Claudia Ortega Chiveli  @AlxandraGil

Por: Claudia Ortega Chiveli  @claudia_chvl

Periodista experta en terrorismo yihadista

«Hemos adquirido como propio el marco patriarcal hasta el punto de encontrar dificultades para asumir que una mujer puede perpetrar un atentado terrorista»

Con permiso de la invasión de Ucrania, que ocupa buena parte del foco mediático internacional, son muchas las noticias que en los últimos meses nos han hecho mirar, de nuevo, a la situación de la mujer en el mundo árabe. La muerte de Mahsa Amini el pasado 16 de septiembre en Irán por no llevar bien puesto el velo, las violaciones sistemáticas de los derechos de las mujeres en Afganistán tras la llegada de los talibanes al poder, las cada vez más mujeres nacidas en suelo europeo que terminan radicalizándose y uniéndose a las filas del ISIS, su posterior repatriación… Muchas y muy distintas situaciones, que a menudo nos llevan a generalizar y a no entender una realidad mucho más compleja que lo que nuestro imaginario colectivo, en Occidente, presupone.

En este especial de ACOP dedicado a la mujer, nos acercamos a ella de la mano de Alexandra Gil, periodista especializada en terrorismo y autora del libro ‘En el vientre de la yihad’ (Debate, 2017). Sus años como corresponsal en Francia le han llevado a tener un gran conocimiento sobre yihadismo y radicalización violenta.

Para Occidente es algo complejo de explicar y de entender. ¿Cómo ha evolucionado nuestra mirada en el papel que las mujeres desempeñan en el yihadismo?

Uno de los ataques que más conmovió a Europa en 2016 fue, sorprendentemente, un atentado que no llegó a prosperar: el atentado fallido de Notre Dame que tenía por protagonistas, en suelo europeo, a mujeres yihadistas. Y sorprendió precisamente porque, históricamente, las organizaciones terroristas yihadistas prevén una sociedad dividida según estrictos roles de género. ¿Cómo imaginar a un grupo de mujeres (la cabecilla, Inés Madani, tenía 19 en el momento de los hechos) tratando de matar a inocentes en el corazón de Europa?

Pero hay efectivamente otra lectura. Hemos adquirido como propio ese marco patriarcal hasta el punto de encontrar dificultades para asumir que una mujer puede perpetrar un atentado terrorista. Y aquí también hay p­endiente cierto ejercicio de honestidad con nosotros mismos: independientemente de los roles que los movimientos yihadistas, cuya estructura es misógina, atribuyen a la mujer; nuestro asombro ante un intento de atentado con bombonas de butano frente a Notre Dame viene de nuestra incapacidad a la hora de asumir que estos actos también pueden cometerlos mujeres. Las últimas dos décadas han sido claves en la aparición de investigaciones en torno a la implicación de mujeres y la motivación que las lleva a participar en organizaciones misóginas que persiguen un proyecto que, de prosperar, todavía lo sería más.

Nuestro asombro ante un intento de atentado con bombonas de butano frente a Notre Dame viene de nuestra incapacidad a la hora de asumir que estos actos también pueden cometerlos mujeres»

Entonces, a la hora de estudiar este fenómeno y de comunicarlo, ¿pecamos desde Occidente en contar su historia desde una visión paternalista? 

No es de extrañar que el enfoque que desde Occidente damos a esta cuestión esté siempre impregnado de una curiosidad por sus recorridos personales, esa micro-esfera que esperamos repleta de caos, desestructuración, soledad, trauma… algo que nos permita continuar manteniendo a las m­ujeres yihadistas en un estrato inferior en cuanto a su capacidad de decisión. Y lo cierto es que la ideología yihadista prevé un proyecto de sociedad en el que hay mujeres que participan de él, lo mantienen, lo protegen, lo promueven y, lo más importante, lo perpetúan.

La forma de reclutar a hombres no es la misma que la que usa el yihadismo con mujeres, ¿explotan nuestros propios estereotipos para su beneficio?

Por supuesto, hay factores socioeconómicos que explican que la propaganda yihadista dirigida a mujeres sea distinta a la que rodea a los hombres. No es de extrañar que la maquinaria propagandística del terrorismo yihadista ahonde en la victimización y trate de convencer a mujeres occidentales de que signos religiosos que anulan su existencia incluso escondiéndolas físicamente, como el burka, son en realidad una suerte de signo de empoderamiento contra Occidente. Las organizaciones yihadistas alinean las motivaciones ideológicas de cada grupo a las experiencias personales que les presuponen. Ahí reside, por ejemplo, la diferencia en las técnicas de reclutamiento entre hombres y mujeres.

¿Qué papel desempeñan entonces las mujeres dentro de estas organizaciones?

Que las tareas que atribuyen a las mujeres no se encuentren, históricamente, en el último eslabón de la cadena (es decir, en la materialización del atentado en sí mismo) no significa que sus acciones no sean primordiales para la supervivencia del proyecto terrorista: han sido y son esposas y madres de las futuras generaciones, radicalizadoras de estas familias, facilitadoras, agentes intermediarios en la financiación de proyectos terroristas, reclutadoras de futuras mujeres de combatientes, y un largo etcétera.

Que las tareas que atribuyen a las mujeres no se encuentren, históricamente, en el último eslabón de la cadena no significa que no sean primordiales para la supervivencia del proyecto terrorista”

Estos equilibrios en torno a la implicación de la mujer en la yihad permiten, por ejemplo, mantener la jerarquía, perpetuar los roles de género y seguir contando con el apoyo popular de quienes dentro de sus estructuras ven con reticencia la equiparación entre hombres y mujeres en el grupo terrorista. Al mismo tiempo, estas organizaciones asignan a la mujer un rol que, sin duda, puede variar en función de las necesidades del proyecto terrorista y que, por encima de todo, brinda al yihadismo la posibilidad de explotar estratégicamente los estereotipos que nosotros mismos mantenemos en este aspecto, por ejemplo, otorgando a las mujeres misiones de vital importancia para la comisión de un atentado en Occidente a sabiendas de que, siendo mujeres, sus movimientos esquivarán la sospecha.

La narrativa yihadista hacia las mujeres europeas ha estado anclada en una romantización que les ha eximido, a ojos de la opinión pública, de su responsabilidad, implicación y determinación”

¿Hemos contribuido desde Occidente de alguna manera a atribuir a las mujeres, por error, un rol “menos relevante”? ¿Hay algún error en nuestra lectura de su implicación?

La narrativa yihadista hacia las mujeres europeas en las que ha terminado calando esta ideología ha estado anclada en una romantización que les ha eximido a ojos de la opinión pública de su responsabilidad, implicación y determinación. El error ha consistido en no diferenciar dos procesos que, aunque complementarios, son independientes entre sí; por una parte, la maquinaria desplegada por los grupos terroristas para llegar a sus reclutados/as. Es evidente que la narrativa yihadista ha sabido identificar los malestares y transmitir que la ideología islamista venía a completar y reforzar su identidad. En cambio, privilegiando la victimización de las mujeres en estos procesos de radicalización, se ha dejado a menudo de lado la segunda vertiente: la voluntad personal y política, entendiendo esta como la implicación en un proyecto que va mucho más allá de un anhelo propio, hacia un fin común.

La tarea de engordar las filas de la organización terrorista para engendrar a las próximas generaciones de terroristas no parece menos relevante que la implicación de sus maridos”

Siempre se alude a problemas de integración en los países a los que antes emigraban y en los que ahora ya, en muchos casos, nacen. ¿Qué tiene más peso actualmente en la radicalización de estas mujeres?

Es complejo determinar o generalizar sobre los motivos que pueden hacer que la implicación de estos terroristas (mujeres y hombres) termine materializándose en un atentado suicida. Mi experiencia a través de las madres de yihadistas europeos que marcharon a Siria, murieron allí o regresaron, sí me acerca a la teoría de una desconexión (paulatina en algunos casos, en otros, frontal) de los mecanismos de pensamiento que les regían cuando todavía vivían en Europa. En algunos casos, el grado de conexión a esta ideología y a las misiones que se les atribuyeron en combate ha dependido del grado de radicalización que la organización a través de reclutadores o de redes sociales por poner solo dos ejemplos había logrado en los jóvenes antes de que se decidieran a emprender este viaje.

No obstante, en mi trabajo pongo de relieve casos de jóvenes que parecían poco convencidos del proyecto al marcharse y que terminaron de adherirse a él de una forma mucho más abrupta y repentina, en un periodo muy reducido de tiempo, e influenciados por su presencia en el territorio.  Esto sucede con las jóvenes adultas que se marcharon por voluntad propia, (solas o acompañando a sus parejas). Independientemente de que la misión inicialmente atribuida en la propaganda las relegara a un plano alejado del combate, la tarea de engordar las filas de la organización terrorista para engendrar a las próximas generaciones de terroristas no parece menos relevante que la implicación de sus maridos en misiones, por ejemplo, de vigilancia o propagandísticas. Tareas que también les alejan del campo de batalla y no por ello se les ha considerado menos implicados en el proyecto terrorista. Esa es la visión que, a mi modo de ver y hasta que han comenzado a aflorar a través de la judicialización de los casos paradigmas de mujeres europeas determinadas en su ideología yihadista, ha faltado en el imaginario colectivo y, en consecuencia, en la creación de correctas contranarrativas.

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