Por Juan Ríos @JRivers85, periodista y consultor político.

¿Cómo recupera una sociedad la confianza en las instituciones cuando los actores políticos son al mismo tiempo causa y solución? Según el Índice de Democracia 2018 de The Economist, Europa vive un retroceso de la calidad democrática debido al auge del populismo y la extrema derecha, el aumento de la participación política de nuevo electorado afín a partidos eurófobos, el fracaso de la socialdemocracia y el deterioro del Estado del Bienestar y las libertades civiles. La economía no fue lo único que se tambaleó con la crisis, y aunque Europa resistió el embiste en los mercados, falló en su examen de conciencia. Ahora bracea para que las alternativas radicales instaladas ya en 17 de los 28 estados miembros no dinamiten el proyecto europeo después de las elecciones de mayo.

El último Eurobarómetro dibujó una grieta entre el deseo de pertenecer y la representación política. Un 68 % (79 % en España) de los ciudadanos apoya seguir siendo europeo, pero el 82 % cree que la UE no es capaz de responder a los retos y demandas de la gente. La tendencia se repite en todo el continente, y las causas son las mismas: desempleo, fraude fiscal y falta de transparencia. El sacrificio de la gente durante la crisis no se vio compensado con recuperación económica, ni con más democracia.

En España, partidos como Ciudadanos han apostado por la digitalización para facilitar la vida al autónomo, pero su propuesta se queda aún lejos del modelo estonio, paradigma de la sociedad digital en el mundo. Hacia ese modelo aspira Volt Europa. El movimiento fundado por Andrea Venzon, Colombe Cahen y Daniel Boeselager apuesta en su programa (también para España) por instaurar la Administración Digital Europea (ADE) y crear nuevas plataformas de participación y empoderamiento del ciudadano que permitan cooperar entre países y compartir talento. Para Volt, la digitalización no es un fin, sino un medio para restaurar la confianza perdida por años de recesión y políticas impopulares.

La ADE y el uso de tecnologías como blockchain requieren un cambio de cultura y compromiso, pero las ventajas son exponenciales. Para la Administración supondría una red sin duplicidades ni despilfarro en la que todos los datos estarían disponibles para bancos, hospitales, juzgados, Seguridad Social, empresas, Agencia Tributaria, etc. Para el ciudadano, menos trabas para participar en el sistema de salud, educativo, electoral o laboral. Y para los gobiernos, mayor control del dinero público, reducción de la burocracia, rendición de cuentas y lucha contra la corrupción. Y eso es solo una parte.

Europa puede seguir engordando las administraciones, o aligerarlas para ser más eficiente. Puede simplificar la burocracia para hacer la vida más fácil al ciudadano, o aumentarla y seguir ralentizando la administración. O puede insistir en mantener el modelo tradicional de papel y funcionariado, o iniciar el camino de la sostenibilidad en un entorno que reclama más transparencia, seguridad y control del fraude.

Las crisis no son solo económicas. Hay valores que deberían ser sagrados. Si Europa no se adapta a un futuro digital, Europa dejará de ser relevante.

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