Por Cristina Cartes Andrés @cristina_cartes Asesora política en la Comisión de Libertades Civiles, Justicia e Interior para el Grupo Alde en el Parlamento Europeo

No me había dado cuenta del poder y la importancia de los lobbies en Bruselas hasta ese momento en el que dos chicos salieron de su escondite, detrás de una planta gigante, en el tercer piso del Parlamento Europeo. Estaban al acecho en ese refugio con el único objetivo de abordarme cuando yo pasara. Faltaban tan solo tres días para que el Parlamento Europeo adoptara su posición de negociación sobre la reforma de la directiva sobre la protección de los datos personales en el sector de las comunicaciones electrónicas (e-privacy), un texto legal que podría cambiar radicalmente el modelo de negocio de todas las compañías en el mundo digital. Hacía tiempo que yo había dejado de contestar a sus emails, whatsapps y mensajes de texto. Y, aunque sabían que yo dedicaba todo mi tiempo a concluir las negociaciones, querían hablar conmigo una última vez antes del decisivo voto.

Las posiciones en el Parlamento Europeo estaban muy enfrentadas y los liberales, como siempre, eran clave para formar la mayoría. De mi grupo dependía que el texto que el Parlamento defendiera se centrara más en la protección del modelo de negocio de las empresas o en la privacidad de los usuarios.

A tan solo unas horas del voto, mi email profesional estaba a punto de llegar a su límite de capacidad. Grandes empresas, medianas, pequeñas, asociaciones y varias ONG apuraban sus esfuerzos de lobby con el fin de que el texto final les fuera lo más favorable posible. Yo aquellos días caminaba acompañada de una infinidad de documentos relativos a la reforma legislativa, vivía prácticamente en la oficina y casi había perdido todo contacto con el mundo exterior. Aquellos que me escribían confiaban en que transmitiera sus prioridades a la diputada a la que yo aconsejaba durante las negociaciones.

He de confesar que de todo lo que me iban contando los días posteriores a mi llegada a Bruselas el 2013 solo retuve un dato: “Bruselas es la segunda ciudad del mundo en número de lobistas y de espías, solo superada por Washington D. C. Así que tened cuidado con lo que decís, con quien habláis y, sobre todo, donde lo hacéis”.

Negocio cada día distintos textos legislativos en materia de libertades civiles, justicia e interior en el Parlamento Europeo, primero con otros grupos políticos y, después, con el Consejo. Lo primero que hago nada más recibir la propuesta de la Comisión es estudiarla y aceptar la mayoría de invitaciones a reuniones de los lobbies, intentando siempre guardar mi neutralidad e independencia con respecto a estas compañías. Al margen de la mucha o poca simpatía que les puedas tener, todas aportan algo vital: su expertise en la materia. Desgraciadamente, ni los eurodiputados ni los asesores disponemos del tiempo que nos gustaría para estudiar detenidamente una variedad tan amplia de temas. Los lobistas, en su mayoría especializados, sí. Su actividad contribuye a calcular el impacto que determinado marco regulatorio podría tener, a subrayar aspectos que a veces se pasan por alto y, en último lugar, al interés público, cooperando para que los que nos dedicamos al servicio público desarrollemos unas políticas que no se olviden de nadie.

Aquel día me disculpé con esos lobistas por no poder recibirles y me contaron sus últimas preocupaciones mientras recorrían conmigo el camino hasta mi siguiente reunión. No conozco a ningún lobista al que le haya satisfecho la postura del Parlamento respecto a la mencionada directiva. Uno de los políticos con los que he trabajo siempre dice que unos niveles similares y generalizados de infelicidad como consecuencia de la toma de una decisión política es síntoma de que hemos hecho las cosas bien. Sobre sus palabras reflexiono yo cada día cuando recorro los pasillos del Parlamento curiosa de conocer la identidad de la persona que me espera escondida detrás de la ya famosa planta.

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