Fabio Gándara,licenciado en Derecho y Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Madrid, @FabioGandara
E n los últimos años estamos asistiendo a una creciente repolitización de la ciudadanía española. Hemos pasado de una etapa en la que las cotas de desinterés político eran altísimas, a vivir una creciente toma de interés por parte de una población que vuelve a desear implicarse con fuerza en el gobierno de lo público. Esta repolitización tiene que ver por supuesto con la llegada de una crisis económica que ha truncado la estabilidad de muchas familias, provocando que personas tradicionalmente desinteresadas hayan vuelto de nuevo los ojos hacía el devenir político de nuestro país.
Pero algo más ha cambiado, porque el ciudadano medio ya no se acerca a la política de la misma manera. La crisis económica -y eso es lo inédito- se está convirtiendo cada vez a mayor velocidad en una auténtica crisis política e institucional: los ciudadanos ya no confían en que una clase política cada vez más desprestigiada pueda aportar soluciones a la situación actual. Por eso están pasando de ser meros espectadores a convertirse en agentes activos de la política, implicándose directamente en el debate público, erigiéndose como agentes vigilantes de las actividades de los gobernantes y demandando otra forma de gobernanza en la que la apertura, la transparencia y la participación sean las protagonistas.
¿Cuál ha sido el origen de este proceso? Sin duda, el 15M y otros movimientos “indignados” de todo el mundo tienen mucho que ver en este cambio de paradigma. Cuando hace ya cuatro años el 15M irrumpió en la escena española, no lo hizo para centrarse únicamente en las crecientes injusticias y desigualdades que se cebaban con nuestro país. Los participantes en el 15M han ido más allá en la búsqueda del origen del problema, y han puesto el foco en un sistema institucional y político que mucha gente percibe como oligárquico e incapaz de escuchar a los ciudadanos y de contar con ellos en los procesos de toma de decisiones. Por eso, los manifestantes y participantes en asambleas reaccionaron pidiendo algo más que una distinta política económica: pedían vías para participar directamente en la discusión, implementación y monitorización de esas políticas. La transparencia, la apertura y la participación se convierten así en las exigencias de una nueva sociedad más dinámica, flexible, formada y colaborativa, acostumbrada a moverse en un marco modelado por las nuevas tecnologías.
En nuestro país, estos valores, en un primer momento circunscritos a una esfera de gente hiperconectada e hiperinformada, han empezado a calar poco a poco en el grueso de la sociedad: no en vano los postulados del movimiento 15M gozaban de un 80% de popularidad en el año 2012, de acuerdo a las encuestas entonces publicadas. Así, a pesar de que muchos han observado cómo el 15M no ha logrado cristalizar en un movimiento político unitario y coherente, lo cierto es que su influencia se está haciendo notar de forma clara en el cambio de la escala de principios y valores de nuestra sociedad, hasta el punto de acrecentar la desafección hacia la clase política de nuestro país y la crisis institucional que estamos viviendo.
Frente a esta situación, los grandes partidos políticos siguen funcionando de acuerdo a viejos esquemas, con estructuras organizacionales propias del siglo XIX y estrategias comunicativas propias del XX. Las decisiones en el seno de estos partidos se toman de forma cerrada y opaca, siguen controlados por cuadros de notables, y la comunicación se basa en mensajes unidireccionales a través de medios de comunicación de masas que descartan cualquier tipo de interacción con la ciudadanía.
Si estos actores quieren evitar la profundización de una crisis política de consecuencias desconocidas, deben ser conscientes de que ha llegado un momento en el que las cosas deben hacerse y comunicarse de otra forma. De lo contrario, están condenados a una creciente desconexión de la sociedad, que acabará suponiendo la superación de estas instituciones, en el mejor de los casos por el advenimiento de formas de democracia más avanzadas, y en el peor, por el auge de populismos que pretendan regenerar el país prescindiendo de los partidos.
Muchos de los cambios que demandan los ciudadanos tienen traducción clara en aspectos organizativos (nuevos mecanismos de democracia interna, primarias abiertas o auditorías de cuentas por terceros), pero la incidencia del cambio de paradigma que estamos viviendo va más allá, y afecta al propio sistema de valores de los partidos y a la manera en que estos se comunican e interaccionan con la sociedad. Por ello, intentaré señalar algunos rasgos de una nueva comunicación política que los partidos deben asumir cuanto antes para poder conectar con una ciudadanía más activa, informada y repolitizada.
1º Empoderamiento y participación ciudadana
La sociedad española está experimentando un creciente empoderamiento gracias a procesos de auto-organización desde la base facilitados por las distintas herramientas tecnológicas puestas a su disposición. Una de las claves del éxito del 15M fue el hecho de que los ciudadanos dejaron de sentirse meros espectadores y se convirtieron en agentes activos del cambio: éstos ya no querían ser meros componentes de una masa que debe seguir a pies juntillas una u otra ideología y sufrir pasivamente las decisiones de los políticos, sino participantes de pleno derecho en los procesos de toma de decisiones. Este auge del empoderamiento ciudadano se está poniendo de manifiesto en el éxito de herramientas y plataformas como Change.org, que gracias a utilizar una narrativa que pone el acento en la acción del individuo como catalizador y protagonista del cambio, ha sido capaz de generar una comunidad activa de más de seis millones de personas en España.
Por ello, la nueva comunicación política debe incidir en la toma en consideración de los ciudadanos como participantes activos y no como meros espectadores. Se acabó el tratar a los ciudadanos como simples consumidores pasivos de opciones electorales una vez cada cuatro años, o en el mejor de los casos como militantes que deben seguir acríticamente y a pies juntillas las decisiones del cuadro de notables del partido. La ciudadanía exige ser efectivamente invitada a los procesos de deliberación y toma de decisiones, sentirse protagonista y participar de forma flexible en aquellos asuntos que les motivan e interesan.
2º Diálogo e interacción en red
Más allá de la participación a través de viejas formas de asamblearismo en las plazas, la clave del cambio que supuso el 15M vino dada por el uso de las nuevas tecnologías para crear redes ciudadanas de trabajo y organización que facilitaban la distribución de tareas, la colaboración, la creación de grupos territoriales y la difusión de información de forma instantánea entre múltiples participantes. Así, la novedad más relevante del 15M fue la interconexión de miles de individuos sin restricciones u órdenes jerárquicos: fueron personas desde la base, sin la intermediación o el apadrinamiento de partidos políticos, sindicatos o grandes organizaciones, las que consiguieron coordinarse y auto-organizarse para canalizar su indignación lanzando acciones y proponiendo medidas de cambio a través de redes informales que iban tejiendo en internet. Los ciudadanos ya no demandaban soluciones unilaterales a los problemas del país provenientes de las altas esferas, ni tan siquiera diálogos bilaterales puntuales, sino que querían establecer procesos multilaterales de trabajo y organización.
Por ello, la comunicación política del futuro debe dejar los esquemas unidireccionales propios de la utilización de los medios de comunicación de masas para adoptar estas nuevas formas de interrelación. Los ciudadanos ya no toleran discursos vacíos y mediatizados provenientes de notables con afán de dirigir, sino que exigen un diálogo multidireccional en el que sean considerados como actores políticos, que interactúan detectando problemas, reclamando soluciones así como buscando y proponiendo alternativas.
Un partido que quiera conectar con esta forma de trabajar, organizarse y luchar que están adoptando los ciudadanos debe ser consciente de que debe utilizar las nuevas tecnologías para abrir nuevos canales de diálogo y deliberación multilaterales a través de los que recibir auténtico feedback.
3º Transparencia y apertura
Los ciudadanos no solo quieren sentir que los escuchan y que su participación es decisiva: también demandan convertirse en vigilantes y garantes de las actividades de partidos y representantes. El 15M, aunque aún no ha influido directamente en la conformación de las políticas públicas, sí ha sido extraordinariamente efectivo a la hora de fomentar nuevas iniciativas de base dirigidas a controlar la actividad de los políticos. Así, los ciudadanos han empezado a dar forma en nuestro país a un concepto de “política vigilada” -en palabras de Antoni Gutiérrez-Rubi- a través de iniciativas como “Graba tu Pleno”, “Qué hacen los Diputados” o “Tú derecho a saber”.
En consecuencia, los partidos cerrados y opacos, que solo se comunican con la ciudadanía a través de discursos ensayados, escenificaciones parlamentarias y grandes medios de comunicación, deben convertirse en partidos abiertos a la ciudadanía, que no tengan miedo de exponer sus entrañas a aquellos que dicen representar. Además, a la hora de llevar a cabo las labores de gobierno y administración, los dirigentes deben empezar a asumir cuanto antes los postulados del Gobierno Abierto, y proporcionar a los ciudadanos el acceso a toda la información pública necesaria, en formatos que faciliten y permitan su análisis y comprensión.
4º Colaboración
La nueva sociedad que se está gestando es más colaborativa y está más predispuesta a compartir. Nuevas tendencias políticas, económicas y de consumo están empezando a abogar por modelos cooperativos y no competitivos, incidiendo en búsqueda del bien común. La cultura libre y el conocimiento compartido experimentan un auge cada vez mayor en nuestro país (no en vano la lucha contra la ley Sinde fue uno de los gérmenes del 15M); iniciativas para compartir coche o intercambiar lugares de vacaciones crean nuevos patrones de consumo (por ejemplo, a través de Blablacar o Airbnb); y la apuesta por el cooperativismo, la autogestión y la economía del bien común apuntan a nuevas formas de entender la economía.
La política no se podía quedar al margen, y por ello los ciudadanos exigen a los partidos que adopten una dinámica acorde a este espíritu colaborativo. Ya no sólo a través de la defensa de nuevas formas de entender la cultura y la economía, sino también cambiando el paradigma de relaciones en la arena política. La era de los enfrentamientos broncos y vacuos, y de las divisiones sectarias ha llegado a su fin: los ciudadanos quieren partidos que apuesten por el trabajo conjunto y la colaboración con otras fuerzas de principios y programas similares, y una mayor cooperación con el resto de los actores sociales para buscar nuevas soluciones.
5º Inclusividad
Las corrientes y organizaciones habitualmente encuadradas en los distintos puntos del espectro ideológico han desarrollado desde hace decenios un discurso propio, con unos símbolos con los que se sienten fuertemente identificadas todas aquellas personas que están dentro de estas organizaciones y movimientos. Estos símbolos y este lenguaje común ejercen como lazo de unión en estos colectivos y son un elemento de auto-identificación, pero no conectan con el grueso de la sociedad, que en muchas ocasiones percibe estos símbolos como un legado anacrónico.
En el 2011 un porcentaje muy amplio de la sociedad empezaba a mostrar ansias de cambio, quería escuchar mensajes más cercanos y actuales, con un lenguaje que les hiciese sentirse familiares con el emisor y no extraños ajenos a la familia de la izquierda. Por ello, el 15M empezó a utilizar conceptos e ideas no vinculadas a una parte determinada del espectro ideológico, y que apelaban mejor a una sociedad como la actual. Así, en vez de hablar de “lucha de clases”, el 15M comenzó a hablar de “somos los de abajo contra los de arriba”, o a acuñar conceptos como el del 99% para referirse a toda esa masa de individuos precarizados que hoy en día componen las amplias clases medias y bajas. Las propuestas de cambio y conceptos que se encontraban detrás de esta nueva forma de dirigirse la ciudadanía no eran muy diferentes a las que habitualmente podían encontrarse en movimientos y partidos situados en el espectro político más progresista, pero se quería evitar caer en encasillamientos, permitiéndose que todos los ciudadanos con ideas divergentes y críticas razonadas puedan sentirse incluidos y aceptados en el debate público que se pretendía generar. Utilizar un lenguaje inclusivo en el que cualquier persona pudiese sentirse cómoda fue una de las claves para fomentar el debate abierto y, en definitiva, el auge del interés por la política y del pensamiento crítico que se está produciendo en muchos sectores tradicionalmente desencantados.
6º Emotividad
El lenguaje del 15M hacía gala de otro rasgo esencial para volver a reconectar a la ciudadanía con la política: la emotividad. Evitando caer en el populismo, o en la apelación a los instintos humanos más básicos, el 15M se preocupó de estructurar una comunicación mucho más centrada en las personas. Frente a discursos políticamente correctos, demasiado asépticos y centrados en grandes cifras, el 15M supo reconectar con principios y valores que se habían perdido en el discurso político (solidaridad, cooperación, humanismo, optimismo…). Ya el propio lema de la convocatoria de las manifestaciones del 15M -”no somos mercancía en manos de políticos y banqueros”- se vinculaba con este lenguaje más emocional, que ha sabido atraer y motivar con efectividad a mucha gente.
Hoy en día, por tanto, es imprescindible volver a centrarse en el aspecto más humano de la política, apostando por comunicar con pasión, entusiasmo, sinceridad y por construir un relato coherente y motivador sobre las posibilidades de cambio de nuestra sociedad que llegue al corazón de los ciudadanos.
7º Honestidad
Ninguno de los anteriores rasgos de una comunicación política adaptada al presente puede tener virtualidad alguna sin un cimiento fundamental: la honestidad. La desafección institucional que vivimos y que viene denunciándose en multitud de protestas y movimientos sociales sólo puede entenderse por la falta de compromiso y coherencia de nuestros políticos a la hora cumplir sus promesas electorales y la tendencia a la deslegitimación del contrario mientras se evita la autocrítica y se minimizan los escándalos que tienen lugar en las propias filas.
Si la ciudadanía no percibe honestidad en los mensajes de los partidos, si no se combate la mentira como base de la comunicación política en España, ninguna reforma podrá solucionar el grave problema de legitimidad que sufre el sistema político e institucional de nuestro país.
Fabio Gándara es licenciado en Derecho y Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Madrid y máster en Política Territorial y Urbanística por la Universidad Carlos III. Fue uno de los impulsores de la plataforma ciudadana Democracia Real Ya, convocante de las manifestaciones del 15 de mayo de 2011, y es coautor de dos libros publicados por la Editorial Destino: “Nosotros los indignados” y “El cambio comienza en ti”. Además, tiene experiencia como abogado especializado en Derecho Público y Administrativo y como organizador de campañas en la plataforma de activismo Change.org. Actualmente participa en la promoción de ‘Democracia Participativa’, un partido-herramienta abierto a la ciudadanía que acude a las elecciones europeas en la coalición “Primavera Europea”.
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