Por Ariadna Romans, @AriadnaRmans. Politóloga y consultora política. Presidenta de deba-t.org

Según el Índice Global de la Paz 2020, Oriente Medio es una de las regiones menos pacíficas del mundo junto al Norte de África. La pandemia del coronavirus ha sido solamente una complicación añadida a los retos que ya presentaba la región. La región árabe es una de las que presenta peores indicadores sociales en todo el mundo, con brechas de género importantes en materia de salud, educación, política y economía. Un sistema de salud frágil y disconexo entre regiones, con un acceso altamente desigual a nivel geográfico y socioeconómico contribuye a una incapacidad de ofrecer una respuesta eficaz y que proteja a los colectivos más vulnerables.

Algunos datos

Si bien la región de Oriente Medio presenta algunos desafíos importantes que preceden y seguramente continuarán tras la crisis del COVID-19, tiene algunas ventajas para resistir mejor que otras regiones que hay que tener en cuenta.

Su ciudadanía es joven. La mayoría de sus países presentan unas cifras de una media de edad inferior a 40 años. Esto hace que su ciudadanía no pertenezca a grupos de riesgo, pero, sin embargo, la débil infraestructura de algunas regiones dificulta la recuperación de las personas infectadas.

Profundas desigualdades sanitarias. Algunos países de la región, como Israel, tienen algunos de los sistemas de salud más fuertes del mundo. Sin embargo, la brecha entre países en materia sanitaria es enorme, pues en países como Yemen, Siria y Libia encontramos entramados sanitarios altamente debilitados por años de guerra, con gran dependencia de actores internacionales y oenegés.

La región árabe es una de las que presenta peores indicadores sociales en todo el mundo, con brechas de género importantes en materia de salud, educación, política y economía

Una crisis de tres cabezas. Los conflictos endémicos, la dinámica social complicada por la pandemia y el nexo de todo ello con la respuesta sanitaria al virus hacen que la región necesite una estrategia más holística que nunca. La tendencia a cerrarse en banda de muchos países y las reticencias a dejar de lado los conflictos persistentes apuntan a que la respuesta de los estados irá en dirección contraria, y las multilaterales aún no se han posicionado al respecto.

Las consecuencias económicas del coronavirus golpearán a toda la sociedad, por lo que todos los sectores y grupos socioeconómicos, desde los multimillonarios petroleros del Golfo a los jornaleros egipcios, están sufriendo las consecuencias de lo que apunta a ser una crisis de larga recuperación. A este hecho se suma que, en las regiones más pobres, millones de personas confían en las ganancias diarias para su subsistencia.

Nuevas viejas protestas. La ira de los jóvenes que creían que su futuro estaba siendo robado en mano de unas élites acaparadoras del poder de 2011 tuvo un rebrote meses antes de la pandemia. Los escándalos de corrupción, la centralidad de los recursos a manos de unas élites pequeñas, pero poderosas, y la penuria en la que viven muchos colectivos han sido algunas de sus causas. El daño político que causa la gestión del virus podría crear otra irrupción política en forma de más protestas.

Las dificultades en lo más primario: el agua y el petróleo

Los recursos naturales de la región son un activo económico i­mportante, y una oportunidad para muchas regiones para potenciar su presencia e interés a nivel global. Sin embargo, si bien Oriente Medio es abundante en algunos recursos, como el petróleo, tiene un gran problema de desertificación y acceso al agua potable. Este ha devenido uno de los mayores retos de la región en los últimos años, que ha derivado en grandes desigualdades socioeconómicas en la región, que ya considera el agua como un bien preciado. La falta de inversión en innovación y las tensas relaciones que mantienen con sus vecinos hacen que el problema vaya en aumento, especialmente para los países de la zona este del Mediterráneo (Jordania, Israel, Palestina, Líbano y Siria). Con la crisis del coronavirus, la seguridad del agua ha devenido una carta de negociación entre Estados, que a su vez se ha convertido en un aumento de las tensiones preexistentes a la crisis del COVID-19. A este problema se le añade el control de tales recursos a manos de unas élites dominantes que poco están dispuestas a compartir la gestión con la ciudadanía. ¿Serán los Estados de la región capaces de dejar a un lado sus diferencias para dar una respuesta coordinada y cooperativa a este reto común?

Las protestas persisten: cuando la tierra pide democracia

Las protestas y los alzamientos populares ya eran una realidad en la región antes de la llegada del COVID-19. Si bien en muchos p­aíses habían logrado victorias significativas, con una presión sin precedentes a estructuras de gobierno por parte de la ciudadanía, las estructuras de poder subyacentes de países como Argelia y Líbano se han mantenido intactas, y cada vez las demandas de la ciudadanía se presentan más difíciles de alcanzar debido a la incapacidad de usar su espacio social: las calles.

En Argelia, las manifestaciones de la hirak (“movimiento de protesta” en árabe) continuaron meses después de la renuncia del presidente. Con la detención de las protestas en marzo de 2020, las demandas de los manifestantes han derivado hacia una reforma democrática más amplia y con garantías. Las incipientes reformas que ha llevado a cabo Tebboune son vistas como algo demasiado superficial que solo busca una continuidad de las fuerzas y dinámicas anteriores con un lavado de cara democrático. El carácter no partidista y no identitario, con un ethos de paz ha generado una mayor aceptación de las protestas, tanto por los distintos sectores sociales como por la prensa internacional. Sin embargo, la falta de un liderazgo claro y una hoja de ruta son algunos de los desafíos que se deberán retomar una vez de vuelta a la normalidad.

Con la crisis del coronavirus, la seguridad del agua ha devenido una carta de negociación entre Estados, que a su vez se ha convertido en un aumento de las tensiones preexistentes

En el Líbano, la formación de un nuevo gobierno tecnócrata con muchos de los lazos a los principales partidos políticos y líderes empresariales tras la disolución del gabinete de Hariri no ha dejado a nadie tranquilo. Los pocos incentivos al cambio por parte de unas élites arraigadas al poder hacen sus demandas de una reforma s­istémica altamente desesperantes. Los activistas libaneses deberían trabajar para delinear hojas de ruta coherentes, detalladas y realistas para la reforma. Finalmente, los movimientos de protesta sin estructuras de liderazgo y hojas de ruta prácticas para la reforma pueden tener éxito en lograr cambios a corto plazo.

En Irán, con el virus y su expansión creció la disidencia política y agitó el país tanto en lo social (con mayores disturbios) como en lo económico. Debido a las medidas de confinamiento, las redes sociales han sido el espacio por excelencia de denuncias y manifestaciones. Si bien el monopolio de la violencia hasta el momento dependía del gobierno, esta situación puede cambiar si los efectos de la pandemia no cesan. A pesar de esto, existen dos variables claves para determinar su desarrollo: las capacidades de la presión internacional y la escalada y alcance de las protestas venideras. Pese a la incertidumbre respecto al desarrollo de futuros eventos, ya hay 3.600 iraníes detenidos preventivamente por “difundir rumores de coronavirus contrarios al régimen”.

La crisis del coronavirus se presenta como una oportunidad para reconocer el valor del trabajo de cuidados que típicamente han llevado a cabo las mujeres

La retirada iraní de Siria, debido probablemente a su incapacidad de gestionar su inestabilidad interna debida a la pandemia, ya ha sido acusada por Israel como una retirada debida a los ataques aéreos israelíes en el país. Sin embargo, fuentes del gobierno sirio desmintieron estos hechos. Según los informes, en el este de Siria los combatientes afganos proiraníes de la Brigada Fatemiyoun fueron trasladados lejos de Deir ez-Zor y al-Mayadin en la misma provincia al sur a la ciudad de Palmira y el suburbio Sayeda Zeinab de Damasco. Existen también rumores de refuerzo de que las áreas oeste de Alepo y las provincias orientales de Idlib cuentan con refuerzos de milicias iraníes. Ante estos movimientos, Rusia se ha mostrado dispuesta a cubrir rápidamente el vacío de seguridad dejado por Irán y su voluntad de inclinar la balanza a su favor, por lo que la policía rusa ya ha aumentado su presencia en el territorio. En Siria, por tanto, el coronavirus es, por el momento, el menor de sus problemas.

La pandemia patriarcal, aumentada por el coronavirus

Las mujeres sufren más las crisis humanitarias. Este hecho va más allá de la naturaleza de la crisis, sino de las estructuras patriarcales que rigen nuestras sociedades. No solo porque la mujer es la encargada de llevar a cabo los cuidados domésticos y de las criaturas, sino también porque la mayoría de los puestos de trabajo que ocupan son sectores de mayor riesgo de infección (cuidadoras de personas dependientes, limpiadoras, personal sanitario, etc.). En la región árabe, las mujeres r­ealizan cinco veces más trabajos de cuidado no remunerado que los hombres. Representan, así, la red de seguridad de los cuidados de la región. Además, la poca cultura de trabajo remoto de la mayoría de los países de la zona dificulta la conciliación familiar, hecho que genera un mayor número de mujeres que dejan sus empleos para centrarse en el cuidado de sus familias. La crisis del coronavirus se presenta como una oportunidad para reconocer el valor del trabajo de cuidados que típicamente han llevado a cabo las mujeres y la importancia de crear puestos laborales que permitan la conciliación, así como la transición de una economía patriarcal a una feminista que permita integrar la salud, familia y trabajos de cuidados en la ecología económica.

Algunas soluciones

Ante esta situación, la región tiene diferentes oportunidades que, si no deja pasar, podrían suponer el principio del fin de otros conflictos. Destacamos:

  • El diseño de una estrategia euromediterránea que incluya a los principales países árabes y mediterráneos es clave para dar soluciones realistas a los principales retos de la región. A su vez, sus socios europeos deben impulsar una transición democrática en estas regiones para garantizar, de este modo, la paz y la seguridad en los territorios más castigados por los conflictos armados.
  • La caducidad de las energías no-renovables debe impulsar a los países más enriquecidos por el petróleo a apostar por la innovación en formas de producción de energías sostenibles y renovables y devenir algunos de los pioneros en innovación verde. La lucha contra el cambio climático no solo daría una mejor imagen al país, sino la oportunidad de abrirse a nuevos proyectos, ofrecer nuevos puestos de trabajo y optar a subvenciones o proyectos de ayudas internacionales.
  • Evitar la cooperación en asuntos de salud del COVID-19 derivará en más muertes que en todas las guerras en Oriente Medio durante los últimos 70 años combinados. Teniendo en cuenta las desigualdades en materia sanitaria y la precariedad de algunos sistemas en sus infraestructuras de atención más básicas debe impulsar a los países de la región a sumarse a una estrategia de salud global que impulse la igualación de los servicios y capacidades estatales en materia de salud. A su vez, esta estrategia puede dar paso a unas nuevas relaciones multilaterales que, a largo plazo, podrían ser un primer paso en el acercamiento de potencias enfrentadas.
  • Por tanto, la región necesita un fortalecimiento de sus instituciones y sus Estados del Bienestar, que permitan una mejora en la transición democrática que hace años que muchos países intentan sin éxito. Otra vez, la cooperación regional podría ser un gran aliado en esta transición. Más aún, mayores garantías democráticas y capacidad de rendición de cuentas podrían ser el principio del final de unas protestas. En los países en conflicto, sin embargo, esta realidad no es más que una utopía.

La región se enfrenta a múltiples retos, de los que la pandemia del coronavirus es solo una preocupación más. Nadie está dispuesto a dejar atrás su lucha en favor de una estrategia cooperativa. Parece que una pandemia tampoco será suficiente para terminar con los desafíos de Oriente Medio.

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