Por Alberta Pérez, @alberta_pv

Jacinda Arden abandona su puesto como primera ministra de Nueva Zelanda este mes de febrero, tras cinco años que se le han debido de hacer largos, pues aseguraba que la razón de su marcha es que no se siente con energías para continuar en su puesto otra candidatura. Cuál deportista de élite, su mensaje de despedida la ubica en la posición de alguien desgastado por su alto rendimiento, no por falta de ganas sino de capacidad, se ve obligado a poner un punto y final en su carrera.

La compasión es una carta que hay que saber jugar en el momento adecuado y en este caso, el timing es ideal, en unos tiempos donde la conversación acerca de la importancia por la salud mental y el autocuidado están cobrando más importancia que nunca.

Continuando con el símil del deporte, de hecho, me recuerda a cuando en 2020, contra todo pronóstico, se retiró por motu propio Simone Biles de la final olímpica de gimnasia deportiva de Tokyo, pese a ser una de las favoritas, alegando que no se sentía preparada para continuar y prefería dar un paso al lado. Para mí, lo más interesante de lo ocurrido, fue el razonamiento en público de la deportista, que generaba un vínculo entre la salud mental y la física, asumiendo su correlación. En ese momento se estaba poniendo en valor un argumento invisible que sobretodo tras la pandemia, la sociedad está cada vez más dispuesta a asumir.

En este sentido, las declaraciones de Arden son desde mi punto de vista inteligentes porque se adhieren no de forma directa al asunto de la salud mental, sino al desgaste psicológico y personal. La conversación social y la prensa se han encargado ya de dar ese paso, porque como decía en un principio, es en estos momentos un tema de moda.

Por su parte, la forma en la que expresa sus razones resta humilde y personal, sin jugar la baza de la compasión y centrándose, incluso sutilmente haciendo hincapié, en un trabajo bien hecho en el pasado. Los críticos que busquen defender que se trata de una retirada ante posibles resultados negativos en las próximas elecciones quedan fuera de juego ante su rápida retirada, pues la discusión está a día de hoy no sólo anticuada por el hecho de que, sea como fuere, no es de interés teorizar sobre los posibles resultados de alguien que ya no ocupa el puesto, sino que además los demoniza, porque atacar a alguien que muestra la bandera blanca parece un ataque por la espalda. Algo que sin embargo, no quita el hecho que como movimiento estratégico, esta decisión sí pueda beneficiar a su partido.

La última brecha que abren estas declaraciones es, también por la falta de ejemplos con los que hacer comparativa, si existe o no una razón relacionada con el género. De aquí surgen sobretodo dos preguntas: la primera, si ser mujer en política resulta más duro por el hecho de que es un ámbito históricamente masculino, y dos, si a su vez resulta más fácil o más beneficioso para tu imagen social adherirse a este tipo de argumento cuando no eres un hombre. Ambas cuestiones, en realidad surgen de un mismo problema subyacente, que resulta de la directa vinculación entre poder y masculinidad tóxica. Pero supongo que antes de entrar en este tema habría que debatir y llegar a un acuerdo sobre si la política es efectivamente un entorno machista. Un tema que como Jacinda, a mí me agota y tampoco tengo energías para discutir en estos momentos.

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