Jediael A. De Dompablo @Jedi1515,

Doctor en ciencias políticas por la UAM

¿Si un árbol cae en medio de un bosque, pero no hay nadie para verlo, podemos afirmar con seguridad que ese árbol ha caído? Este dilema se proyecta como una sombra en todo acto y fenómeno de terrorismo, en todo tiempo y lugar.

La relación entre terrorismo y medios de comunicación es evidente, tanto como para que Margaret Thatcher considerase a la prensa el oxígeno del terrorismo y llegase a prohibir al IRA en los medios británicos. El terrorismo necesita a la comunicación para existir porque necesita hacer ruido. Podemos entender el terror como el medio para transmitir un mensaje, por lo general una forma alternativa de ver el mundo. Este mensaje tiene una audiencia objetiva, busca el impacto sobre la opinión pública. Por esto afirmamos que el terrorismo es un fenómeno moderno, puesto que hasta el surgimiento de la modernidad no podemos hablar de opinión pública como tal, como sostendría Jürgen Habermas.

En el siglo XIX, desde los jacobinos que sistematizaron el terror con la mecanicidad de la guillotina, hasta los anarquistas que planeaban espectaculares atentados con dinamita con el fin de encontrar eco en los periódicos del mundo. En los 60 y 70, los grupos de Nueva Izquierda realizaron largos secuestros para mantener la atención mediática con cobertura televisiva, como sucedió con el presidente Moro. Ya en el s. XX, la destrucción de las torres gemelas el 11S marcó, como diría Derrida, un faite date, un antes y un después en la historia de nuestro tiempo presente.

En todos ellos, el terrorismo se encuentra ligado al fenómeno comunicativo. Los terroristas adaptan su mensaje intentando impactar a la opinión pública de su tiempo y las formas de la comunicación política cambian de canal a lo largo de la historia: del periódico a la radio, de la televisión a Internet.

En este tiempo nuevo, nuestro tiempo, el de las redes sociales, es razonable pensar que el terrorismo adapta sus mensajes de nuevo: las nuevas tecnologías de redes sociales en el actual marco comunicativo, que conocemos como posverdad.

La aparición de nuevas estructuras de comunicación ha desplazado el papel de los medios tradicionales y les ha obligado a adoptar nuevas estrategias para competir por el espacio de atención del público. Esto ha llevado a un auge en la emotividad y la expresión, una nueva forma de comunicar que permite sesgar audiencias y manipular los mensajes de forma que se apele casi individualmente a cada uno de los receptores. El gran ejemplo de estas nuevas estrategias son las fake-news, las mentiras en los medios que se remontan a la primera comunicación de masas (o la mentira clásica en política, pero que en estos nuevos marcos comunicativos ha encontrado un entorno ideal para propagarse).

En este nuevo marco, los terroristas buscan impactar con sus actos de terror. Pensemos en el atentado de Christchurch, Nueva Zelanda, de 2019, que acabó con la vida de 51 personas. El terrorista, Brenton Tarrant, llevó a cabo su atentado de 17 minutos mientras hacía un streaming con una GoPro conectada a su móvil, retransmitiendo desde la plataforma Facebook. Lo que tiene de exitoso este medio fue su capacidad de difusión de una de las mayores masacres islamófobas de la historia reciente, en directo a través de Facebook live. Tarrant cumple con todos los requisitos técnicos que plantea Javier Lesaca en su obra Armas de Seducción Masiva (Península, 2017): logra magnitud, interacción, medios propios, segmentación, distribución por plataformas comerciales, etc. Incorpora una extrema violencia y, si bien no puede distribuir sus contenidos por varias plataformas de forma simultánea, el seguimiento del ataque fue mundial.

Si atendemos a este nuevo paradigma comunicativo podemos plantear una nueva ola del terrorismo, donde los cambios que se producen en los medios están transformando la acción del terror. El Daesh recluta jóvenes en occidente integrándolos en una comunidad red imaginada que facilita su radicalizción online. Este modus operandi se produce también respecto de ciertos miembros del colectivo Incel, que han señalado a las mujeres vertiendo mensajes de odio en la denominada Manosfera, que tiene como fundador de la violencia terrorista a Elliot Rodger y que nos permite preguntarnos ¿estamos ante un nuevo momento del terror?

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