Por Israel Pastor, @IsPast Politólogo. 

La elaboración de listas de las canciones pop-rock que escuchan los candidatos es una herramienta de comunicación política importada que florece en Europa. Su finalidad es movilizar el voto apelando a sentimientos e identidades muy difundidos en el público. El candidato y sus asesores lo saben y aprovechan las emociones ligadas a la música:

– El indie para el toque cool.
– El cancionero tradicional local para las “raíces”.
– Los clásicos previsibles para el modo catch-all.
– Lo “modernillo” para no perder el pulso del tiempo.
– La música “marchosa” para mayor desenfado…

Pero se arriesgan a coincidir en lo obvio con los adversarios, de manera que solo genere insustancialidad y persuada de lo obvio. Así pues, hay que tomar estas listas con escepticismo. No siempre se trata de los gustos personales del líder, sino que muy frecuentemente son guiños construidos por el equipo de campaña.

Explicar la música que escucha un candidato sirve, en general, para perfilarlo, con varias posibilidades:

1. A los simpatizantes y potenciales votantes en el sentido de comunicar que:

• Tu candidato escucha música parecida a la tuya porque es “de los tuyos” (tribu).
• Conoce y está al día en los referentes culturales de cada canción y grupo.
• Políticamente emite un mensaje acerca del tipo de música que escucha, más o menos variada o especial, desconocida, indie, contracultural o norm core.

2. Y a los propios artistas: omitir a algunos puede suponer un error de estrategia tan grave como incluir a otros incongruentes.

Es decir, las listas serían la continuación de la política de comunicación “por otros medios”: estás en mi lista, eres de los míos y yo soy de los tuyos. Se trata de una herramienta barata en comparación con las canciones de campaña. Pero también es un arma de doble filo y deben elaborarse teniendo en cuenta los riesgos que conllevan las inclusiones no autorizadas y las exclusiones no premeditadas.

Entre esos riesgos se encuentra la indefinición de los gustos del candidato que quiera abarcar todos los estilos musicales de los panoramas nacional e internacional. O, por el contrario, la enunciación artificiosa de las preferencias. En otro extremo, la definición fanática de los gustos de un candidato “friki” conlleva el riesgo de la irrelevancia. En el artículo “Así suena el iPod de Pedro Sánchez”, El País afirmaba que al anterior líder del PSOE “le van iconos del indie patrio como Los Planetas o La Habitación Roja, pero también clásicos tan clásicos como Miguel Bosé. Por gustarle, le gustan hasta los Kings of Lion”.

El Chief Digital Officer de la Casa Blanca intensificó el uso de esta técnica en el verano y la Navidad de 2015. Es decir, las listas ya no solamente se usan solo en campaña para construir o perfilar un candidato, sino que también se incorporan en la comunicación gubernamental con las canciones que escucha el presidente en vacaciones. Predomina la música negra, que encaja con el perfil de Obama, con toques de modernidad y vanguardias musicales (Florence and the Machine, Okkervil River o Low Cut Connie).

Parece claro que una lista creíble debe reflejar los valores del personaje y coincidir con su relato general. Del mismo modo que sería inverosímil que a Mariano Rajoy le hagan una lista con punk urbano, que Pablo Iglesias afirme que escucha el “Ibiza Mix” o que Albert Rivera lleve en la guantera del coche el último disco de Chuck Prophet.

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