Po Andrea Valeiras@andreiagallega, Periodista y consultora de comunicación

La reivindicación a través del cine es cada vez más habitual. No solamente atrae a colectivos anteriormente olvidados o ignorados, sino que además tiene una función social: la concienciación sobre ciertos asuntos que afectan a una gran parte de la población y que, si bien no son desconocidos, no son atendidos de la manera que merecen. Cuanta más gente lo sepa y lo entienda, mejor, y si bien muchos espectadores no verán una película iraní de bajo presupuesto con temática de denuncia política y social, el cine más “hollywoodiense” sí llega al gran público, con lo que se convierte en el vehículo ideal para este cometido. Y, buscando un lado más cínico, porque existe, este tipo de películas son imanes de premios. No obstante, la intensa promoción de los dramas candidatos hace más visible el drama real que se vive en muchos sectores y si esto sirve para que la sociedad sea más consciente de ello, bienvenido sea.

Durante los últimos años la tendencia ha sido el storytelling de la “black history” como modo de denuncia al racismo que no se ha superado y sigue padeciendo demasiada gente en su día a día. Películas como “Doce Años de Esclavitud”, “El Mayordomo” o “Selma” nos trasladaron al pasado, a determinados puntos de la historia en la que se luchó contra esa injusticia social que aún no ha desaparecido. El mundo se horrorizó ante los calvarios que los protagonistas sufrieron y admiró su capacidad de lucha. Pero todavía existen Martin Luther Kings anónimos que siguen batallando en las mismas guerras en nuestros días ¿Influye en esta tendencia el hecho de tener un presidente afroamericano en la Casa Blanca? No puede negarse. El compromiso de la familia Obama con las causas sociales ha llevado incluso a que la propia Michelle interviniese por videoconferencia en la ceremonia de los Oscar en 2013 hablando de las películas nominadas y de cuánto hacían por ayudar a la gente a luchar por sus ideales. Si bien la película premiada era un drama militarista que ensalzaba un patriotismo que ya existía, el discurso generalizaba y conectaba con el público de todos los colectivos marginados: “No matter who we are or what we look like or who we love”.

Este año priman las causas feministas y de género. “Sufragistas” nos lleva a las luchas de las mujeres por conseguir el voto (y en los créditos finales se nos dan las fechas en las que se alcanzó este derecho en muchos países, demasiado recientes muchas y algunas todavía inexistentes). “Carol” no solo cuenta la historia de amor entre dos mujeres, sino la difícil situación que provoca a una de ellas, en trámites de divorcio y lucha por la custodia de su hija, viéndosele negada por “cuestiones de moralidad”. También el tema de la identidad de género es tratado a través de la biopic “La Chica Danesa”, en la que se nos cuenta la historia de Einar y su viaje para ser de verdad Lili; habiéndose enfrentado a tratamientos psiquiátricos y acusaciones de esquizofrenia, explica su operación de cambio de sexo (la primera de este tipo en la historia) y la esencia de este colectivo con la frase: “Dios me hizo así, el médico me curó de mi enfermedad”.

Todas estas películas situadas en el pasado (relativamente reciente) recuerdan de forma personalista algunas de las primeras batallas que se lidiaron en guerras y que aún no se han ganado. Si consiguen concienciar a la sociedad y dar coraje a quiénes comparten estas situaciones de desigualdad por cuestiones de género o sexualidad, no hay estatuilla que supere a ese premio: justicia social.

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