Por Myriam Redondo @globograma Periodista
Eslovaquia preside el Consejo de la UE este semestre y organizó una reunión en Bratislava para “relanzar” el proyecto de la Unión. Fijó la sede en un castillo junto al Danubio y añadió un paseo en barco para los invitados. Ahí tienen a los líderes europeos mecidos por las aguas. Expectantes, recuerdan a chiquillos en un día de excursión. Parecen algo descolocados, perplejos, como un adolescente ante el pasillo de collejas de sus amistades. Arriba y a la derecha el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, hace suyo el espacio con la usual campechanía, y alguien se relaja frente a él en mangas de camisa. Pero el tercero por la izquierda (Māris Kučinskis, primer ministro de Letonia) no se acaba de fiar, y detrás de él un asistente se asusta. Mientras, la mirada de Mariano Rajoy contradice su intento de sonrisa. Hay quien atiende a los fotógrafos y quien parece ausente. A falta de orador único las conversaciones bilaterales o trilaterales preceden lo que los medios llamaron almuerzo informal o almuerzo de trabajo. No sabemos. Encontramos cubiertos junto a un papel que parece un listado sesudo de decisiones para tomar e incumplir. Decisiones para comerse con patatas.
El primer ministro de Malta escribió un tuit: “Estamos todos en el mismo barco. Literalmente”. También lo están los miles de refugiados que siguen llegando por el Mediterráneo y ven incumplidas las cuotas de acogida que fijó Bruselas. Danubio. Sólo el nombre del gran río europeo ya sugiere campañas románticas, batallas imposibles. Y eso parece precisamente la intención de salvar una UE descompuesta, una UE post-Brexit que ha roto filas como en esta foto.
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