo una narrativa en esta investidura, una historia que se contó, y unos cuantos mensajes para manifestar que EE. UU. seguirá siendo potente si supera la ‘era Trump’. Biden y su equipo han sabido poner la primera piedra de un nuevo tiempo. A estas alturas nadie olvida la solemnidad de los juramentos. Nadie olvida a una magistral Lady Gaga poniendo la carne de gallina con el himno nacional. Nadie olvida la interpretación de Jennifer López de su autorreferencial canción de ‘Let’s Get Loud’, ni su grito en español pidiendo libertad y justicia para todos. Nadie olvida a Amanda Gorman, la joven poeta que se encargó de poner en verso la llamada a la unidad del país que marcó toda la ceremonia. Y nadie puede olvidar cada párrafo del discurso del presidente que no tiene una palabra de desperdicio.
El protocolo y el ceremonial ha demostrado una vez más que puede ponerse, mediante sus recursos y creatividad, al servicio de la unidad y la convivencia al más alto nivel, siempre y cuando conjugue con el verbo comunicar.
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