Por Luciana C. Manfredi PhD. @LucianaManfred5,

Profesora Asociada Universidad ICESI

Le pidieron que moderara e hiciera las preguntas en un debate para la elección de personero estudiantil en un establecimiento educativo de la ciudad donde vivo. Ayer en la mañana, me dirigí a un colegio hermoso, campestre, rodeado de árboles, donde niñas y niños corrían en un patio y jugaban durante el recreo. Allí, antes de empezar el evento, me presentaron a tres jóvenes, estudiantes de bachillerato (secundario, instituto) que presentaban propuestas para ser sometidas a escrutinio y luego a votación en las elecciones estudiantiles.

Llegué a un gimnasio lleno de niñas y niños de distintas edades, desde los más pequeños hasta los de último año con sus chaquetas de ‘Prom 2022’. Empezamos el evento con el himno nacional, todos los niños cantando emocionados con la mano en su corazón representando un primer momento simbólico. Lo importantes que son los símbolos, sobre todo, aquellos que nos identifican con un grupo de referencia. Los miraba embelesada, impresionada de escucharlos con sus pequeñas voces cantando tan concentrados y con tanta emoción el himno nacional. Luego, el rector del establecimiento educativo comenzó su intervención hablando de la fiesta de la democracia, hizo varias preguntas al público y me sorprendieron esas niñas y niños con esas definiciones sobre democracia. Entre ellas surgieron “es un espacio para el debate”, “es donde se pueden hablar de las cosas que nos interesan a todos”, “sirve para ponernos de acuerdo sobre si queremos tarea o no”. Quedé impresionada con sus respuestas, sobre todo porque ninguno se enfocó en el procedimiento de la democracia, sino en su sustancia más profunda, lo que constituye el valor de la democracia.

Ahora sí, cuando hablamos de democracia, entendemos el régimen político caracterizado por el proceso electoral en el cual se eligen a las personas que ocuparán los cargos públicos dándole vida y orientación política al Estado, la libertad de expresión, de información alternativa, de asociación, de presentarse a cargos públicos. Siempre he pensado que la definición de Dahl (1999) de poliarquía es una de las que más me gusta para pensar en las democracias modernas. Porque no solo pensamos en el procedimiento, en cómo se acceden a los cargos de elección popular, en dónde radica la soberanía popular como fundamento de las democracias modernas. Sino también, en esa idea de lo sustancial, lo profundo, lo que le aporta a la vida de las ciudadanas y ciudadanos.

Sin duda, vivimos en democracias muy débiles, con procesos de institucionalización de décadas, interrumpidos por crisis políticas, económicas y estallidos sociales. Sabemos que nuestras democracias distan mucho de ser perfectas, que tienen muchos errores y presentan muchas injusticias e inequidades. También, nos encontramos en un momento histórico de desafección política, de distancia e inclusive, rechazo a las instituciones.

De acuerdo con los resultados de Latinobarómetro de los últimos años (desde el 2015 al 2020), los principales determinantes de la desafección política son la desconfianza hacia las instituciones, la insatisfacción con la democracia y el descontento con el funcionamiento del sistema político. Sin embargo, a pesar del mal momento que viven algunas democracias latinoamericanas, seguimos valorándolas positivamente con sus bemoles. Desde nuestra formación inicial y siendo muy jóvenes entendemos la importancia de tener instituciones formales fuertes, de establecer reglas de juego y procedimientos, de elegir a quienes nos representan. También entendemos que lo más valioso de la democracia no es el procedimiento en sí, sino la sustancia, esa posibilidad de integrarnos, de abrir espacios para el debate de ideas, para presentar y elegir las mejores propuestas, para avanzar hacia una sociedad pluralista, para tender puentes, construir consensos, resolver conflictos. Esto es la esencia de la democracia, lo que estas niñas y niños entienden cuando se dirigen al gimnasio del colegio felices y dispuestos a escuchar las propuestas de los candidatos estudiantiles, comprometidos a ejercer su derecho al voto.

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