Por Érika Reija, @EReija Periodista y politóloga. Corresponsal de TVE en Moscú

Para entender la insignificante campaña electoral en Rusia hay que partir de dos premisas: a) Putin no la necesita y b) los demás candidatos saben que no tienen ninguna posibilidad. Según todas las encuestas, el mandatario ruso goza de un índice de popularidad superior al 80 por ciento. Así que su victoria en las presidenciales del 18 de marzo se da por hecha.

Dicho esto, el presidente de Rusia no solo busca vencer. Quiere arrasar. En los anteriores comicios de 2012 su triunfo se vio empañado por protestas opositoras y denuncias de fraude. Seis años después, Putin persigue un apoyo masivo en las urnas para acallar las voces que lo califican de zar ruso y creen que Rusia se está convirtiendo otra vez en una especie de Monarquía absolutista sin relevo ni verdadera democracia.

Los jóvenes de 18 años que votan por primera vez no conocen una Rusia sin Putin, que de una forma u otra lleva dirigiendo los designios del país más extenso del mundo desde el año 2000. Primero fueron dos mandatos como presidente (la ley rusa no permite tres seguidos). En 2008 cedió la Jefatura del Estado a su delfín, Dimitri Medvedev (aunque se mantuvo como primer ministro). Y en 2012 tomó de nuevo el timón y cambió la Constitución para prolongar de cuatro a seis años los mandatos presidenciales.

Sin sorpresas en el horizonte, el ex agente del KGB revalidará su cargo hasta 2024, perpetuándose casi un cuarto de siglo en el poder y convirtiéndose en el mandatario más longevo del país desde Iósif Stalin.

Decía al comenzar este artículo que la campaña electoral es irrelevante en Rusia… Me refiero a la oficial, ya podría decirse que el presidente está siempre en campaña, sin desaprovechar ningún evento para potenciar su imagen de líder todopoderoso y, a la vez, cercano al pueblo. Las televisiones del país alimentan constantemente esta visión en un panorama donde los medios críticos son una auténtica rareza.

El líder ruso ni siquiera va a participar en debates (ni televisados ni de otro tipo) con el resto de candidatos que se presentan. Son siete en total: los comunistas Pável Grudinin y Maxim Suraikin, el ultranacionalista Vladímir Zhirinovski, el abogado Serguéi Baburin, el empresario Boris Titov, el liberal Grigori Yavlinski y la presentadora de televisión Ksenia Sobchak, cuyos perfiles y estrategias analizaremos más abajo.

Ninguno de ellos supone la más mínima amenaza a la continuidad del presidente. Según las encuestas, ni el más votado entre ellos tiene opciones de rebasar un insignificante 10 % en las urnas, mientras se espera que Putin, a sus 65 años, se alce con una aplastante victoria de más de 2/3 de los votos.
De una forma u otra, los principales rivales políticos de Putin han sido eliminados a través de los años. Algunos de forma violenta, como el opositor Boris Nemtsov, asesinado a tiros en Moscú en 2015. Otros, perseguidos por la justicia, como el oligarca Mijail Jodorkovski.

El último de esa lista es el opositor Alexei Navalni, al que una condena por estafa ha impedido concurrir en estas presidenciales. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictaminó en octubre que esa condena fue «arbitraria, injusta y motivada políticamente» para imposibilitar su candidatura.

Orador carismático, Navalni fustiga la corrupción del sistema con vídeos de internet que ven millones de rusos y que han desembocado en protestas multitudinarias en más de una ocasión. Tras quedar inhabilitado políticamente, el opositor ruso ha llamado a boicotear las elecciones, que califica de fraudulentas. El Kremlin le ha advertido que no van a tolerar ningún tipo de boicot y que pedir a los rusos que no vayan a votar puede ser delito. Es decir, que puede llevarle a la cárcel una vez más.

En esta convocatoria, el principal temor de las autoridades es, sin duda, una baja participación. Porque a menos afluencia a las urnas, menos legitimidad del resultado. Sin rivales de peso en la contienda, el enemigo más peligroso de Putin puede ser la abstención.

¿Cómo movilizar a los electores cuándo todos saben de antemano quién va a ganar?

En internet se están difundido masivamente vídeos llamando a la participación. El más polémico ha sido uno con mensajes homófobos y racistas en clave de humor. Su argumento es que si no vas a votar, el país puede acabar en manos de cualquiera. Y que podrían imponerte obligaciones «tan desagradables» como acoger a un gay en tu casa, ir a un ejército con negros y hasta limitar las veces que vas al baño.

En otro, dirigido a los jóvenes, un chico es rechazado sexualmente por su acompañante por no haber ido a votar. «Entonces no eres adulto», le dice ella.

La Junta Electoral ha dicho no saber quién está detrás de estos vídeos, vistos por millones de personas. Pero la candidata Sobchak ha acusado directamente al jefe de la administración presidencial, Sergei Kiriyenko, de encargar las grabaciones, en las que participan actores y realizadores conocidos.

Azuzar el patriotismo y la amenaza externa es otra herramienta para movilizar a los votantes. No en vano, las elecciones son el 18 de marzo para hacerlas coincidir con el cuarto aniversario de la anexión rusa de Crimea, que disparó la popularidad interna de Putin.

Lo ocurrido en Ucrania durante 2014 es el desencadenante de la profunda fractura actual entre Rusia y Occidente, que incluye sanciones y acusaciones mutuas de injerencia. Para Moscú, la revolución proeuropea de Kiev (conocida como Euromaidán) y la consecuente caída del presidente prorruso Víctor Yanukovich fue un golpe de Estado apoyado por la Unión Europea y Estados Unidos, con intención de ampliar su área de influencia en el espacio postsoviético. Occidente, en cam­bio, considera que es Rusia la que tiene ansias expansionistas, con una anexión de Crimea contraria al derecho internacional.

Las relaciones se han enfriado hasta tal punto que Washington acusa a Moscú de intentar hackear sus elecciones para colocar a Donald Trump en la Casa Blanca, menos agresivo hacia Rusia que la candidata demócrata. Putin culpó también a Hillary Clinton de alentar las protestas de Rusia en 2012 con el objetivo de impedir su regreso al Kremlin. Ve también como un intento de influir en los próximos comicios la reciente publicación de la llamada «lista del Kremlin». Un informe del Departamento del Tesoro de Estados Unidos que señala a más de 200 políticos y empresarios rusos que pueden ser sancionados. Consecuentemente, Rusia no admitirá observadores de Estados Unidos en sus elecciones. Sí habrá de la OSCE.
El Kremlin niega cualquier injerencia en las elecciones de Estados Unidos. Su versión es que todo es fruto de la paranoia y «rusofobia» de un país que no acepta un mundo multipolar en el que tratar a Rusia de igual a igual.

Gran parte de la popularidad de Putin se debe a que ha sabido restaurar el orgullo herido de los rusos tras el colapso de la Unión Soviética y los convulsos años 90. Su eslogan para estas elecciones es «Un presidente fuerte, una Rusia fuerte». Y en su vídeo promocional oficial se destaca la idea de país moderno, exitoso y dinámico. Lo hace mostrando imágenes de nuevas infraestructuras, como el puente que unirá Rusia a Crimea (consolidando la anexión), el estadio de Kazán (donde se celebrarán algunos partidos del próximo Mundial de Fútbol), carreteras, centrales eléctricas y otras obras de ingeniería.

Dentro de ese patriotismo fomentado continuamente desde el Estado, su memoria histórica es selectiva. El pasado es algo que todavía divide fuertemente a los rusos. Y mientras algunos aniversarios recientes han recibido gran atención por parte de las autoridades, otros han preferido ignorarse.

Es lo que ocurrió con el centenario de la Revolución rusa de octubre, uno de los hitos más importantes para la historia del siglo XX, pero que en Rusia pasó inadvertido. Como nos decía el periodista y escritor ruso, Mikhail Zhygar «no encaja con la ideología oficial de las autoridades actuales porque para Putin el Imperio es el valor supremo. Y no conviene recordar que hace 100 años la sociedad civil se levantó y tumbó aquel Imperio».
El presidente sí se suma a las conmemoraciones relacionadas con los éxitos del Ejército soviético en la II Guerra Mundial. Un tema que toca la fibra sensible de los rusos. De una forma u otra, casi todas las familias padecieron aquel devastador conflicto.

A principios de febrero, Putin se desplazó a Volgogrado (antigua Stalingrado) para conmemorar el 75 aniversario de la sangrienta batalla que libraron y ganaron contra los nazis. En enero, se dedicaron también homenajes a la ruptura del cerco alemán sobre Leningrado, actual San Petersburgo y ciudad natal de Putin. Un documental ruso llegó a asegurar que solo pudieron sobrevivir a semejantes privaciones de hambre y frío los que desarrollaron una mutación genética especial. Entre esos supervivientes, los padres de Putin. La conclusión del documental es que Putin está dotado de unos genes extraordinarios que le confieren un «sentido de especial responsabilidad».

Incluso el cine ha sido objeto de polémica y control político en las últimas semanas. Going Vertical o Movimiento vertical se ha convertido en la película rusa más taquillera de la historia. A la vez, ha recibido críticas por recrear de forma propagandística la final de los Juegos Olímpicos de Múnich del 72, en la que la selección soviética de baloncesto arrebató el oro a los americanos gracias a una discutida decisión arbitral.

Su productor, el cineasta Nikita Mijailov, es amigo personal de Putin.Y ha reconocido públicamente que la película es un encargo financiado por las autoridades y con mensaje patriótico: «Los rusos pueden vencer».

Mientras, el Ministerio de Cultura prohibía estrenar una comedia satírica sobre Stalin, alegando que insulta la memoria soviética. Se interpretó como una concesión a los nostálgicos de aquella época. También, como una maniobra para impedir que los comunistas pudieran rentabilizar electoralmente protestas contra la cinta.

El Partido Comunista es el principal de la oposición parlamentaria de Rusia (aunque con solo el 13 % de los escaños) y en estas elecciones presenta a un nuevo candidato. Su histórico dirigente Guennadi Ziugánov anunció su retirada alegando que esta vez «no hay nada que hacer». Con Pável Grudinin, dueño de una explotación agrícola de inspiración leninista, el PC busca ampliar sus votantes más allá de los nostálgicos de la URSS. Los sondeos empezaron adjudicándole más del 10 % de los sufragios, pero su efecto sorpresa se va desinflando. Sobre todo tras la publicación de que tiene millonarias cuentas en el extranjero. Entre sus propuestas, sacar a Rusia de la Organización Mundial del Comercio y revertir privatizaciones en sectores estratégicos de la economía.

Mucho más radical y con escaso seguimiento es la vuelta al comunismo que propone Maxim Suraikin. Abiertamente estalinista, su programa electoral se basa en «10 golpes contra el capitalismo» y volver a las fronteras de la antigua Unión Soviética. Lo que supondría, por ejemplo, invadir los países del Báltico.

También extravagante es el líder del Partido Liberal-Demócrata de Rusia, Vladímir Zhirinovsky, que se presenta por sexta vez a la presidencia. Calificado en Occidente como ultranacionalista, es conocido por declaraciones polémicas e incluso xenófobas. Llegó a manifestarse a favor de la independencia de Cataluña. Su programa electoral prevé reincorporar a Rusia países de Asia Central, el Cáucaso, Ucrania y Bielorrusia. Aboga a la vez por enterrar fuera de Moscú a los dirigentes soviéticos sepultados en la Necrópolis de la Plaza Roja, incluida la momia de Lenin. Algo que desataría la ira de los comunistas.

También nacionalista es el abogado Sergei Baburin, de 59 años, muy activo políticamente en los 90. Fue uno de los pocos diputados que votó en contra de la disolución de la Unión Soviética en diciembre de 1991. Ahora dice defender un modelo con justicia social y desarrollo socioeconómico uniendo las mejores características de las reformas rusas aplicadas a lo largo de la historia.

El candidato del Partido Demócrata Yábloko ya se presentó a las elecciones de 2000 contra Putin y obtuvo un 6 % de los votos. Grigori Yablinski, de 65 años, pide más libertades políticas y normalizar las relaciones con Occidente para poner fin a las sanciones que asfixian la economía rusa. Plantea celebrar una conferencia sobre el estatus de Crimea. Reduciría el presupuesto del Ejército, la policía, los servicios secretos y la administración pública; aumentando las partidas para la salud, la educación, la cultura y el deporte.

La presentadora de televisión Ksenia Sobchak, de 36 años, es la única mujer que se presenta. Se ha definido como candidata «contra todos» y dice que es inaceptable que la misma persona dirija el país desde hace 18 años. Entre sus propuestas están legalizar el matrimonio gay y solicitar la admisión de Rusia en la OTAN. Habitual de las revistas de moda y apodada en el pasado «la Paris Hilton rusa», muchos no se toman en serio su candidatura, a pesar de que lleva ya algunos vinculada con movimientos de oposición. El hecho de que su padre (antiguo alcalde de San Petersburgo) fuera el mentor político de Vladimir Putin ha hecho sospechar incluso que el Kremlin la estaría utilizando para animar la campaña y dar apariencia de normalidad democrática.

La misma sospecha recae sobre otros candidatos. Sin ninguna posibilidad de victoria, no está claro qué ganan con presentarse. Es el caso del empresario Boris Titov, de 57 años, que concurre por primera vez. Con promesas como crear diez millones de empleos bien pagados en cinco años y romper la dependencia del petróleo. Su eslogan es «Titov sabe cómo gestionar la economía».

Cada uno de los candidatos tendrá una hora gratuita en televisión para colocar sus mensajes durante la campaña. Un tiempo muy escaso si se tiene en cuenta que Putin es el rey de las pantallas.
Recientemente volvía a emitirse en Rusia el documental de Oliver Stone sobre el presidente ruso, en el que a lo largo de cuatro horas Putin desgrana su opinión sobre todo tipo de asuntos. Dos de los candidatos se quejaron a la Junta Electoral alegando que viola las leyes de propaganda electoral.

Con la reelección de Putin asegurada, los analistas políticos miran ya más allá del 18 de marzo. Una de las incógnitas es si en su nuevo mandato el presidente ruso apostará por una remodelación del gobierno. Se cree que podría prescindir del primer ministro Medvédev, salpicado por escándalos de corrupción. En realidad, tanto el Gobierno ruso como el Parlamento tienen poco protagonismo en la actual vida política rusa, subordinados a la administración presidencial en un sistema fuertemente jerárquico.

«¿Qué decisiones ha tomado el gobierno de Medvedev en los últimos seis años? Solo me vienen dos a la cabeza: el sistema Platón (más impuestos en las carreteras) y la venta de (la petrolera) Bashnef», escribía la analista rusa Tatyana Stanovaya.

La gran incógnita, mirando a largo plazo es ¿quién sucederá a Putin? Ni siquiera se descarta que el presidente busque alguna fórmula para seguir en el poder más allá de 2024. Con un sistema basado en el personalismo de un único líder, no hay alternativa a la vista en la Rusia de Putin.

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