Por Noemí Fernández. @NoeFerGomez,

Asesora Política

Alguien muy inteligente me dijo una vez que lo más grande que puedes sentir hacia una persona es amor.

Todo esto viene porque en la comunicación política nos encontramos, cada vez más a menudo por desgracia, que los oponentes no respetan al contrario, ni sus ideas, ni sus tiempos, ni sus formas. Creo que podemos estar de acuerdo en que, cuando pensamos en el clima existente desde hace unos años, la crispación está al orden del día.

Si estamos de acuerdo, digo, en que los discursos son cada vez más irrespetuosos, estamos conformes también con que la educación y el saber estar brillan por su ausencia. A la hora de comunicar circunstancias, situaciones o exponer proyectos, confrontarse al que tenemos enfrente es la tónica general.

La realidad en la que vivimos últimamente tampoco ayuda. La crisis sanitaria primero y económica después nos tiene a todos revolucionados. Los nervios, las tensiones y la polarización hacia tendencias cada vez más radicales es algo común a nivel mundial. Estoy pensando en eventos tan desagradables como el asalto al Capitolio, las protestas en Lima o las quejas públicas en China.

Creo que ambas situaciones son coincidentes. Por una parte la comunicación política se ha convertido en un campo de batalla y por otra la población siente que no tiene otra forma de hacerse oír si no es mediante las protestas callejeras o los altercados.

Entiendo perfectamente que cuando hablamos de nuestra ideología política nos calentamos. Que alguien nos lleve la contraria, nos enciende. Que otra persona piense diferente a nosotros nos sube la temperatura. Pero la comunicación política tiene dos vertientes; por una parte utilizamos la comunicación para llegar a los otros; por otra parte la política, que como una de sus acepciones dice: Politeia, Paideia = educación. Esta última acepción se está perdiendo (espero que no sea definitivamente).

A veces tengo la sensación de que en vez de debates políticos veo programas del corazón. Aunque en estos casos veo poco corazón y mucha casquería. Creo que hay que cambiar el prisma mediante el que nos acercamos al que tenemos en frente; que sea un oponente no significa que sea un enemigo (puede ser un socio), que lleguemos a acuerdos no quiere decir que hayamos perdido la batalla (trabajamos para conseguir un bien común), que entendamos al otro no quiere decir que estemos alineados con sus creencias (te comprendo, aunque no lo comparto).

Deberíamos tener claro que nuestro objetivo es que la información llegue a nuestro votante/potencial votante, que confíe en nosotros, que nos apoye y en última instancia que nos vote. Si nuestro discurso es agresivo, atacante, autocrático y poco conciliador estamos adoctrinando y alineándonos con seguidores tipo hooligans, que también existen y son necesarios, pero no ampliaremos el radio de influencia de nuestras ideas. Creo que esta visión de la política es cortoplacista y poco efectiva.

En la era de las comunicaciones del Siglo XXI, de la época del “Wonderfull Life”, slow food, estilos de vida saludables y mindfulness, estar permanentemente reñidos con nuestro competidor, enfadados porque nos cuestionan las cosas, y discutir por todo, no tiene sentido. Practiquemos la empatía en la vida diaria, pues mejorará las relaciones con los demás. En política no es diferente, ser conciliadores, negociadores y empáticos nos hará llegar más lejos. Ser educados y respetuosos conseguirá que nuestro discurso llegue a más gente y que, además, se sientan escuchados y simbolizados con nuestras acciones.

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