Por Aldo de Santis @aldodesantis Director del Centro Iberoamericano de comunicación, política y gobierno Cicomp

Sesenta y siete (67) gobiernos ha tenido Italia desde la segunda Guerra Mundial, 67 gobiernos en 74 años, toda una muestra de la volatilidad institucional que siempre ha existido en la “Repubblica”. Para muchos es innegable que los italianos son verdaderos maestros en muchísimas cosas: gastronomía, arquitectura, moda, pintura, ópera, vinos y mucho más, pero algo de lo que podemos estar todos seguros es que son los mejores para gobernar en crisis, o por lo menos, para generar las crisis y dificultar la gobernabilidad.

Actualmente Italia vive su más reciente crisis con la renuncia del actual Primer Ministro, Giuseppe Conte, como respuesta a una moción de censura presentada por una de las dos personas que lo colocó en el cargo, el dirigente político más famoso de Italia y actual vicepresidente, Matteo Salvini. No es la primera vez que Italia vive una crisis de gobierno, ni será la última, pero es la primera que involucra a los nuevos partidos, los llamados aliados para el “Governo del cambiamento”.

Después de la derrota a finales de 2016 del líder del Partido Democrático, Matteo Renzi, al promover un referéndum para lograr reformar la constitución y fallar, Italia vivió prácticamente poco más de un año sin un gobierno estable, por lo que el Presidente de la República, Sergio Mattarella, convocó elecciones para marzo de 2018. El escenario presentaba a los partidos tradicionales golpeados, por lo que los movimientos populistas afloraron ante las crecientes necesidades ciudadanas, y terminaron materializándose con unos resultados divididos en dos partidos ganadores, pero en extremos opuestos: el Movimiento 5 Estrellas (M5S) de izquierda y la Liga Norte, hoy llamada La Liga, de derecha. El principio físico de “los polos opuestos se atraen” fue trasladado a la política, y un partido claramente de izquierda se unió a un partido claramente de derecha para hacer lo que ellos llamaron “un gobierno del cambio”. Buscaban romper con las estructuras tradicionales del poder y llevar a Italia a una nueva era, pero el resultado se parece a los otros gobiernos, es decir, una nueva crisis.

Luego de consensuar a un primer ministro independiente, el jurista y profesor universitario Giuseppe Conte, además de acordar dos vicepresidencias, una para el líder del M5S, Luigi di Maio, y otra para el líder de La Liga, Matteo Salvini, lograron pactar medidas en el plano económico, laboral, de organización política y en especial en materia migratoria, pero todo se vino abajo luego de catorce meses. El mismo Matteo Salvini, quien además de vicepresidente es ministro del Interior, dinamitó su propio gobierno al solicitar una moción de censura en contra del primer ministro, y al mismo tiempo ofreciéndose como candidato en unas eventuales elecciones, pide al pueblo italiano “plenos poderes para hacer las cosas realmente bien”. Esta maniobra la hizo en un momento donde las encuestas lo sitúan con un 38 % de aprobación, números que confirman los resultados obtenidos en las recientes elecciones europeas, dónde el partido de Salvini dobla en votos a su aliado político, el M5S, que en menos de un año ha perdido la mitad de su base electoral y ahora pasa a ser el tercer partido en Italia, con apenas un 17 %, pues incluso el tradicional Partido D­emocrático (PD) se coló a la segunda posición, con un 22,7 %. Esta tormenta perfecta ocurre justamente cuando Italia debe presentar sus presupuestos ante la Unión Europea, además de nombrar un nuevo comisario europeo, sin duda toda una motivación adicional.

Matteo Salvini

Ante todo esto hay una realidad innegable, y es que Matteo Salvini es por mucho, el dueño del relato en Italia: desde su discurso encendido pronacionalista de enfrentamiento a la Unión Europea y una política antimigratoria que se traduce en hechos, como fue el cierre de los puertos de Italia y el famoso caso de la pugna con otros ministros por la embarcación Open Arms, pasando por llevar a toda actividad política un rosario en su mano y besarlo antes de comenzar, hasta fotos desde la playa tomando mojitos o con un “trabajo de verano” como DJ en un club, lo cierto es que la agenda está marcada por sus acciones, y la realidad es que todos los otros actores juntos no llegan a tener ni la mitad del impacto que actualmente puede generar el líder de la extrema derecha italiana, pero a pesar de todo esto, las cosas no siempre salen según lo esperado.

El país transalpino ha vivido muchos años en un cuasi permanente “juego de poder”, y pareciera que en la contemporaneidad aún no se presenta la excepción, pues es probable que La Liga, al hacer una lectura de las actuales encuestas, y a la luz de los recientes resultados europeos, confía en esa “foto” y da por seguro que en unos eventuales comicios saldrían muy bien parados, e incluso, acompañada de una alianza con sus socios ideológicos naturales, el partido Forza Italia de Silvio Berlusconi y el partido Hermanos de Italia de Giorgia Meloni. Así esperaba Salvini obtener la llave para liderar un gobierno de derecha, y especialmente la libertad que quería para su agenda antimigratoria y de enfrentamiento a la Unión Europea, pero ese momento no llegó, al menos aún no. La jugada le ha salido mal al líder de La Liga, sus estrategas confiaron ciegamente en el odio entre partidos y en el ego de los dirigentes, pero en una maniobra absolutamente inesperada para propios y extraños, aquellos que fueron acérrimos enemigos, el Partido Democrático (PD) y el M5S han decido unir fuerzas para evitar una convocatoria a nuevas elecciones, proponiendo al mismo primer ministro que acaba de dimitir, Giuseppe Conte, como responsable de convocar un nuevo tren ministerial que lleve los destinos del país por el resto de la legislatura, y como bonificación adicional, evitar que se aconvierta en realidad esa temida imagen de un gobierno de Salvini y sus socios, al menos, hasta la próxima crisis.

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