Por Alberta Pérez, @alberta_pv

Arde Troya tras el discurso de Irene Montero, en un acto de precampaña de Unidas Podemos llevado a cabo el viernes 16 de abril en Madrid. La ministra de Igualdad dio un discurso con colectivos LGTBI+ que ha suscitado múltiples críticas por el uso de términos como ‘niñes’ e ‘hijes’, polémica similar a otras anteriores como en 2018 cuando empleó el término ‘portavoza’ en el Congreso.

En un afán por utilizar el lenguaje inclusivo, durante el mitin se escucharon frases como: «Os pido a todos, a todas y a todes que el día 4 de mayo no se quede un solo voto en casa” o “nos ha costado tanto ser escuchados, escuchadas y escuchades”. Ante esto, las redes sociales y medios de comunicación han estallado causando un aluvión de críticas, tildándola de ridícula en el mejor de los casos.

Esto es solo un paso más de la creciente aversión hacia el uso del masculino como género no marcado, que académicamente tiene una postura, tal y como comparte la Fundéu, muy clara: “en gramática un elemento no marcado es el de sentido más general, el de distribución más amplia y el que se recupera por defecto cuando no hay morfemas específicos”. La defensa del uso del masculino genérico se basa en dos puntos principales, que son la economía lingüística y la concordancia gramatical. Al considerarse el uso del masculino incluyente a todos los individuos sin implicar, en su uso genérico, una distinción de género, el desdoblamiento resulta artificioso e innecesario salvo en contadas excepciones, véase cuando por contexto, su uso pueda dar lugar a confusión y sea necesario recalcar o apostillar que la frase hace referencia tanto a hombres como mujeres. Es necesario no confundir el género gramatical con el género social. Sin embargo, la perspectiva de que el uso del masculino como neutro colectivo no es genérico sino invisibilizador, es una de las premisas que comparten múltiples guías de lenguaje no sexista, que llevan impulsando el uso del desdoblamiento léxico desde hace tiempo, consiguiendo que esta práctica haya terminado calando en medios oficiales, lenguaje administrativo, textos periodísticos y hasta textos escolares. En referencia a este último caso, ha surgido polémica recientemente, tras salir a la luz el contenido de un libro de Geografía e Historia que estudiaban alumnos andaluces de 2º de la ESO, donde se podían leer frases como: “A los musulmanes y musulmanas que aceptaron bautizarse se les dio el nombre de moriscos y moriscas.”

Ignacio del Bosque, catedrático de Filología Hispánica de la Universidad Complutense de Madrid, firma el informe Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, suscrito por 33 académicos de la RAE en 2012, donde se critica que las guías de lenguaje inclusivo, carecen en su mayoría de la participación de lingüistas, contradiciendo las normas de la Real Academia Española y la Asociación de Academias: “No hay, desde luego, ilegalidad alguna en las recomendaciones sobre el uso del lenguaje que se introducen en esas guías, pero es fácil adivinar cuál sería la reacción de las universidades, las CCAA, los ayuntamientos o los sindicatos si alguna institución dirigiera a los ciudadanos otras guías de actuación social sobre cuestiones que competen directamente a esos organismos”. También subraya un problema en la argumentación implícita que siguen estos documentos, de los cuales dice, se extrae una conclusión incorrecta a partir de varias premisas verdaderas. Sí es cierto que existe una discriminación social hacia la mujer en la sociedad, sí existen comportamientos verbales sexistas que pueden emplearse entre otros, para discriminar a colectivos, sí existen instituciones que han abogado por el uso de este lenguaje, y por último, también es cierto que hace falta extender la igualdad entre hombres y mujeres en la sociedad, así como visibilizar a estas últimas. Sin embargo, esto no justifica la conclusión de que “el léxico, la morfología y la sintaxis de nuestra lengua han de hacer explícita sistemáticamente la relación entre género y sexo, de forma que serán automáticamente sexistas las manifestaciones verbales que no sigan tal directriz, ya que no garantizarían “la visibilidad de la mujer”.

Lo cierto es que, una vez traspasada la frontera de las normas académicas, si consideramos válido y necesario hacer hincapié (aunque sea incorrecto) saludando “a todos y a todas”, aquellas personas que no se identifiquen con ninguna de las formas y prefieran referirse a sí mismas con calificativos considerados “más neutros” (también de forma incorrecta), como podrían considerarse “tod@s, todxs o todes” deberían estar en su derecho a hacerlo, pues es harina del mismo costal. ¿Y con qué autoridad podemos reprochar la ‘ridiculez’ de estos términos, cuando nosotros mismos hemos dado de comer a esta necesidad de diferenciación en un ejercicio de aceptar el español freestyle?

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