Por Gabriela Ortega, @gabrielaortegaj Consultora política en el CIGMAP. Portera de la Selección de Fútbol del Ecuador (2004-2009)

El fútbol es una lucha más para las mujeres en la que los derechos que los hombres tienen adquiridos desde hace varios siglos son todavía anhelos para los equipos femeninos. Sin rodeos. Lo podemos ver en la Imagen 1, mientras los equipos de fútbol femeninos se preparaban para su primer mundial en 1991, los equipos masculinos ya habían jugado su decimocuarto mundial. Para ese entonces la industria del fútbol ya se había configurado por y para los hombres.

Era 10 de julio de 1999, la final del tercer Mundial Femenino se celebraba en Estados Unidos. Era la primera final de una Copa del Mundo que se definió por penales entre la selección estadounidense y la de China. Era el turno de Brandi Chastain, si marcaba, Estados Unidos era campeón porque Liu Ailing había fallado su ocasión.

Chastain lo marca y justo después, celebra quitándose la camiseta. Su imagen en top deportivo, arrodillada y apretando los puños con su cara llena de éxtasis hizo historia. Algo que ahora no alarmaría, en su momento dio la vuelta al mundo ocupando, por primer vez, portadas de revistas como Time o Sports Illustrated. La primera vez que una mujer celebraba una victoria de esta manera, igual que un hombre.

Ese gesto y obviamente la segunda victoria de las norteamericanas en un mundial, supusieron enormes cambios: visibilización del futbol femenino, dio pie a conversaciones importantes sobre el género en el deporte, se inició el reconocimiento de las futbolistas en el mundo, se incentivó mayor financiación a los equi­pos y, la reivindicación más anhelada, el establecimiento de la primera liga femenina profesional de fútbol en Estados Unidos. Tanto es así que el año pasado Netflix anunció que haría una película sobre la historia de esta selección del 99.

Pero de aquella maravillosa final ya han pasado 22 años y todavía queda mucho camino por recorrer para el fútbol femenino. Cabe recordar que durante 50 años, actuales grandes potencias en el fútbol femenino levantaron prohibiciones para que las mujeres no pudieran jugar al fútbol. En Inglaterra (1921-1971), en Alemania (1955-1970), en Francia y en más países, estuvo prohibida la participación de mujeres en partidos de fútbol.

Tampoco hubo ningún pronunciamiento político que condenara esta decisión. Aunque nosotras jugábamos, siempre quedará el interrogante de qué hubiera pasado si ese veto no hubiese existido. Dadas las circunstancias de que en poco más de cuatro décadas desde el reconocimiento de la FIFA, el fútbol femenino ha llegado dónde está, ¿qué hubiese pasado con ese medio siglo de desarrollo adicional?

En la Tabla 1 se ha realizado un gran esfuerzo por aglutinar la información de las ligas oficiales y profesionales a nivel mundial. Faltan muchos países, sin embargo, no se ha podido comprobar si son ligas amateur o no. Incluso, cabe
un apóstrofe muy grande en la tabla ya que la información pública de las ligas nacionales establece su año de fundación, hace varias décadas y en países de todos los continentes; pero, en muy pocos casos señala cuándo se profesionalizaron los equipos. Es decir, si existe un convenio de trabajo con las jugadoras, si se estableció un salario, jornadas laborales y de vacaciones, etc. En aquellos casos que sí se especifica, la profesionalización solamente ha surgido a partir de los años 2000 (exceptuando Alemania y Suecia). A lo mejor, va de la mano lo vivido en el mundial del 1999 y la profesionalización de estas ligas.

Hablemos de la profesionalización, una palabra de 18 letras que es la mayor lucha de las mujeres en el fútbol, ser reconocidas como futbolistas.

La profesionalización del fútbol femenino y un salario digno. En ese orden se deben concebir estos objetivos porque primero se debe considerar a las futbolistas como profesionales y, como consecuencia, pagar su trabajo; tal y como se hace con los futbolistas. Actualmente, la mayoría de las jugadoras de las distintas ligas a nivel mundial requieren algún complemento económico porque son amateurs. Es decir, tal y como lo define la Real Academia de la Lengua Española (RAE), “que practica por placer una actividad, generalmente deportiva o artística, sin recibir habitualmente dinero a cambio”. Trabajan en distintas profesiones y además juegan al fútbol; es decir, son “medio futbolistas” porque luego sí son convocadas a selecciones nacionales y campeonatos internacionales.

Hace exactamente medio siglo se eliminó el salario máximo permitido para un futbolista. A ese momento propiciado por Jimmy Hill, Lionel Messi y Kadidiatou Diani, el futbolista y la futbolista mejor pagados del mundo, le deben estar muy agradecidos. Sin embargo, mientras Messi tiene un contrato de 75 millones de euros al año, sin patrocinios; Diani recibe 551 mil dólares anuales, que no representa ni el 1 % del salario de Messi.

La profesionalización solamente ha surgido a partir de los años 2000 (exceptuando Alemania y Suecia)

En la Copa Mundial de Fútbol Femenino de Francia 2019 aquellos países con mejores niveles de equidad de género en el ranking 2018 del Foro Económico Mundial, tuvieron una mejor participación en cuanto a más números de victorias y más fases alcanzadas. Es decir, los países donde hombres y mujeres tienen un mayor nivel de igualdad en oportunidades laborales, políticas, de salud y de educación, tienen un mejor desempeño en campeonatos internacionales donde la exigencia es alta: Noruega, Suecia, Países Bajos o Dinamarca. Los motivos pueden ser muchos, sin embargo, es de sentido común que a mayor inversión, más tiempo y dedicación y, por ende, mejores deportistas.

Aquí cabe recalcar los casos de Islandia donde, desde hace un par de años, es ilegal pagar menos a un hombre o a una mujer por realizar el mismo trabajo en cualquier sector. Es decir, los futbolistas, sin importar su género deben cobrar lo mismo. El Gobierno les exige que presenten un certificado de paridad salarial o se enfrentan a millonarias multas. Otro caso a tener en cuenta es el de las selecciones de Noruega y Dinamarca que equipararon los salarios de hombres y mujeres reduciendo un poco el salario de ellos y duplicando el de ellas para que estén equiparados. Las selecciones masculinas de ambos países no tuvieron problemas en aceptar esta equiparación a la baja, gesto que fue sumamente agradecido por sus compañeras en ambos países.

Algo similar sucedió cuando la Federación Sueca de Fútbol anunció que los futbolistas de los clubs de Primera y Segunda División habían decidido prescindir de la mitad de los ingresos que reciben por parte de la Federación para que se destine al pago de los salarios de las futbolistas de la Liga femenina que se habían visto muy castigados por la crisis por la pandemia.

Y aunque en los últimos casos no ha sido una decisión política lo que ha motivado la equidad, es una señal para evidenciar que no es problema entre los futbolistas sino de voluntad política de legislar sobre este tema, en el deporte en general, y en el fútbol en específico dados los intereses existentes entre diferentes grupos de poder.

El fútbol femenino es Estados Unidos

Este artículo no estaría completo sino se hablase de Estados Unidos; el país que pulveriza todos los récords en el futbol femenino. Es el país que tiene más jugadoras registradas oficialmente (más de un millón y medio), que más mujeres tiene en puestos de dirección, entrenadoras, árbitras (FIFA, 2019). Y, es el país que más Copas del Mundo tiene en su haber, nada más y nada menos que cuatro de ocho. Sin embargo, un solo jugador de la selección masculina de fútbol cobra más que el conjunto femenino, sin haber ganado ni una sola vez un mundial y ni siquiera haber clasificado para la última edición del mundial en Rusia 2018.

El país que pulveriza todos los récords en el fútbol femenino es por excelencia Estados Unidos

Tan importante es el fútbol femenino que Donald Trump casi encumbra la carrera política de una de sus jugadoras nacionales, Mega Rapinoe. Ya que es un artículo de fútbol, comunicación y política, vale la pena concluir con este episodio en el que la delantera estadounidense afirmó en una entrevista que no asistiría a la recepción en la Casa Blanca si ganaban el Mundial de Fútbol Femenino 2018. A esta afirmación, el expresidente Donald Trump, que no se quedaba al margen de ninguna polémica, respondió, obviamente por Twitter, que antes de “hablar” deberían “ganar”. Efectivamente quedaron campeonas en Francia 2018 y el discurso de Rapinoe tomó más peso, no fue a la Casa Blanca y en una entrevista envió un mensaje a Trump, “tu mensaje excluye a gente que se parece a mí”, dijo. Varios seguidores de la selección gritaban a su regreso de Francia que querían a Rapinoe como candidata a la Presidencia en 2020, como se podía leer en numerosas pancartas en la celebración en Nueva York. Dos años después, ella no se candidatizó, pero sí se mostró muy satisfecha en redes sociales tras la derrota de Trump ante Joe Biden, incluso le envió un tuit irónico que decía «con todos estos recuentos, Trump perdió todos los estados dos veces».

Yo tenía 13 años cuando empecé a jugar al fútbol. Nunca me imaginé vestir la camiseta de la selección de fútbol de mi país, pero un mes de julio de 1999 vi la foto de Chastain como campeona del mundo y, de repente, ya no era un sueño inalcanzable.

Para quienes tuvimos el orgullo de cantar el himno defiendo los colores a nivel internacional, es una emoción muy grande ver estos pasos o saltos (dependiendo de cada país) cualitativos y cuantitativos porque sé, por carne propia, que labran el camino de nuevas futbolistas. Obviamente lejos quedaron esas desigualdades en las que la selección ganadora de la Eurocopa recibía una vajilla de servicio de café como premio. Pero las desigualdades siguen, el reconocimiento no es el mismo, los salarios no son iguales, no hay VAR para los mundiales femeninos y otras tantas, igual de justas y necesarias, reivindicaciones.

Y, siempre me quedará la duda, ¿qué hubiese pasado con un fútbol femenino sin prohibiciones?

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