Por Lorena Santos, @lorenasantos_es, Doctoranda en Ciencias Políticas- UCM. Escritora y Consultora de Liderazgo Político
Hablar de violación nunca ha sido fácil, no solo porque la violación en sí misma es una brutalidad, sino además porque es un asunto complejo, lleno de aristas: es individual y social a la vez, es personal pero también político. En su libro ‘Los violadores’, Joanna Bourke, se subraya el hecho fácilmente obviado de que el modo como entendemos la violación varía entre los países y cambia con el paso del tiempo. Lo que hoy entendemos por violación no es lo mismo que se entendía en el siglo XIX. Y es evidente que la forma en cómo hoy hablamos de la violación se ha transformado, desde que el movimiento #metoo pusiera el foco en el abuso sexual.
Pero el movimiento #metoo no tuvo su inicio solamente con un tuit. Este movimiento no ha surgido ‘de la nada’, sino que ha tenido un enorme impacto justamente porque, como cuenta Sohaila Abdulali en su libro ‘De qué hablamos cuando hablamos de violación’, el movimiento surgió veinte años antes, en 1997, cuando una niña de trece años le contó a Tarana Burke que había sido víctima1 de violación. Tal fue el impacto de esta historia en Tarana que diez años más tarde fundó una ONG para apoyar a víctimas de acoso sexual y violación, y fundó un movimiento llamado #MeToo.
Hemos llegado hasta aquí, hablando abiertamente de violación, porque cientos de mujeres, y también hombres, le han puesto luz a este crimen que le gusta andar entre las sombras, que causa vergüenza, culpa, ira, tristeza y que, como un ‘dementor’, chupa la energía vital, la alegría de sus víctimas y de todas las personas que las rodean.
No obstante, a pesar de que el movimiento del #MeToo contribuyó a poner el tema sobre la mesa, falta un largo camino por recorrer. Luego de casi tres años del surgimiento del #metoo tenemos aún que plantearnos la manera en la que vamos a seguir hablando de la violación de aquí en adelante. Ha llegado el momento de asumir colectivamente que la violación es una realidad, tan importante como la pobreza, la crisis económica, la guerra, el cambio climático o la pandemia.
Asumir que la realidad de la violación sexual debe ser un tema central en la agenda política global significaría un verdadero cambio en nuestro modo de plantear el asunto y en cómo lo comunicamos cotidianamente. Podría alterar las creencias populares sobre la violación, la forma de tratar a las personas que han vivido esta experiencia dolorosa y la propia narración de su historia. La violación dejaría de ser un tema cargado de tabúes y empezaría a estar mucho más presente en las conversaciones familiares, en la opinión pública y en los medios de comunicación.
Este mes de marzo se estrena en España la película ‘Una joven prometedora’, (‘Promise Young Woman’), dirigida por Emerald Fennell y producida por Margot Robbie, que narra la historia de una violación, pero esta vez no desde la experiencia de la víctima sino desde la perspectiva de su mejor amiga. Una película elogiada por la crítica que muestra abiertamente el enorme impacto de una violación no solo en la víctima sino en las personas cercanas, recordando, una vez más, la importancia de los vínculos sociales y de la interdependencia. Aquello que sufre un ser humano, lo sufrimos toda la humanidad.
¿Qué tal si empezamos a hablar de violación? Como dice Mithu Sanyal en su libro ‘Violación’: “A veces no hay manera correcta de hablar sobre la violación y tenemos que seguir haciéndolo de muchas maneras diferentes y erróneas hasta que demos con la correcta”. Hay que empezar a hablar de violación, porque solo así, muchas mujeres, y hombres también, sabrán que no están solos. Y esto es algo muy poderoso.
1 Utilizo el concepto de víctima porque la violación es un delito, sin embargo, defiendo el poder de la autodeterminación. Cada persona que ha cruzado por la horrible experiencia de la violación tiene el derecho de decidir cómo quiere ser llamada: 'víctima', 'sobreviviente', o cualquier otro término que contribuya al proceso de sanación del trauma.
Deja un comentario