Por Virginia García Beaudoux. @virgbeaudoux,
Dra. en psicología, consultora e investigadora especializada en comunicación política y liderazgo con perspectiva de género
@communicatioxxi Integrante de la Red de Politólogas #NoSinMujeres
«Fight for the things that you care about, but do it in a way that will lead others to join you.»
Ruth BaderGinsburg
Ningún periodista se atrevería a preguntar a dos primeros ministros hombres si se reúnen porque “son similares en edad y tienen otras cosas en común”. Sin embargo, esa fue la pregunta que sin ruborizarse un reportero dirigió en una conferencia de prensa a la primera ministra de Finlandia Sanna Marin y a su entonces par de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern. La respuesta, simple y directa, puso en evidencia lo obvio: “nos reunimos porque somos dos primeras ministras, y si fuésemos hombres no nos estarías haciendo esta pregunta”. No es noticia que los espacios de liderazgo y de toma de decisión continúan siendo territorio desnivelado y hostil para las mujeres. La presencia femenina está subrepresentada y sujeta a un trato desigual.
En la XV Conferencia Regional sobre la Mujer organizada el pasado noviembre por CEPAL y ONU Mujeres, se enfatizó el derecho de las personas “a cuidar, ser cuidadas, y ejercer el autocuidado”. En el caso de las mujeres líderes y políticas, las habilidades de autocuidado son cruciales porque a menudo transitan escenarios minados, caracterizados por un significativo diferencial de poder inclinado en su contra, por expectativas y demandas diferentes de las que enfrentan los hombres, y por diversas formas de acoso y desvalorización.
Una habilidad central del autocuidado es la inteligencia emocional, la capacidad para gestionar las propias emociones y evitar la parálisis o la huida; poder transformar en motor de cambio las emociones negativas producto del estrés, las crisis, los enfrentamientos, las traiciones, las presiones y los conflictos que inevitablemente sucederán. Auto-auditarnos para aprender a reconocer en qué contextos nos invaden ciertas emociones, así como nuestros patrones más habituales de respuesta, para comenzar a cambiar hábitos. Autocuidado es también:
• Elegir las batallas y administrar la energía.
• Hacer “triage”. Jerarquizar con mirada estratégica objetivos, tareas, problemas, interlocutores y enemigos.
• Decir que no, elegir en qué proyectos participar y en cuáles no hacerlo porque no abonan a nuestros objetivos y nos drenan energía, aunque decir que no conlleve costos.
• Aceptar que es imposible complacer a todos, sin importar cuánto nos esforcemos.
• No angustiarse en exceso por hacer algunas concesiones, porque forma parte normal de cualquier negociación.
• Entender que no es correcto anteponer siempre los deseos y necesidades de los demás –compañeros de trabajo, de partido político, jefes, hijos o parejas– a los propios.
• Entrenar los hábitos de dormir bien, pausar para tomar distancia y tener perspectiva de los problemas, y realizar ejercicio físico.
• Elegir a qué medios de comunicación dar entrevistas; en qué situaciones de exposición pública vale la pena participar y en cuáles es mejor abstenerse de hacerlo. Entender que más exposición no siempre es mejor.
• Establecer el límite de las preguntas que merecen una respuesta, saber que no hay obligación de responder a todo, y que es importante proteger el espacio de la vida privada de la excesiva o innecesaria exposición pública.
• Poder identificar cuándo una situación refuerza estereotipos indeseables, y cuándo cruza la línea y constituye violencia política.
• Saber que no hay que callar ni ocultar las agresiones, hay que visibilizarlas y hablar públicamente de la violencia recibida.
• Aprender a pedir ayuda, conocer los canales de denuncia, y usarlos. Conocer los propios derechos y ejercerlos.
• Bajar los niveles de cruel una autoexigencia y controlar lo que llamo “síndrome de la perfeccionista”.
• Tejer redes con personas aliadas, buscar mentoras y mentores que nos compartan su experiencia, interlocutores que nos ayuden a decodificar lo que está sucediendo.
Reaprender e incorporar nuevos hábitos no sucede de un día para el otro, y requiere la intención consciente de hacerlo. Es trabajoso, pero no imposible. Desarrollar habilidades de autocuidado es importante para plantar cara a los habituales intentos de desacreditación y control contra las lideresas que se ejercen de diferentes maneras, tales como:
• Preguntarles qué aportan por el hecho de ser mujeres y por qué deberían participar –como si no fuera un derecho-, lo que no se pide a sus pares hombres.
• Evaluarlas de modo exageradamente crítico por lo que hacen o por lo que omiten hacer, aún en los asuntos más triviales. Decirles “no estás a la altura”, “deberías haberlo hecho mejor”, “te están usando y no te das cuenta”.
• A las que se resisten a ser controladas u obedecer, castigarlas con la “trampa de la culpa” mediante comentarios como “te dimos la oportunidad y ahora nos pagas así” o “me debes”.
• Cuando no ceden, realizarles amenazas de penalización al estilo “si no haces lo que te pedimos, habrá consecuencias” o “no continúes en este camino, no te irá bien”.
• Ejercer contra ellas “gaslighting”, forma de manipulación psicológica por la que una persona logra que otra dude de sí misma por medio de la negación de hechos que ocurrieron; o de invertir la culpa de lo sucedido cargándola sobre la víctima; o de acusarla de ser demasiado sensible, de estar imaginando cosas, malinterpretando una situación o comentario; de ser emocional, irracional o exagerada.
• Tergiversar el sentido de sus palabras o la intencionalidad de sus acciones.
• Sexualizarlas y realizar toda clase de comentarios acerca de su apariencia física.
• Volverlas objeto de violencias, insultos, difamación, e intimidaciones.
No me cansaré de insistir en que debemos tomar conciencia de que vivimos en entornos plagados de prejuicios y dobles raseros, caracterizados por una señalética cotidiana que indica que las mujeres no tenemos suficientes aptitudes para liderar, que las que lideran “son todas iguales”, que el liderazgo es “cosa de hombres”, que en política los varones lideran mejor que las mujeres, y que las que se atreven a liderar tienen que “aguantarse” las consecuencias. Eso no es gratuito. Tiene altos costos para las mujeres. Impacta de manera directa en la autoconfianza, y puede llevar a cuestionarse la elección de carrera y los propios talentos. Las creencias y prácticas aprendidas desde la socialización temprana, se traducen en barreras psicológicas. Con el tiempo, identifiqué que algunas se repiten con alta frecuencia entre las mujeres líderes y políticas, y las clasifiqué poniéndoles nombres de “síndromes” (haciendo gala de su habitual sentido del humor, una lideresa me dijo: “Mi caso es grave, creo que los tengo todos”).
• El “síndrome de la chica inmaterial” o la tendencia a minusvalorar el propio trabajo.
• El “síndrome de la número dos” o la creencia de que es mejor ponerse en segundo plano, no destacar y ceder los espacios de visibilidad a los hombres para evitar los conflictos.
• El “síndrome de no estoy preparada aún” o dejar pasar oportunidades por creer que no estamos a la altura del desafío y que nos falta preparación.
• El “síndrome de la ambiciosa” o no tomar crédito ni comunicar los propios logros por temor a ser juzgadas públicamente con etiquetas negativas.
• El “síndrome de la exitosa culpable” o sentir culpa por los éxitos logrados y los espacios ocupados en buena ley.
• El “síndrome de la perfeccionista” o la creencia de que todo nos debe salir perfecto desde el primer intento, sin oportunidad de recalcular, ni derecho al ensayo y al error.
• El “síndrome de ponerse en modo supervivencia” o la tendencia psicológica a negar o relativizar la violencia sufrida, como un mecanismo para sobrevivir dentro de los espacios de poder mientras se batalla por ideas y decisiones. Suele ser más fácil identificar la violencia ejercida contra otras mujeres, que la padecida en carne propia.
Se estima que la igualdad de género en las altas esferas de la política demandará 130 años. No es un tema menor: la igualdad sustantiva, clave para el desarrollo sostenible, implica la participación y la presencia de liderazgos de mujeres en todos los sectores estratégicos económicos, sociales, ambientales y políticos. Junto con los cambios en la cultura, en la distribución de los recursos, del poder, del uso del tiempo y de la organización social de las tareas de cuidado cuya carga material y mental recae de manera desproporcionada sobre las mujeres limitando su autonomía económica y crecimiento en la vida pública, se requiere el desarrollo de las capacidades de autocuidado.
Hasta el momento, hemos sido capaces de identificar múltiples desafíos en los que debemos trabajar porque impactan negativamente en las posibilidades de las mujeres para liderar. Entre ellos, destacan las dificultades para obtener financiación para sus campañas y proyectos, la violencia política en razón de género, la cobertura estereotipada que reciben en los medios de comunicación, y la percepción pública prejuiciada que existe sobre los liderazgos femeninos. Un nuevo desafío se suma a los anteriores: avanzar en la promoción de herramientas de autocuidado. La educación de la inteligencia emocional y la superación de los patrones culturales negativos inconscientemente interiorizados, es tanto o más importante que el estilo cognitivo para afrontar las tareas.
La participación política y el liderazgo no deberían suponer para las mujeres los altos costos y peajes que aún hoy les cobra el ejercicio de esos legítimos derechos. Entrada la tercera década del siglo XXI, persisten prejuicios y prácticas muy resistentes al cambio que debemos erradicar, para que deje ser habitual que a los liderazgos de las mujeres se les exija el doble y se les perdone la mitad.
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