Por Ignacio Martín Granados, @imgranados

Las elecciones autonómicas y municipales del pasado 24 de mayo han traído consigo un nuevo escenario de reparto de poder, tanto a nivel regional como local, con nuevos representantes políticos. Muchos de ellos pertenecen a los denominados partidos emergentes que han querido dejar patente los aires de cambio y nuevas formas de hacer las cosas de la “nueva política” a la que dicen representar.

Así, y desde el mismo acto de toma de posesión, los primeros días de gobierno han estado cargados de gestos y símbolos para marcar diferencias con la vieja política. Con indumentarias menos formales, unos han prometido su cargo por imperativo legal, otros han renunciado a su bastón de mando o se lo han brindado a los ciudadanos y la mayoría han salido a las plazas para festejar la investidura con los vecinos. No es de extrañar si muchos de ellos provenían del activismo que protagonizó el 15M o de los movimientos sociales. Han pasado de las pancartas a los despachos, de las plazas a las instituciones.

Con gran expectación mediática, portadas en los periódicos y enorme viralidad en las redes sociales hemos visto como las alcaldesas de Madrid y Barcelona, Manuela Carmena y Ada Colau, asistían a su nuevo puesto de trabajo en el Ayuntamiento en metro. Otros, como el alcalde de Valencia, Joan Ribó, lo hacían en bicicleta, generando multitud de memes.

Se han bajado el sueldo y reducido el número de asesores; no usan corbata; viajan en transporte público; atajan las crisis con dimisiones; renuncian a las entradas gratuitas para autoridades; no hablan de grandes obras sino de micropolítica; invitan a los actos a los representantes sindicales, sociales y ciudadanos; practican la conciliación laboral con la familiar…

Con estos gestos desean, a la vez, mantener el contacto con la realidad y romper las barreras entre la clase política y los ciudadanos para evitar que la proclama “no nos representan” no se cumpla con ellos. Los gestos, que refuerzan sus mensajes, son la mejor metáfora de unos valores y una nueva forma de hacer las cosas.

Pero para que la nueva política no se quede solo en gestos y arengas de su pasado activista, sus protagonistas deben gestionar adecuadamente la complejidad de la administración de las ciudades y las expectativas ciudadanas. Parten con la ventaja de un ingente capital de ilusión generado, pero lo difícil llega ahora cuando deben solucionar los problemas denunciados durante la campaña electoral que son tan complicados como los desahucios, mejorar los servicios sociales, ofrecer un mayor empoderamiento ciudadano, demostrar que una mejor y eficaz gestión municipal es posible, etcétera. La coherencia de sus discursos con sus acciones les otorgará o restará credibilidad y ahí no hay gestos que valgan.

Tienen ante si el reto de demostrar que, como afirman, protagonizarán la segunda transición democrática española y el cambio no ha hecho más que comenzar. De momento, la nueva política revoluciona las formas, ¿será capaz de transformar la acción política?

 

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