Al adaptarse a la lógica de los partidos tradicionales, los partidos más radicales son considerados como una opción más del espectro político.Desde la década de los años 90 los partidos de extrema derecha han ganado terreno en Europa. Este avance se debe sobre todo a una crisis económica que parece no tener fin, a una creciente preocupación por la inmigración, derivada de la anterior, y a la percepción ciudadana de que ni la derecha, ni la izquierda tradicionales consiguen gestionar adecuadamente la situación política. Todo ello enmarcado en un contexto en que las instituciones europeas aumentan su control sobre los Estados miembro, imponiendo duros recortes económicos y de garantías sociales.

Sandra Bravo, Asesora de comunicación, @Sandra_BI

Uno de los ejemplos más sonados del poder de movilización de la extrema derecha se dio en el año 2002 en Francia, cuando Jean Marie Le Pen desbancó al socialista Lionel Jospin y se plantó en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales contra Jacques Chirac. Su partido, el Frente Nacional, abogaba por la expulsión de los inmigrantes ilegales, la salida del euro y la defensa de los valores menos libres, fraternos e igualitarios.

En 2005, el austríaco Jörg Haider fundó la Unión por el Futuro de Austria (BZÖ), una escisión del ya extremista Partido Liberal Austriaco (FPÖ) que él mismo lideraba y que en 1999 fue la segunda fuerza más votada del país. Jörg Haider, famoso por su carisma y su retórica populista pronazi, murió en un accidente de coche a los cincuenta y ocho años de edad. Pero su legado se mantiene en Austria y, aunque el BZÖ ha perdido fuelle respecto a años pasados, el FPÖ obtuvo en las elecciones generales de 2013 el 20,5% de los votos, convirtiéndose en la tercera fuerza política.

Pim Fortuyn fue, hasta su asesinato en 2002, el referente de la extrema derecha holandesa. Abiertamente homosexual y católico devoto, abanderó un discurso xenófobo y anti-isla­mista, ideología que consideraba retrógrada y homófoba. Actualmente, Geert Wilders ocupa el espacio ideológico de Fortuyn con su Partido de la Libertad, que obtuvo el 10,1% de los votos (15 escaños) en las últimas eleccio­nes generales de 2012.

Bélgica, el país de las instituciones europeas, tampoco se libra de la ultra derecha, sobre todo entre la comunidad flamenca, donde el Vlaams Belang (Interés Flamenco) es una de las fuerzas políticas más votadas.

La lista es extensa: tenemos el partido de Los Verdaderos Finlandeses, los Demócratas de Suecia, el Partido Popular danés, la Unión Nacional de Ataque de Bulgaria, la formación húngara Jobbik (Hungría Mejor), la Liga de las Familias Polacas, el Partido Gran Rumanía, Amanecer Dorado en Grecia, la Liga Norte italiana, la lituana Orden y Justicia, el partido Todo por Letonia o la extrema derecha suiza (SVP) –país donde se acaba de aprobar por referéndum limitar la entrada a trabajadores de la UE-. Con mayor o menor protagonismo, parece que ningún rincón de Europa se libra de los extremos.

En el verano de 2011, Noruega vivió su peor masacre desde la II Guerra Mundial en una matanza en aras de una ideología ultra y xenófoba. Anders Behring Breivik irrumpió en la isla de Utøya, donde se celebraba un campamento de las juventudes del Partido Laborista, y abrió fuego indiscriminadamente contra los asistentes. El saldo provisional de víctimas fue de setenta y siete muertos y más de cien heridos.

En las pasadas elecciones al Parlamento Europeo, en países como Holanda, Bélgica, Dinamarca, Hungría, Austria, Bulgaria e Italia la extrema derecha obtuvo más de un 10% de los votos, a la vez que en Finlandia, Rumanía, Grecia, Francia, Reino Unido y Eslovaquia se hacía con entre el 5 y el 10% de los sufragios.

Todo parece apuntar, como así lo señalaron en rueda de prensa Marine Le Pen, heredera de su padre al mando del Frente Nacional francés, y el holandés Geert Wilders, que los partidos de extrema derecha intentarán formar un grupo parlamentario propio tras las eleccio­nes del próximo mes de mayo al Parlamento Europeo. Para ello necesitan contar con 25 escaños de al menos 7 Estados miembro. ¿Su objetivo? Acabar con la Unión Europea desde dentro y devolver la soberanía a sus respecti­vos países. En palabras de la propia Marine Le Pen: “Ha llegado el momento de la solidaridad entre los patriotas de Europa, el verdadero movimiento que sigue el curso de la Historia. La Unión Europea, como todos los imperios, se derrumbará sobre sí misma. Queremos decidir nuestro destino, porque los políticos europeos actuales luchan por ostentar un poder que luego no ejercen. Hay que recuperar la soberanía”.

¿Los partidos de extrema derecha son todos iguales?

No, aunque tengan muchos puntos en común. Vuelvo a citar a Marine Le Pen: “hasta en un matrimonio hay diferencias de opinión”. Pero sin duda lo que les une es infinitamente mayor que los matices que les separan.

En los últimos años, los partidos de extrema derecha han sabido dulcificar su imagen, mo­dernizar sus formas y adaptarse a la lógica de funcionamiento de los partidos tradicionales para camuflarse entre ellos. Su estética, en definitiva, es como la de cualquier otro partido, aunque defiendan valores xenófobos, intole­rantes y derrotistas.

En líneas generales, la extrema derecha ha des­plazado su antisemitismo y ataque a los homosexuales por una demonización de la inmigración ilegal y, especialmente, de la comunidad islámica. Podría decirse que en cuestión de o­dios también existen modas o, lo que viene a ser lo mismo, mayor o menor rentabilidad electoral.

En la formulación de sus discursos, los partidos de la derecha más radical entonan fórmulas comunes, cercanas, provistas incluso de un aura pseudo-progresista que captan también a votantes tradicionales de la iz­quierda que se ven directamente afectados por la crisis económica. La extrema derecha ha comprendido que para ser considerada como una opción de gobierno debe abordar los temas que preocupan a la sociedad: el empleo, la educación, la sanidad pública, entre los que va intercalando su moral fascista y sus valores xenófobos.

De manera hábil e inteligente, los partidos de extrema derecha han sabido abanderar el discurso que más cala entre la población menos formada y más temerosa: el discurso del odio y del miedo. Se dirigen a la parte más emocional del votante, con un claro enemigo al que atacar: el otro, lo ajeno, lo diferente. Avivan el pavor de muchos ciudadanos a perder su empleo, su seguridad, su papel en la sociedad… acusando al inmigrante, al de fuera, de ser el culpable de todos los males y de privar a los autóctonos de derechos que creen exclusivamente suyos. En pocas palabras: respuestas simplistas y falaces a problemas complejos; respuestas que calan con facilidad y se difunden viralmente por sí solas.

Los líderes de extrema derecha aseguran, en cambio, que su discurso no es un discurso de odio, sino que es cuestión de prioridades, de atender primero a los de casa –lema de campaña que utilizó Plataforma per Catalunya en las elecciones autonómicas de 2010- en vez de a los de fuera. De hecho, la protección de lo propio es uno de los valores más defendidos por la extrema derecha: si los recursos son escasos, si no hay sitio para todos, si la población está sufriendo, la solución es reducir el número de gente entre quien repartir, donde siempre sobran los mismos: los inmigrantes.

Tras una imagen moderna, desprovista de la parafernalia fascista y neonazi de tiempos pa­sados, la extrema derecha mantiene su esen­cia: acusar al otro del mal propio. El imperio de la ley, el orden, la justicia, los valores de la familia tradicional, la excelencia, la pureza… son algunos de los conceptos más utilizados para persuadir a los votantes, lanzados con más o menos carisma en discursos y mítines al uso –como cualquier otro partido podría hacer-, utilizando un lenguaje tremendista y emocional.

En líneas generales, la extrema derecha aboga por el libre mercado de mercancías y divisas, al tiempo que intenta establecer aranceles humanos. No a la intervención económica, pero sí a la intervención moral, aquella que permite asegurar que la solución a todos los males es evitando la mezcla, el multiculturalismo, la convivencia entre diversas nacionalidades, porque todos los de fuera –aunque ese todos excluya a la inmigración occidental con capacidad adquisitiva- se aprovechan del sudor de los de dentro y se benefician de derechos que ellos no consiguen disfrutar.

En Europa, además, los partidos de la derecha más radical, se caracterizan por una marcada eurofobia: no aceptan las imposiciones de los órganos de gobierno comunitarios y creen que recuperando su plena soberanía sus paí­ses funcionarían mejor, sin nadie que les diga cómo gestionar sus recursos económicos y mucho menos los humanos.

Si acudiéramos a un acto de un partido de extrema derecha y no pudiéramos entender nada de lo que dicen, solo observarlos, ten­dríamos la sensación de estar en un acto político cualquiera, salvo contadas excepciones. La disciplina, tan presente en el seno de estos partidos, y la arenga típica de sus discursos se han desprovisto de cualquier estética militar. Ahora son uno más y defienden sus ideas sin complejos, utilizando los mismos canales y mecanismos que cualquier otro partido.

El principal problema de la normalización de la extrema derecha, aunque en ciertos lugares como en España no haya tenido una aceptación generalizada, es el efecto contagio a los partidos mayoritarios de derechas. Ante el temor de la fuga de votantes en un contexto económico especialmente desfavorable, los partidos de derecha tradicionales adoptan partes del discurso más extremista, sobre todo en campañas electorales.

La fuga por la derecha

En España, hasta el momento, el Partido Popular ha aglutinado todo el voto de la de­recha, con la excepción de algunos partidos de extrema derecha que, salvo contadas excep­cio­­­­­­­­­­­­­­­­­nes en elecciones municipales y autonómicas –España 2000, PxC-, no han tenido resultados significativos.

No obstante y en cuestión de poco tiempo, el Partido Popular ha visto tambalear su estructura aparentemente férrea, recibiendo duras críticas internas por su tibio posicio­namiento en aspectos clave, como la política territorial o la gestión de la tregua de ETA y, especialmente, la doctrina Parot.

En 2011 el exministro Francisco Álvarez Cascos fundó su propio partido, Foro Asturias, con el que se presentó a las pasadas eleccio­nes autonómicas. Más recientemente, Alejo Vidal-Quadras, vicepresidente y eurodiputado del Parlamento Europeo, decía a modo de despedida: “Yo no he cambiado, me veo obligado a irme para seguir en el mismo sitio”. Vi­dal-Quadras ha fichado por el nuevo partido de Santiago Abascal y José Antonio Ortega Lara, Vox. Quien asegura no irse a la competencia, pero ha renunciado a encabezar la candidatura a las europeas es Jaime Mayor Oreja, actual eurodiputado con un pasado glorioso en el PP. Él mismo había hecho patente su desavenencia con la política antiterrorista de Rajoy, motivo por el que no estaría dispuesto a defenderla en una campaña electoral frente a Vox.
Los impulsores de Vox aseguran que en las elecciones europeas solo aspiran a darse a conocer, pero sin duda, si la iniciativa sigue adelante y se presentan a las próximas eleccio­nes generales, será la primera vez en que un partido con una estética moderna y al uso compita por arañar votos desde la derecha del Partido Popular. En su manifiesto fundacional, Vox asegura que: “Es urgente una reacción vigorosa de la sociedad civil que fortalezca nuestra estructura política y abra paso a un cambio profundo de nuestra perspectiva ética. Hemos de guiarnos por valores fuertes que nos sitúen en el mundo con capacidad de competir con éxito y de ser respetados. España no ha de ser percibida como un problema a resolver, sino como un ejemplo a imitar.”

La moral, la unidad de España, la no-intervención estatal y el cese de las subvenciones públicas, la excelencia y el compromiso son algunos de los valores que repiten en su carta fundacional. Faltaría por ver, en una hipotética campaña electoral, qué posición adoptan respecto a temas como la inmigración y la integración cultural. ¿Guardará similitudes con los partidos de extrema derecha europeos? ¿Forzará al Partido Popular a reposicionarse en algunos aspectos para evitar la fuga de votos? Son preguntas a las que en breve podríamos dar repuesta. g

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