Estamos acostumbrados a votar por un partido o por el candidato de un partido, pero ¿qué sucede cuando alguien sin partido político busca ser elegido por un cargo de elección popular?

Miguel Cravioto, @MCravioto

Cuentan los relatos populares que durante varias décadas, tras el hartazgo político existente, miles de mexicanos votaron en las elecciones presidenciales por Cantinflas, inclusive algunos dicen que pudo haber ganado elecciones. Pero hay dos cuestiones: uno, que él no se había postulado como candidato y, dos, no se permitía una candidatura ciudadana.

Con la reforma político-electoral realizada en el año 2012, se determinan las obligaciones y derechos de los candidatos independientes y se da a los ciudadanos la posibilidad de participar en elecciones sin pertenecer a algún partido político, siempre y cuando logren su registro con las firmas correspondientes: para Presidente, el 1% de la lista nominal de electores y, para senador y diputado, 2% de la lista nominal de electores correspondiente a la entidad federativa o distrito electoral.

Varias instituciones, entre ellas el Centro de Investigación para el Desarrollo A.C. (CIDAC), han calificado como deficientes las múltiples modificaciones a la ley, por considerarlas incompletas y que provocaron un esquema institucional defectuoso acerca de esta nueva figura ciudadana.

Los abanderados ciudadanos se lanzan en unas elecciones en las que reina la incertidumbre y la desigualdad. Hay una gran diferencia entre las reglas estrictas que rigen el límite de gasto y financiamiento de los candidatos que van con el apoyo de un partido político y las normas para quienes no representan partido alguno. Es más, semanas antes de la elección, aún no estaban definidos los topes de campaña para algunos candidatos independientes.

El que se haya dado la oportunidad de participar a candidatos independientes con las reformas electorales realizadas, no garantiza que mejorará el escenario político ni democrático en el país. Por la manera en que se hizo, podría más bien haber lesionado la institucionalidad de esta figura independiente, afectando su legitimidad y dañando su reputación, que es el intangible más preciado de cualquier institución.

De cualquier forma, inclusive los candados que ha puesto el Instituto Nacional Electo­ral (INE) y las legislaciones, juegan a favor del mensaje y estrategia de los candidatos independientes que luchan contra “los vi­llanos” (partidos existentes) a pesar de las trabas y complicaciones que hay.

La victimización que exaltan los candidatos ciudadanos hacia su misma persona los hace mártires del sistema, pero han enfocado su mensaje en demostrar que a pesar de las injusticias ellos van hacia delante contra los partidos de siempre y harán historia junto con todos los demás ciudadanos que se sumen a su triunfo.

La intención de dar poder a los ciudadanos es muy buena y el fondo también. Ahora la gente que anulaba su voto o simplemente no asistía a votar porque no creía en los partidos, podrá manifestar su derecho al elegir a un candidato independiente y mostrar a los partidos políticos que ya no se cree en ellos, que se está cansado de ellos. Se abre la puerta a manifestarse, participar y exigir con resultados tangibles.

Anhelar una democracia en la que también se pueda escoger a personas que están fuera de las cúpulas de partidos políticos puede resultar muy útil en varias formas: puede quitarle fuerza a los partidos y otorgarla al ciudadano, puede poner mayor presión social sobre el gobernante en turno, puede hacer que mejoren los gobiernos al “ciudadanizar” las administraciones y poner especialistas en puestos muy concretos que en verdad sirvan al pueblo. Pero como todo lo que puede ser, también puede no ser.

En definitiva, el que llegue un candidato independiente a gobernar un Estado trae muchos cambios: nuevas maneras de hacer política, de lograr acuerdos con un Congreso en donde no tiene represen­tación su movimiento político, de tomar decisiones sin responder a los intereses de un partido. ¿A los intereses de quién res­ponderá?, ¿de la gente? ¿de los empresarios? ¿de los suyos?

David contra Goliat

Los candidatos independientes se enfrentan contra los “agradables”, gigantescos y poderosos partidos políticos. Además del gran tamaño y alcance en operación de la maquinaria partidista , hay muchas otras diferencias que distinguen a unos aspirantes de otros. Los candidatos que abanderan un partido no necesitan juntar firmas para lanzar su candidatura, reciben apoyos millonarios del gobierno, sus topes de campaña son bastante superiores a los de los candidatos independientes, tienen mayores facilidades para aparecer en medios de comunicación o contratar publicidad y, obviamente, cuentan con todo el apoyo, maquinaria y poder de su partido.

Además, los postulantes sin partido político también tienen que cumplir con una serie de requisitos que complican e inclusive imposibilitan varias candidaturas. Los que aspiraron para estas elecciones debieron reu­nir cientos de miles de firmas en 120 días, con recursos propios, sin acceso a medios de comunicación, ni recursos públicos.

Lo digo con otras palabras, para que un nuevo partido pueda contender en eleccio­nes nacionales requiere sumar a sus filas a 0,26% de los electores en un año, que son cerca de 220.000 personas. Un ciudadano independiente que pretenda buscar la Presidencia de la República Mexicana deberá conseguir cuatro veces ese número de firmas de apoyo, en una tercera parte del tiempo que tendría un nuevo partido. Y esto es sólo para buscar contender.

Además, antes de solicitar su registro ante el INE, deberá constituir una asociación civil con, al menos, tres integrantes. Para realizar esto deberá acudir al Gobierno Federal (que obviamente no es un organis­mo autónomo) y cubrir los gastos que se requieran por los servicios de un notario público.

Sólo en este año, los partidos políticos recibirán en México 5.356 millones 771 mil 247 pesos de recursos públicos para actividades ordinarias y gastos de campaña. Esto es una cantidad cercana a 350 millones de dólares. Los candidatos independientes no recibirán ni un peso de ese fondo moneta­rio por no pertenecer a partidos políticos.

Por estas razones, al parecer, sólo los candidatos que estén acomodados económica y socialmente podrán aspirar a un cargo de elección popular. Los candidatos deben ser apoyados por un número muy grande de personas y billetes. Tan sólo en las pasadas elecciones para diputaciones federales, manifestaron su intención de contender como aspirantes independientes 122 ciudadanos, de los cuales únicamente 22 lograron el registro como candidatos.

Pequeña gran ventaja

Los candidatos independientes cuentan con una ventaja frente a los que representan a partidos políticos. Alrededor del mundo, en la actualidad, hay una crisis de credibilidad que ha beneficiado a las candidaturas independientes, los ciudadanos están hartos de la política y todo lo que abone a un tema social, ciudadano, es mejor recibido que lo que venga de políticos.

La gente no confía en la política, ni en los políticos, ni en los partidos. La gente está desencantada y cada vez es mayor la abs­tención, el ciudadano no sale a votar por desilusión.

La estrategia de los candidatos indepen­dientes va encaminada a congregar todo el hartazgo que hay por los antiguos políticos y encaminarlo a desarrollar mensajes de participación ciudadana, transparencia y seguridad.
Ante los pocos recursos que brinda el gobierno y los bajos topes de campaña para candidatos independientes, las redes sociales han ayudado a difundir mensajes y acciones que posicionan a los candidatos en los públicos activos. Pero no se vota a través de las redes sociales y nadie gana con “likes”, así que si quieren salir victo­riosos en las contiendas, tendrán que traducir ese apoyo virtual, en real.

¿Por qué motivos vota la gente? ¿Por las propuestas de los candidatos? ¿Por tener fe en lo que prometen cumplir? La gente vota por identificación con los candidatos o partidos. Votarán por él ella si se identifican con su relato, con su ideología, con su persona. Votarán por ellos si logra demos­trar una verdadera semejanza con ellos.

De acuerdo a esto, los candidatos libres de partidos tienen una gran ventaja, la gente los percibe como iguales, se libran del hastío existente contra los políticos partidistas y ellos mismos los critican en sus discursos. Se hacen más cercanos al pueblo.

La gente los percibe favorables no sólo porque comparten el mismo hartazgo por los políticos, sino por el simple hecho de ser ciudadanos que no pertenecen a insti­tuciones políticas, pues sólo el 6% de la población está afiliada a algún partido político. Tan solo por esto cuentan con un atributo similar al electorado que les ayuda a que el 94% de la población se identifique con ellos.

México y España

En España, los partidos que nacieron de movimientos civiles (Podemos y Ciudadanos) formaron una “fiebre ciudadana” y die­ron una lección a los partidos de siempre, al Partido Popular (PP) y al Partido Socia­lista Obrero Español (PSOE). Estos dos últimos obtuvieron, en conjunto, tres millones de votos menos que en las elecciones regionales de 2011. El PP y PSOE obtuvieron un 52% de los votos a nivel nacional, esto es, trece puntos menos que en las eleccio­nes de 2011. En prospectiva, de seguir este rumbo, el PP perdería 66 diputados y la mayoría absoluta en las elecciones gene­rales.

¿Qué se quiere decir con esto? En cierto modo los ciudadanos han llegado al poder tras formar un nuevo partido.

En México, la mayoría de los candidatos autónomos que tienen posibilidades rea­les de ganar -o ya lo han hecho-, son aspi­rantes que militaron previamente en otros partidos. Está actualmente la sonada figura independiente para gobernar el Estado de Nuevo León, Jaime Rodríguez “El Bronco” que estuvo afiliado por la “pequeña” cantidad de 33 años al Partido Revolucionario Institucional (PRI), con el que fue candidato electo para Presidente Municipal de García, Nuevo León. También está el caso del primer candidato independiente ele­gido en el país, José Adonay Avilés, quien en 2007 ganó la elección de la Alcaldía de Yobaín, Yucatán, aunque ya lo había hecho antes en dos ocasiones perteneciendo al PRI (1995-1998 y 2001-2004). En 2012 contendió por cuarta ocasión regresando otra vez al PRI.

¿Qué se quiere decir con esto? Los políticos se han acercado al poder tras dejar viejos partidos.

A pesar de las diferencias de cada país, en ambos casos se trata de buscar enaltecer la figura de un candidato ciudadano y se ha mostrado un rechazo al sistema actual de los mismos partidos políticos en el poder, una indignación internacional por la mala imagen que éstos han expuesto.

Será interesante ver cómo reacciona el electorado español en las próximas eleccio­nes generales, con el partido ciudadano Podemos que mantiene un 20% de la intención de voto y que pone así presión a los dos grandes en el Congreso.

La crisis que enfrentan los partidos políticos se debe a las malas administraciones que han realizado. Los partidos y los políticos de elección popular tienen un deber principal: representar. Respaldar a un grupo de ciudadanos que se identifica con ellos, que los eligen.

Hoy en día los ciudadanos no se ven reflejados en sus candidatos ni en sus partidos y buscan otras opciones. Si los candidatos ciudadanos logran personalizar y significar lo que los votantes quieren, lo que necesitan, no hay duda de que pueden dar vuelta completa al sistema político/democrático actual.

La gran pregunta a resolver es ¿cómo edificar un gobierno ciudadano que tanto presumen los candidatos independientes mexicanos y los nuevos partidos españoles? Por ahora es complicado que tengan avances importantes en ambos países porque los candidatos ciudadanos o de los nuevos partidos, tendrán que hacer treguas y negociaciones con los candidatos de los antiguos partidos. Esto podrá afectar de nuevo su imagen y aparentar que son más de lo mismo, que hacen pactos con los que criticaban meses antes y po­dría crearse una percepción de que no exis­tirá un cambio político verdadero.

Lo más peligroso para estos nuevos políticos sería que pasara esto, ya que ellos mismos afectarían su imagen, acabarían con su diferencia competitiva, su más potente atributo, se convertirían (en la percepción de los ciudadanos) en unos políticos más. Quitarle después al ciudadano de la cabeza que ellos no son como los otros políticos sería casi imposible. Cuando se habla de comunicación, la percepción es realidad.

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