Por Alberta Pérez, @alberta_pv

Ya tardaban en aparecer flotando por el océano de Internet titulares anzuelo tratando de acabar con la vida de los gatos curiosos: «se desvela la hora y la causa de la muerte de Isabel II».  Egoístamente, entré esperando un contenido que ofreciese material digno de una novela de Agatha Christie. La lógica abate al morbo de un plumazo y para sorpresa de nadie, el comunicado confirma todas las sospechas coherentes, anunciando que Su Majestad la Reina Isabel II de Inglaterra, nacida en 1926, fallecía el 8 de septiembre de 2022 debido a su avanzada edad. Un final para nada inesperado tras semanas de luto en las que los propios medios han hecho todas las comparativas habidas y por haber para ilustrar la longevidad de la monarca, que llevaba en el trono más de 70 años: ha conocido 13 presidentes de EEUU, ha vivido la Segunda Guerra Mundial, la disolución del Imperio Británico, la caída del muro de Berlín, la guerra del Sinaí, de las Malvinas, del Golfo… la llegada del hombre a la luna, el paso de la televisión a color, la llegada de Internet, el Brexit y la pandemia del COVID-19… Tan solo leerlo ya resulta agotador, nadie puede negarle a Isabel II que ha cumplido con su promesa de servicio de por vida.

Tanto es así, que, de hecho, una parte de ella permanecerá no sólo en los libros de historia, sino también en la memoria colectiva. La prueba de su éxito a la hora de ejecutar su papel público como monarca es su aportación cultural como icono de la sociedad, casi como figura religiosa para los fieles seguidores de la Corona británica e incluso para sus detractores, pues su imagen ha conseguido llegar a la cultura popular, convirtiéndose en un símbolo de Inglaterra reconocido mundialmente, como lo puede ser el Big Ben, las cabinas rojas de teléfono, el té a las 6 o los Routemasters. Fue parte de la escena del Pop Art cuando Andy Warhol presentó su retrato en 1985 en su serie titulada «Reigning Queens», la banda punk Sex Pistols la hizo en cierto modo partícipe de la escena punk con la portada de su sencillo «God Save the Queen», que batió récords convirtiéndose en el más caro de la historia, al ser vendido por $14,757 en marzo de 2018. Su estética ha sido inspiración en múltiples ocasiones en las pasarelas de moda por su estilo característico, desde los pañuelos en la cabeza, hasta los guantes y conjuntos de trajes de chaqueta. Miuccia Prada llegó a decir que era una de las personas más elegantes del mundo, y diseñadores como Christopher Kane, Richard Quinn, Alessandro Michele o Vivien Westwood la han utilizado como referencia evidente para algunas de sus colecciones. Su cara está no sólo en los billetes, también en tazas, posters, alfombras de casa, camisetas… El trabajo persistente entorno a la construcción de una imagen fácilmente identificable es una de las bases sin las cuales el convertirse en un referente sociocultural no sería posible. Sólo hay que remontarse a los orígenes de lo que eran los iconos religiosos, esas representaciones de figuras religiosas que eran veneradas por los pueblos, y que a través de imágenes reconocibles producían una narrativa visual.

Es necesario crear una imagen única y propia, lo cual posteriormente te permitirá, a través de una comunicación efectiva e igualmente repetitiva, vincularlo a unos conceptos claves, para permear en el imaginario social, que funciona de forma tan o más simplista que nuestro propio cerebro, deseoso de simplificar los estímulos que nos rodean. Ni siquiera es necesario un alto grado de coherencia, con las herramientas adecuadas puede alcanzarse el populismo desde las altas esferas, la alta costura llevando botas de agua o el arte moderno desde el protocolo real.

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