@flaviafrei Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM Red de Politólogas – #NoSinMujeres

«América Latina vive una revolución feminista que está transformando el modo de hacer (y entender) la política»

Por Giselle Diampova y Karen Sánchez @juliethsandu

Argentina, española, politóloga y periodista, investigadora titular del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México y profesora de “Política Comparada” del Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales de la misma Universidad. Editora asociada de Política & Relaciones Internacionales de Latin American Research Review, la revista de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA) y editora de Primer Saque, blog de investigación. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel II). Sus investigaciones y aportes están orientados al estudio de las elecciones, los partidos políticos, las instituciones informales y la representación política de las mujeres.

Sus trabajos evidencian la importancia de una cultura de la igualdad que derribe las creencias machistas que dificultan la participación de las mujeres en política, ¿usted ha vivido personalmente dichas creencias? ¿Han afectado su trayectoria profesional?

Las sociedades latinoamericanas se han desarrollado de espaldas a la cultura de la igualdad. Tanto las instituciones como las relaciones de poder entre la ciudadanía y sus líderes han estado dominadas por una visión masculina de hacer las cosas. Durante gran parte de mi trayectoria profesional observé lo que ocurría en la sociedad ajena a los debates feministas y, por tanto, carecía de una visión de la igualdad como un componente central del funcionamiento democrático. En lo personal, carecía de perspectiva de género desde donde abordar el estudio del poder y del sistema político y reiteraba una y otra vez que la Ciencia debía ser ajena a debates ideológicos (ignorando que al decir eso reproducía una determinada ideología).

En ese sentido, tardé en darme cuenta respecto a cómo la “ciencia” y la “política” no habían podido escapar de la articulación del orden social construido asimétricamente entre hombres y mujeres. Debo reconocer que fui muy ingenua creyendo que esos temas -los vinculados a las desigualdades y al papel de las mujeres en la sociedad- eran propiedad de la sociología o, de manera específica, de los estudios de género. En los últimos años, mis propias experiencias personales respecto a los techos de cristal en las instituciones universitarias, en los partidos políticos o en las instituciones políticas (e incluso la lenta superación de mis propios “techos de cemento” o autolimitaciones de lo que era capaz de hacer) fueron cambiando mi manera de ver las cosas.

Mi cambio fue, fundamentalmente, un cambio de “lentes” (de gafas), respecto al modo en que debe abordarse el conocimiento. En ese proceso influyó el hecho de que varios de mis colegas (hombres y mujeres) ya contaban con esa perspectiva y me fueron ayudando a “quitar el velo”. En la actualidad, continúo viviendo un proceso de cambio, de deconstrucción y desaprendizaje cotidiano, cada vez más interesado por descubrir y ejercer una Ciencia Política feminista, comprometida con las transformaciones que creo que se deben hacer respecto al espacio público. Es un proceso que supone cambios sustantivos en el modo en que aprendo, enseño e investigo los procesos políticos latinoamericanos.

¿Cómo podría funcionar una democracia de manera eficiente excluyendo a la mitad de la población?

¿En qué consiste para usted una democracia con igualdad sustantiva de género y no solo numérica?

La representación democrática puede ser entendida de diversas maneras: descriptiva, sustantiva o simbólica. La “representación descriptiva”, como sostiene Hanna Pitkin, se refiere al número y las características de quienes acceden a los cargos de representación. La “representación sustantiva”, a diferencia de la anterior, se refiere al “actuar en el interés de los representados”, tiene que ver con las actividades que se hacen, con las prioridades y la inclusión de una agenda específica en el trabajo legislativo. La “representación simbólica”, finalmente, tiene que ver con el modo en que la ciudadanía percibe la igualdad y a las acciones que las instituciones y los grupos políticos impulsan y legitiman en torno a la misma incluso de manera cultural (como el lenguaje incluyente).

Junto al incremento de las mujeres en los cargos, la violencia política se ha convertido en el costo que han tenido que enfrentar las mujeres que han querido hacer política

Una democracia con igualdad sustantiva supone que los intereses y demandas de todes (hombres, mujeres y otres) se encuentran representados, no solo en términos numéricos sino a través de políticas públicas, intereses y símbolos. Es interesante la combinación de estas dimensiones porque puede haber un sistema político que sea considerado por algunos como democrático, con mujeres en las instituciones (representación descriptiva) pero que no alcancen la representación sustantiva (al no haber defensa de sus intereses y demandas) y, en ese sentido, a ese sistema político sería difícil denominarlo como democrático porque no incluye a las mujeres ni tampoco a la diversidad.

¿Se puede hablar de avances en igualdad de género? ¿Cuáles son los cambios que ha visto a nivel social y cultural en base a la participación de la mujer en la política?

América Latina se ha caracterizado por ser una de las regiones que más ha excluido a los grupos que integran sus sociedades en términos de género, raza, edad, estratos socioeconómicos, migrantes o etnicidad. Esta exclusión es interseccional, es decir, cruza diversas aristas y da cuenta de una profunda “desigualdad estructural”, como ha sostenido el constitucionalista argentino Roberto Saba. Esa desigualdad se manifiesta en la existencia de prácticas sociales, prejuicios y sistemas de creencias que hacen que haya grupos en “situación sistemática de exclusión”, donde se impide el ejercicio de los derechos o el acceso a las instituciones.

Esto es lo que lentamente está cambiando. Me gusta pensarlo como una revolución pacífica, un cambio de mentalidades, de manera de ver y de hacer las cosas. Una revolución feminista, que lucha por la igualdad entre todes. Nuestras maestras politólogas y juristas, como Line Bareiro, contribuyeron a transformar el derecho internacional y a crear mecanismos para asegurar la participación política de las mujeres en igualdad de condiciones formales tales como las cuotas y el principio de paridad de género, para democratizar en clave de inclusión.

Desde 1991, cuando Argentina aprobó la Ley de Cupo, los países latinoamericanos han realizado al menos 37 reformas electorales para obligar a los partidos políticos a poner mujeres en las candidaturas (datos disponibles en el Observatorio de Reformas Políticas de América Latina). Esas reformas han impactado en el incremento de las mujeres en los legislativos nacionales de 9 a casi el 30 % (según el Observatorio de Igualdad de Género de América Latina de la CEPAL, 2019). La paradoja es que los partidos tuvieron que (auto)obligarse a ubicar mujeres en las candidaturas porque sin esas leyes ellos mismos las excluían de las listas, de los puestos de poder y de las oportunidades políticas. En cualquier caso, ha habido avances en términos de representación descriptiva y ahora hay que trabajar manteniendo esos avances pero también luchando por la representación sustantiva.

¿Nos podría destacar países de referencia que hayan conseguido logros en la igualdad de género y en la lucha contra la violencia política?

La violencia política debido al género ha sido en la mayoría de los países latinoamericanos una de las consecuencias no deseadas de las reformas electorales realizadas en la región para incrementar la participación y la representación política de las mujeres. Esto es histórico. Nunca tantas mujeres habían accedido a los cargos en países como México, Bolivia, Ecuador, Costa Rica. Este incremento es un paso necesario para mejorar los niveles de igualdad de género en el acceso y el ejercicio del poder. Lo curioso es que, junto al incremento de las mujeres en los cargos, la violencia política se ha convertido en el costo que han tenido que enfrentar las mujeres que han querido hacer política.

Las mujeres se han ido convirtiendo entonces en una “amenaza” al status quo masculino dominante y los hombres (y otras mujeres) han respondido con múltiples formas de violencia. En una encuesta online realizada entre el 5 y el 31 de agosto de 2018 por el #LaboratorioMujeresPolíticas, del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, y que fue respondida por 225 candidatos/as (hombres y mujeres) a diferentes cargos de representación de 19 países de América Latina y el Caribe, más del 50 % de las/los entrevistadas/os señaló haber vivido situaciones de acoso y/o violencia política. Las mujeres que respondieron la encuesta también señalaron que es dentro de los partidos donde experimentan mayor violencia. Por ejemplo, el 47 % de las mexicanas indicó haber sido discriminada (por ser mujeres) y de haber percibido favoritismo hacia los hombres al momento de la distribución de las candidaturas (#LaboratorioMujeresPolíticas).

Las investigaciones en Ciencia Política han contribuido a identificar, visibilizar y conceptualizar esa violencia. En México, se ha discutido mucho sobre este tema y se ha avanzado en la conceptualización de la misma. Trabajos como los de María del Carmen Alanís, Daniela Cerva, Gabriela del Valle, o Rafael Elizondo junto a los de colegas norteamericanas como Mona Lenna Krook o Jennifer Piscopo, han sido claves en esta tarea. En el mismo sentido, las autoridades electorales (jueces y funcionarios) han ayudado a través de sus sentencias y resoluciones en la identificación de lo que es violencia política contra las mujeres por ser mujeres. Las Redes de Mujeres (como Red de Mujeres en Plural, REPARE o la Asociación de Mujeres Guerrerenses AC), junto a las organizaciones de la sociedad civil (como, por ejemplo, CIDHAL en Morelos), han contribuido en poder saber cuáles son las prácticas violentas y las simulaciones que los partidos ejercen contra las mujeres y, gracias al litigio estratégico, han ayudado a los tribunales a avanzar en el castigo a ese tipo de violencia.

En su libro Las Reformas Políticas a las Organizaciones de Partidos en América Latina, ha realizado un estudio comparado de las reformas a las organizaciones de partidos en América Latina. ¿Cómo evolucionaron, a grandes rasgos, los métodos de selección para la candidatura presidencial en los distintos partidos?

Los métodos de selección de candidaturas han ido transformándose en las últimas cuatro décadas en América Latina, generando una gran diversidad de marcos normativos, lo que no permite identificar resultados homogéneos ni consecuencias comunes sobre la dinámica interna. Lo que sí se sabe hoy es que la celebración de elecciones internas son procesos necesarios para la democratización de los partidos políticos, pero no una condición suficiente. A pesar de esto, los estudios que he realizado en los últimos 20 años me han permitido entender que a los partidos latinoamericanos no les gusta la democracia interna. No valoran la democracia interna como un elemento que puede hacerles ganar elecciones competitivas ni tampoco la entienden como una dimensión clave para incluir a los diversos grupos de la sociedad.

Los partidos no creen que la democracia interna les haga ganar las preferencias de los votantes y cada partido suele concebir a la democracia interna como un aspecto diferenciado, condicionado por la propia experiencia organizativa y la de sus liderazgos políticos. Lo peor de esto es que la ciudadanía tampoco valora la democracia interna como un elemento sustantivo para definir su orientación de voto. A los electores les da igual el modo en que los partidos toman decisiones, a quienes incluyen en el proceso de tomar de decisiones y cuáles son los resultados de dichas decisiones. No les importa si los dirigentes se renuevan o no en sus cargos, si las decisiones son tomadas con la participación voluntaria de sus militantes, si se usan (o no) mecanismos competitivos y si los órganos de gobierno discriminan la integración de los diferentes grupos (fundamentalmente los que son minoritarios).

A la ciudadanía incluso parece darle igual si las mujeres y hombres candidatos del partido son militantes con larga trayectoria o sujetos puestos por las cúpulas para cumplir con la exigencia de requisitos externos. Hasta que esto no cambie, los partidos no tendrán incentivos para democratizar sus procesos de selección de candidaturas o sus procesos de toma de decisiones.

Incorporando preguntas de su profesión, ¿cree usted que ya se encuentra profesionalizada la Ciencia Política?

Desde la reinstauración democrática de los países de América Latina, la Ciencia Política ha crecido sistemáticamente tanto a nivel cualitativo como cuantitativo realizando aportes importantes a la política comparada. Resulta imposible pensar en Ciencia Política sin pluralismo y sin democracia, así que antes de eso casi no había Ciencia Política en la región. En la actualidad hay cada vez más un mayor número de departamentos y facultades que imparten programas de grado y posgrado; estudiantes, investigadores/as y profesores/as que construyen una comunidad vibrante con lazos reticulares entre sí, sus universidades y con el exterior; un número significativo de publicaciones, algunas de las cuales están incluidas en los mejores índices de impacto internacional; asociaciones profesionales y un mayor reconocimiento social sobre cómo la disciplina puede transferir conocimientos a otros espacios.

A pesar de este crecimiento profesional y de su mayor nivel de institucionalización como disciplina, la Ciencia Política continúa siendo una disciplina reacia al liderazgo de las mujeres. Las resistencias hacia las mujeres politólogas son muchas y muy sólidas, reproduciendo sesgos implícitos de género respecto al papel de las mujeres en la docencia, la investigación o la práctica profesional (como diversas investigaciones han evidenciado en la región). Estos son retos sustantivos para que la Ciencia Política se profesionalice e institucionalice de manera inclusiva.

La Ciencia Política continúa siendo una disciplina reacia al liderazgo de las mujeres

¿Cuáles son los obstáculos a los que se enfrentan los politólogos hoy en día para en la aplicación de su disciplina?

Los obstáculos son diversos. La Ciencia Política enfrenta profundas brechas de género. Hace años decían que no había muchas autoras y que por eso no las invitaban a dar las conferencias, no las incluían en los syllabus ni estaban en la dirección de los departamentos de la disciplina. En la actualidad, cada vez más, nos damos cuenta de que no es cierta la expresión de “no hay mujeres” sino que están invisibilizadas. La mayoría de nuestras colegas todavía hoy se encuentran en posiciones secundarias (como adjuntas de profesores hombres); son menos citadas que los hombres; el expertise es un atributo considerado masculino; casi no son invitadas para dar conferencias magistrales o son evaluadas con criterios mucho más severos que los hombres. La Ciencia Política latinoamericana (y latinoamericanista) está cruzada por “sesgos sexistas de género” y esta ha sido la razón por la cual creamos la Red de Politólogas – #NoSinMujeres, bajo la idea de visibilizar el trabajo de las mujeres politólogas.

Un par de preguntas a nivel personal, ¿quiénes le inspiraron al inicio de su carrera y quiénes le inspiran ahora?

Mis principales inspiraciones han sido mis maestras y maestros en cada etapa de mi vida formativa: en Santa Teresita, en Buenos Aires, en Salamanca, en Quito, en Lima o en Boston. Maestras y maestros de carne y hueso pero también muches que me han inspirado a través de sus libros. En la actualidad, a ellos se les suma todo un conjunto de maestras feministas, que me están enseñando a construir una disciplina mucho más sorora e igualitaria.

Las reglas solas no alcanzan sino que deben ir acompañadas por otras acciones culturales, económicas, educativas que las fortalezcan

Un libro que nadie se debería dejar de leer…

Una obra clave en mi vida ha sido Siddhartha de Herman Hesse.

Para finalizar, ahora que posee una carrera consolidada, ¿qué consejo les daría a las mujeres que están empezando a abrirse camino en la academia, en la ciencia política y en la política?

No suelo ser muy buena para dar consejos y tampoco creo estar en posición de darlos. Lo que puedo señalar son algunos aprendizajes resultado de mis investigaciones que pueden ayudar a otras colegas en su camino. Un primer aprendizaje tiene que ver con el vínculo entre número y poder. No se trata solo de tener más mujeres en los cargos (en las instituciones, en los partidos o en la academia), sino de que estas mujeres puedan disputar los espacios simbólicos de poder, de que superen la situación “token”, y de que tengan capacidad de cuestionar (simbólica y materialmente) el modo en que se ejerce el poder.

Un segundo aprendizaje tiene que ver con lo que tenemos capacidad de hacer e impulsar. Cualquier esfuerzo centrado solo en la aprobación de medidas de acción afirmativa, es insuficiente. Las reglas electorales para promover la participación política han sido innovadoras pero no suficientes para nivelar completamente el campo de juego donde las mujeres desarrollan su actividad en comparación a los hombres. Las reglas solas no alcanzan sino que deben ir acompañadas por otras acciones culturales, económicas, educativas que las fortalezcan.

Un tercer aprendizaje enseña que una mayor inclusión de las mujeres como actoras políticas puede llegar a tener efectos adversos y consecuencias no esperadas, como la violencia política en razón de género. Esto significa que se deben continuar procurando medidas para contrarrestar las simulaciones y las resistencias que muchos dirigentes y militantes de los partidos políticos fomentan contra las mujeres y que reproducen aún la desigualdad estructural.

Un cuarto aprendizaje tiene que ver con la necesidad de que las mujeres gocen de autonomía económica para poder desarrollar sus carreras políticas y también sus carreras académicas. No es posible exigirles a las mujeres que compitan en las elecciones y hagan política en igualdad de condiciones que los hombres sino gozan de autonomía económica, financiera y tiempo de calidad para dedicarle a su trabajo político. La autonomía implica la adquisición de poder, la oportunidad de participar en los procesos de tomar decisiones y de que su acción individual sea valorada y reconocida por los demás como necesaria para la construcción de la democracia.

Finalmente, un quinto aprendizaje tiene que ver con el sesgo de género del electorado, con el que las mujeres se enfrentan a preferencias sexistas de los votantes, lo que además suele agravarse por valores que reproducen la desigualdad, donde hay culturas patriarcales, jerárquicas, machistas y reivindicadoras de lo masculino. Esto exige un cambio cultural urgente para que las mujeres puedan realmente gobernar y liderar en igualdad de condiciones que los hombres.

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