Entrevista a Redoli Morchón, Presidente de la Asociación de Comunicación Política (ACOP)

Por Mario G. Gurrionero

Enhorabuena por tu reciente e­lección como presidente de ACOP. Tras las presidencias de María José Canel, de Luis Arroyo y de Karen Sanders, ¿qué principales objetivos te propones alcanzar durante tu mandato?

Muchas gracias. En primer lugar, agradecer y reconocer la labor desarro­llada por mis predecesores. El trabajo realizado por María José, por Luis y por Karen es encomiable: los tres han conseguido, en poco más de un lustro, convertir la Asociación de Comunicación Política (ACOP) en un referente internacional. Ya contamos con más de 250 socios de Europa y de América. Tenemos una magní­fica página web, una publicación, El Molinillo de ACOP, que este mismo año ha sido reconocida con el Victory Award a la mejor revista sobre comunicación política, una muy activa cuenta de Twitter con más de 4.300 seguidores, acumulamos decenas de seminarios organizados durante los últimos años y en nuestro haber ya constan tres espléndidos encuentros internacionales realizados en Bilbao, que han convertido a la capital vasca en epicentro de la comunicación política internacional. Este es el legado que heredo. Mi principal meta, por lo tanto, es continuar el camino ini­ciado por ellos. Un objetivo que se sintetiza en los 15 compromisos adquiridos ante la Asamblea General de socios que tuvo lugar el pasado mes de julio. Entre ellos, destacan, por ejemplo, mantener en la asociación el equilibrio y la in­terrelación entre ámbito académico y el ámbito profesional, establecer nuevas alianzas con organizaciones públicas y privadas del ámbito de la comunicación pública/política, conseguir una mayor estabilidad administrativa a través del establecimiento de una sede, la mejora de las fuentes de financiación y la profesionalización de la gestión, crear una bolsa de trabajo con información sobre oportunidades la­borales para profesionales de la comunicación pública e implantar el “Código ACOP” como referencia de la práctica académica y profesional de la comunicación política. Adicionalmente, el nuevo Consejo Directivo se ha fijado también como metas reforzar la internacionalización de ACOP, incrementar el número de socios y continuar con la organización de seminarios periódicos y otras actividades relativas a materias de interés de los socios, tanto académicos como profesionales.

¿Cuál es el perfil de este cuarto Consejo Directivo de ACOP?

El nuevo Consejo Directivo de ACOP es mitad continuidad, mitad renovación, manteniendo un escrupuloso equilibrio entre profesionales procedentes del mundo de la práctica de nuestra disciplina y del mundo académico. Así, entran como nuevos miembros Daniel Ureña (Socio-director de MAS Consul­ting), Rocío Zamora (profesora de la Universidad de Murcia) e Ignacio Martín Granados (director de gabinete en el Ayuntamiento de Segovia). Y renuevan en el Consejo Imanol Pradales (diputado de Promoción Económica de la Diputación de Vizcaya), Jorge San­tiago Barnés (profesor de la Universidad Camilo José Cela) y Karen Sanders (ex presidenta y profesora de la Universidad CEU-San Pablo). Los siete vamos a trabajar estos dos años que tenemos por delante para propiciar la consolidación de ACOP como la asociación de referencia en el ámbito de la comunicación pública en Iberoamérica.

Acaba de celebrarse el III Encuentro Internacional, con cerca de 200 participantes, con más de una docena de expertos internacionales y los principales medios de comunicación cubriendo el evento, ¿cuál es tu eva­luación del mismo?

Este número especial de El Molinillo de ACOP da buena cuenta de lo que signi­ficó el III Encuentro de Comunicación Política. Cuantitativamente es impresionante el logro conseguido por Karen Sanders, la verdadera directora de orquesta de este tercer encuentro. Tanto los ponentes (de primer nivel) como los asistentes sacaron buen provecho de los tres días que estuvimos juntos. Pero lo más importante, a mi juicio, es la parte cualitativa: la sólida red de profesionales y de académicos que se teje en torno a estos encuentros. En ese aspecto creo que vamos en la buena dirección. Y aprovecho para reconocer el apoyo de las instituciones vascas, que desde el minuto cero han respaldado la organización de este evento, de carácter bienal, en Bilbao.

Desde tu punto de vista, ¿ha cambiado la comunicación política desde la fundación de ACOP en 2008?

La comunicación política como la entendemos en la actualidad es una disciplina relativamente reciente, ya que ha ido vinculada a los avances tecnológicos en materia de comunicación y al desarrollo de la democracia. Es, por lo tanto, un ámbito muy dinámico y cambiante, dada su propia naturaleza.

Me explico: aunque en el Imperio Romano ya existían medios de información pública (como, por ejemplo, “Las actas públicas o actas del pueblo”) y proto-campañas electorales como las descritas por Quinto y por Marco Tulio Cicerón, no es hasta la invención y la propagación de la imprenta, en el siglo XV, cuando empiezan a aparecer publicaciones periódicas con cierta difusión, que dan cuenta de acontecimientos relacionados con la política y con el poder. A partir del avance tecnológico que supuso la imprenta, los gobiernos (y otras instituciones de poder, como, por ejem­plo, la Iglesia) pronto comenzaron a utilizar la información para intentar posicionar a la opinión pública a su favor -si bien el público-lector de papeles periódicos era una minoría ilustrada compuesta por nobles y clérigos, miembros de la burocracia, oficiales del ejército y algunos sectores de la inci­piente clase media profesional tales como médicos, profesores o abogados.

De ahí saltamos a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando, poco después de la emergencia de las principales democracias modernas, Nikola Tesla y Gui­llermo Marconi dieron con el primer sistema de radio, logrando en 1901 enviar señales radiofónicas a larga distancia. En ese momento, la comunicación política dio otro salto cualitativo, ya que permitió a los líderes llevar sus discursos fácilmente y de manera directa a los hogares de millones de personas.
Inmediatamente apareció la televisión. Las primeras emisiones públicas de televisión las efectuó la BBC en Ingla­terra en 1927; y la CBS y NBC en Estados Unidos en 1930 (en ambos casos los programas aún no se emitían con un horario regular). Este electrodoméstico pronto se universalizó y se hizo tremendamente popular, cambiando en gran medida las reglas del juego de la política, como quedó demostrado con el famoso debate entre Nixon y Kennedy en 1960. Con lamentables excepciones, en Occidente la democracia es ya, además, una forma de gobierno consolidada e incuestionable, profesionalizándose la comunicación política de una manera parecida a como la conocemos hoy en día.

Finalmente, a partir de los años ’90 del si­glo pasado, Internet se erige como el nuevo gran canal masivo de comunicación, tra­yendo nuevos conceptos y nuevas lógicas al mundo del poder y, en consecuencia, a la comunicación política. Y ese es el punto en el que nos encontramos hoy: potentes medios de comunicación y de difusión de la información en contextos poliárquicos. ACOP nace en 2008, justo cuando comunicación y poder, como bien ha señalado Manuel Castells, son ya un binomio inse­parable. Hoy hacer política sin profesio­nalizar la comunicación pública es no hacer bien la política.

¿Pueden la academia y los consulto­res enriquecerse mutuamente?

No sólo pueden: deben. No se entiende, en pleno siglo XXI, una disociación entre el mundo de la práctica de nuestra disciplina y su desarrollo teórico en la universidad. Ambos ámbitos se necesitan y se retroalimentan. Esa es la visión de ACOP. Y eso es, precisamente, lo que hace tan especial a nuestra asociación. Además, la comunicación política se nutre de la neurociencia, de la psicología, de la ciencia política, del periodismo, de la biología, de la lingüística, de la socio­logía, de la historia, del derecho,… somos una rama tremendamente interdisciplinar y, por lo tanto, necesita de fuertes vínculos con la academia (y viceversa).

¿Hay alguna relación entre la profesio­nalización de la comunicación política y la calidad de las democracias?

Claro que la hay. Sin duda alguna, la comunicación ha pasado a ser un aspecto central de la actividad de las altas posiciones públicas. De hecho, la comunicación política es consustancial al acto político. En mi opinión la democracia moderna ya no es concebible sin un efectivo vínculo de comunicación entre las instituciones públicas y los ciudadanos (cada vez más y mejor informados y con más canales informativos a su disposición, como he comentado antes). La comunicación impregna, por lo tanto, todos los niveles de la política. Podríamos incluso decir que la comunicación es indispensable para articular el espacio público contemporáneo, que es imprescindible para elevar la calidad de la democracia, y que es, en definitiva, fundamental para hacer que funcionen mejor las democracias, tanto en su sentido descendente (del poder político a los ciudadanos), como en el sentido ascen­dente (de los ciudadanos a los políticos). Y es que, no lo olvidemos, la política es un proceso de respuestas a problemas públicos que sólo pueden detectarse y resolverse mediante la comunicación.

No hay duda de que en pleno siglo XXI sin comunicación, no hay rendimiento de cuentas entre políticos y ciudada­nos. Y sin comunicación, tampoco hay acció­n política ni contestación política. Es decir: el ejercicio del poder es in­herente a la exis­tencia de contenidos y de canales comunicacionales. Una batalla, la del poder, que, en política, solo puede librarse en la arena pública. Y hoy, muy especialmente, esta batalla transcurre en la opinión pública y a través de los medios de comunicación. Así, no es descabellado asegurar que, en nuestra sociedad, la política es, básicamente, política mediática. El funcionamiento del sistema político opera por y para los ciudadanos, pero lo hace a través de los medios de comunicación. Y lo hace tanto para obtener apoyos, como para transmitir las acciones positivas del trabajo del gobierno y para minimizar las hostilidades derivadas de esa misma acción gubernamental ante la oposición o los ciudadanos descontentos.

Esto no significa, naturalmente, que el poder esté en manos de los medios. Ni mucho menos. Ni tampoco quiere decir que el público se limite pasivamente a aceptar lo que transmiten los periodistas. Simplemente significa que los actores políticos y los medios de comunicación ejercen una notable influencia los unos sobre los otros. Y que, en consecuencia, los representantes políticos prestan cada vez más atención a las exigencias de los medios y aprenden sus reglas de juego, mientras que los medios entran, cada vez más, en las lides y en las lógicas de la contienda política.

¿Cuál es tu principal recomendación para el desarrollo de la comunicación política?

Uffff, vaya pregunta! Daría varias recomendaciones. Pero si me ciñera a una sola, recomendaría usar las técnicas de comunicación política no sólo para ganar elecciones, utilizando razones y emociones, sino, sobre todo, para facilitar soluciones a los problemas de los ciudadanos. Porque, en primera (y en última) instancia, la política es (o, al menos, debería ser) la gestión del espacio público en beneficio del interés general, explicando a los ciudadanos por qué y para qué se toman las decisiones que se ejecutan con el dinero de sus impuestos. Algo que, además de hacerlo bien, hay que comunicarlo mejor.

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