¿un paso atrás en la tradición estadounidense de los debates?
Por Miljana Micovic, @MiljanaM Doctora en comunicación y argumentación políticas.
En las campañas electorales de EE. UU. los debates son los eventos que suscitan el mayor interés de los ciudadanos y los medios de comunicación. En la campaña actual, los tres enfrentamientos dialécticos entre Hillary Clinton y Donald Trump han generado innumerables noticias y análisis a nivel internacional, en los que hemos podido encontrar raudales de información sobre el predebate y sobre quién ha ganado cada uno de los encuentros. Como siempre. No obstante, esta campaña ha sido distinta y los debates celebrados durante el último mes han sido diferentes de los anteriores. Esta vez no se trataba solamente de reforzar la imagen presidencial y el liderazgo e intentar ganar votos de los votantes indecisos, se trataba también de “sobrevivir” al debate, sobrevivir a los ataques del adversario.
Esta novedad, que ha influido negativamente en el nivel de los debates en la tradición estadounidense, ha ocurrido por varias razones. Entre estas hay que destacar, principalmente, el estilo comunicativo de cada uno de los candidatos, que ha influido en el desarrollo de los debates y ha determinado el transcurso de los mismos. Los tres encuentros televisivos celebrados en la campaña 2016 se caracterizan, sobre todo, por el escaso uso de los recursos retóricos, poca variedad de argumentos y estrategias argumentativas utilizadas por los candidatos, aunque hay que destacar que el discurso de Hillary Clinton fue más rico en cuanto a la tipología argumentativa.
Como es habitual, todo lo ocurrido durante la campaña y los principales argumentos de los programas electorales de ambos candidatos encontraron su hueco en los tres enfrentamientos. En estos se trataron los temas trascendentales para el país, referentes a la política interior y exterior, se plantearon (y en parte respondieron) las preguntas de los moderadores y ciudadanos. Sin embargo, nunca antes se había cuestionado tanto la personalidad de los candidatos, su idoneidad (fitness) para gobernar el país, su comportamiento, temperamento o resistencia. En consecuencia, nunca antes en los debates de EE. UU., pero tampoco en el conjunto de la campaña, ha aparecido con tanta frecuencia como en los tres debates Clinton-Trump el argumento ad personam, un ataque contra la persona del adversario para descalificarlo. Y es precisamente ese contraste de las experiencias y cualidades personales –la argumentación en términos antagonísticos yo versus usted-, el que ha marcado los tres debates, por encima de las diferencias entre los partidos que estos políticos representan.
Observamos que, en general, tanto Trump como Clinton insistían en reforzar los mismos argumentos, repitiéndolos hasta la saciedad en los tres debates. Percibimos que determinadas estrategias, incluso cuando se empleaban, no surtían el efecto deseado, como es el caso del storytelling, argumentación de carácter emocional, que no resultó convincente ni en el caso de Clinton ni en el caso de Trump. Por un lado, notamos que la candidata demócrata usaba la argumentación cuando aportaba muchos ejemplos de lo que Trump había dicho o hecho y que, precisamente a partir de estos, ella establecía el contraste entre las políticas del candidato republicano y las suyas. Por otro lado, identificamos en las intervenciones de Trump un uso elevado de hipérboles y palabras con connotación negativa, como, por ejemplo, desastre, desgracia, error, estupidez, utilizadas por este político para llevar sus acusaciones a niveles extremos. Observamos claramente que la elección temática fue la estrategia argumentativa de Trump para responder a algunas preguntas de los moderadores o al ataque de Clinton: nos trasladaba del tema de los insultos hacia las mujeres al tema de ISIS, de las tasas (no pagadas) a los mails de Clinton, y un sinfín de ejemplos de esta estrategia.
Por último, nos dimos cuenta de que la descortesía lingüística, las interrupciones y la acusación de mentir protagonizaron también los debates; eso sí, expresadas de diferentes formas, con un “no es verdad” y apelaciones a fact-checking de Clinton, y un “ella miente” de Trump. En este sentido, percibimos que ridiculizar al oponte y el uso de humor e ironía aparecieron en los tres debates, sobre todo en el primero, como parte del show, y que en cada espectáculo iban desapareciendo no solo la sonrisa de Hillary Clinton, sino también el saludo con la mano y, en definitiva, el respeto que estos candidatos tenían el uno por el otro.
Y esto es lo que nos ha sorprendido. Se dice que en los debates hay que sorprender, pero ¿nos referimos a no aceptar el resultado electoral o amenazar con encarcelar a la candidata del partido contrario? No ¿Nos parece lo suficientemente sorprendente el aumento de beligerancia y agresividad en los debates estadounidenses? Sí. En definitiva, ¿se trata de un paso atrás en la tradición de los debates estadounidenses? Desde luego.
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