“En Francia, los grandes hombres a quien la historia recuerda son los que caen y se levantan. Nuestra visión heroica del poder, heredado de grandes epopeyas nacionales -empezando por los Cien Días- nos hace admirar a los políticos indestructibles: los que, derrotados y abandonados, encontraron la energía para recuperarse, iniciar la reconquista y alcanzar una gran revancha triunfal. Así, de Napoleón a Sarkozy, pasando por De Gaulle, Mitterrand, Balkany, Juppé, Rocard, Aubry y algunos otros que parecían ‘terminados’, regresan a la escena política”.

Así reza un extracto del nuevo libro del profesor Christian Delporte, publicado a principios de este año, Come back! ou l’art de revenir en politique y que ya presagiaba lo que anunciaba el mismo Nicolás Sarkozy hace un par de semanas en su cuenta de Facebook, su regreso a la primera línea de la política.

Apenas ha durado dos años y medio su retiro de la escena política cuando perdió ante Hollande la Presidencia de la República francesa. Igual que hiciera otro político-espectáculo como el italiano Silvio Berlusconi (Primer Ministro en tres periodos diferentes: 1994-1995, 2001-2006 y 2008-2011), que anunció en noviembre de 2007 la disolución de su histórico partido Forza Italia y el nacimiento del Pueblo de la Libertad -unión de varios partidos- con el que en coalición con La Liga Norte y el Movimiento por la Autonomía ganó nuevamente las elecciones; Sarkozy pretende refundar y rebautizar su partido Unión por un Movimiento Popular (UMP) uniendo fuerzas con la Unión de Demócratas e Independientes (UDI) para formar una gran fuerza de centroderecha ante las elecciones presidenciales de 2017.

Le hubiera gustado un regreso más mesiánico, pero tendrá que aceptar el juego de las primarias para liderar un partido en descomposición, incapaz de hacer una oposición fuerte y que se encuentra dividido y mermado por el éxito de la ultraderechista Le Pen. No parece fácil, tendrá que demostrar que no es un hombre del pasado sino que realmente es un hombre nuevo -como repite hasta la saciedad-; que los franceses le tomen en serio (el 63% no desea que sea candidato en 2017, sólo el 29% le considera honesto y el 55% opina que su regreso es malo); y que las cuentas pendientes con la Justicia en una decena de causas abiertas no le aparten de su nuevo reto.

Cuenta a su favor con la ola de rechazo que arrastra François Hollande (el presidente peor valorado de la V República) y el asilamiento que supondría el Frente Nacional de Le Pen (partido que encabeza las encuestas en la actualidad). En su propio partido, ante la guerra fraticida de Alain Juppé y François Fillon, su regreso no está tan mal visto. Además, impulsado por el creciente desapego de los franceses hacia la política y “la ausencia de toda esperanza en la población”, Sarkozy se presenta como el salvador que promete construir la gran formación política del siglo XXI, organizar primarias, convocar referendos, recortar el número de funcionarios y de diputados en consultas populares… ¿les suena?

En todo caso, y a diferencia del General De Gaulle en 1958, Sarkozy no parece que regrese como un hombre providencial para salvar a su país, sino para salvar a su arruinado partido y a él mismo, escudándose de los casos judiciales que le amenazan. En noviembre sabremos si cuenta con el respaldo de los miembros de su partido. Si así fuera, quedarían todavía 31 meses de reconquista para la revancha triunfal. Con Sarkozy, 31 meses de espectáculo.

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